El país de los dos puntos

En un continente muy lejano existió un país que tenía sólo dos puntos cardinales. Su geografía lo limitaba a extenderse de norte a sur o de sur a norte, mientras que hacia el este y el oeste no era posible.
El país estaba rodeado, de un lado, por una extensa y casi impenetrable cordillera, del otro lado de la cual existía otro país. La cordillera terminaba en la costa de un enorme océano, y el país debía limitarse a existir entre ambos accidentes geográficos.
La condición de bidimensional del país le imprimía al paisaje algunas curiosidades, como la ausencia de semáforos. Esto no era por falta de tecnología, dado que la sociedad era muy avanzada y económicamente era el país más desarrollado de su región, sino que era por la ausencia de calles que se cruzaran con la avenida principal que atravesaba todo el territorio y corría, naturalmente, norte-sur. Toda la población vivía en la misma calle, unos del lado de la cordillera y otros del lado de la costa.
Los aviones que llegaban tenían que hacer complicadas maniobras para aterrizar después de sortear la cordillera. Debían quedar con una orientación que les permitiera aterrizar en las pistas sur-norte y hacerlo antes de que se acabara el país y quedaran sobre el mar. Los pilotos que volaban hacia ahí, que estaban acostumbrados a volar entre altas montañas, no solían tener problemas en hacerlo.
La población tenía una cantidad limitada de deportes para practicar. Su fútbol no estaba muy desarrollado por las dificultades de construcción de los campos de juego. Hacerlo requería alisar una superficie de montaña de 100 metros por 60, y era muy costoso. El golf tampoco era muy apetecible, dado que había que tener excelente puntería para que la pelota no terminara en el mar o perdida entre las montañas. Este hecho tal vez explica que hayan salido de ese país algunos excelentes golfistas, dado que los que podían practicarlo tenían que ser necesariamente buenos.
En los países tridimensionales de la región solían reírse de la geografía de este país, mucha gente exageraba los hechos para buscar un efecto cómico. Para tratar de contrarrestar esto las autoridades del país consiguieron obtener la soberanía de una isla que quedaba a varios miles de kilómetros, en el océano. Con lo cual técnicamente podían decir que el país tenía oeste, y por lo tanto también este. Pero nadie contaba con la presencia de esa isla y los chistes seguían igual.
Entonces en el país respondieron con un cierto resentimiento hacia sus vecinos, y una actitud aislada. Esto les causó perjuicios económicos debido a que se dedicaban a exportar.
Luego de sufrir los males de la disminución de sus exportaciones en ese lejano país resolvieron rendirse ante la evidencia y aceptar como propios los comentarios sobre sus dos puntos cardinales. Y pronto floreció la industria del turismo, sustentada en la posibilidad de ir de vacaciones al mar y a la montaña al mismo tiempo.

Amor en crisis

Cuando la crisis nacional se encontró con la crisis internacional resultaron tan compatibles que decidieron no separarse más. Ambas crisis iban de la mano a todos lados y expresaban sin timidez su unión al mundo.
Cada una de las crisis estimulaba a la otra, y así ambas se potenciaban. Una crisis se agrandaba para impresionar a la otra, y eso hacía que la otra quisiera estar a la misma altura, en una actitud muy sana para la relación entre ambas crisis. Se producía así una realimentación que hacía que las crisis fueran muy eficaces y vivieran el mejor momento desde sus inicios.
Tanto fue el entusiasmo que no pasó mucho tiempo hasta que las dos crisis engendraron varias crisis pequeñas, que luego alimentaron para favorecer su crecimiento. Las crisis estaban muy contentas porque las crisis nuevas tenían buena salud y veían con orgullo cómo cada vez su capacidad iba creciendo.
Cuando aún parecía que recién habían sido engendradas, las crisis pequeñas habían crecido y conocieron a otras crisis regionales que atrajeron su interés. La crisis nacional y la crisis internacional veían esto con alegría y nostalgia. Pronto sus pequeñas crisis iban a independizarse y unirse a otras crisis en forma definitiva.
Este hecho reavivó el amor entre las dos crisis, que con los años y la costumbre había menguado un poco. Pero la pasión fue renovada y rápidamente ambas crisis se sentían como en sus mejores años. Fue un hecho inolvidable que duró poco, porque pronto la pasión renovada se fue convirtiendo en rechazo, y las crisis se separaron. Ambas necesitaban explorar su identidad.
La separación, de todos modos, era bastante amigable y no impedía que las crisis se encontraran de vez en cuando, sobre todo para asistir a los eventos definitorios de las crisis pequeñas y ayudarlas en lo que pudieran.
En un momento las crisis pequeñas decidieron juntarse para hacer que sus progenitoras volvieran a unirse, y urdieron un plan para que, a través de ellas, la unión fuera inevitable. Para esto necesitaban acumular poder, lo cual no les fue problema porque habían aprendido muy bien esa lección.
Luego de un par de intentos fallidos el plan resultó, y como consecuencia la familia de las crisis quedó más unida que nunca. Las dos crisis mayores, junto con las pequeñas y las que se habían unido a las pequeñas, se dedicaron a disfrutar de un próspero futuro.

Diálogo con un americano

—¿De dónde sos?
—Soy americano.
—¿Sos de Estados Unidos?
—No, ¿por qué habrías de pensar eso?
—Porque acabás de decir que sos americano.
—¿Y qué tiene que ver? ¿Desde cuándo son los dueños del continente?
—Está bien, pero es un uso corriente. Convengamos en que el país se llama igual que el continente, así que el gentilicio es razonable que sea el mismo.
—¿Cómo es eso?
—Es que a los nativos de los Estados Unidos Mexicanos los llamamos mexicanos, es lógico que a los de Estados Unidos de América los llamemos “americanos”. Y si los llamamos “estadounidenses” también estamos en problemas porque podríamos confundirlos con los mexicanos y, antes, con los brasileños.
—Es lo que pasa cuando los países no tienen nombre.
—Es que sí tiene nombre, se llama igual que el continente. De la misma manera que Sudáfrica queda en el sur de África, por lo que podemos llamar a sus nativos sudafricanos, y podemos hacer lo mismo con los que nacieron en Lesotho.
—OK. Igual hacete la idea de que no sólo los que nacieron en Estados Unidos de América son americanos. ¿Está bien?
—Está bien. Y, seré curioso, ¿de qué parte de América sos?
—Soy de Argentina.
—Ah, qué bien, de las Provincias Unidas. ¿De dónde?
—De Buenos Aires.
—OK, sos porteño entonces.
—¡No! Soy de la provincia de Buenos Aires, no te confundas la ciudad con la provincia. No seas ignorante.
—Bueno, está bien. Lo que pasa es que estamos ante el mismo caso que antes, la ciudad y la provincia tienen el mismo nombre. ¿De qué parte de la provincia sos entonces?
—De una ciudad chica en el partido de Rivadavia.
—¿Y cómo se llama la ciudad?
—América.