Es un fósforo

Sí, es un fósforo. Y está listo para largar su chispa de calor.
Se enciende mediante el contacto. Pero no cualquier contacto. Necesita el adecuado. No se enciende con cualquier cosa. Es menester tratarlo bien. Arrastrarlo contra la superficie una o más veces, hasta que la chispa se hace presente en forma abrupta.
La chispa, una vez que enciende, es imparable. Toma todo. Quema lo que haya cerca, y enciende lo inflamable. La llama arranca pequeña, pero muy rápidamente alcanza un tamaño considerable.
Pero la misma llama lo va consumiendo. El calor destruye la estructura, hasta que ya no se sostiene más. La llama es breve e intensa. Una vez que cumple su ciclo, sólo quedan vestigios. Leves brasas iluminadas durante unos momentos, y una base que recuerda la etapa prístina, que nunca volverá.

Polvo de mochila

No sé si mi mochila viene del polvo. Seguramente viene de China, y no sé qué materiales usan para fabricarla. Pero sí sé que va hacia el polvo. Lo veo todos los días. Cuando saco cosas, salen cubiertas de polvo de mochila. El viaje en su interior deja huellas.
A veces, el polvo vuelve a la mochila. Nunca todo. El polvo es, por naturaleza, huidizo. Y por eso cada vez queda menos mochila. La pared que alguna vez fue robusta se va haciendo levemente más fina con cada partícula que escapa.
No sé cuánto tiempo queda hasta que la mochila deje de ser mochila. Es inexorable, tarde o temprano perderá sus propiedades de transporte de objetos, y tendré que comprar otra.
Como no sé en qué momento exacto ocurrirá eso, me encuentro que vigilo la espalda, a ver si sigo teniendo la mochila. Temo que algún día se desintegre por completo y todo lo que llevo caiga a la calle, dejándome sólo con la correa que sostiene su recuerdo.