Procesos diferenciados

Ella decía A, hacía B, pensaba C y creía que pensaba D. Él decía C, hacía A, pensaba D y creía que pensaba B. Ambos tenían la idea de que el otro pensaba que lo que había entre ellos era E. Sin embargo, no era tan así. Ella pensaba E, pero él pensaba E’.
De pronto, apareció un tercero que proponía F. A la pareja inicial no se les cruzaba por la cabeza F, pero ella quedó intrigada. A él, en cambio, le vinieron ganas de G. G no podía coexistir con B, y él tuvo que aceptar que no pensaba B realmente. Sin embargo, no pasó a creer que pensaba D, que era lo correcto, sino que empezó a sostener la teoría de que pensaba H.
Ella, en tanto, tenía ganas de F pero no se animaba porque le parecía que I. Hasta que le dejó de parecer, y se largó nomás a F. Él se sintió traicionado, porque todavía creía que a ella le parecía I, y le parecía hipócrita su actitud. Hasta que entendió J y la perdonó.
Él estudió la situación y llegó a tres conclusiones: K, L y M. Cuando se las explicó, ella le retrucó con N, O y P. Él le preguntó si no le parecía más razonable Ñ, y ella se quedó pensando.
Finalmente, partieron la diferencia y quedaron en Q. Pero había un problema: Q se contradecía con A, que era lo que ella decía y lo que él hacía. Y no podían cambiar A por Q porque iba a quedar mal y los iba a hacer parecer unos R. Entonces recurrieron a un S para que los aconsejara. Y les sugirió, como es obvio, T.
Ambos intentaron T, pero les resultó difícil. A duras penas lograban t. Una persona les sugirió una opción alternativa: U. A ellos no les gustaba mucho U, pero supieron adaptarla en algo que los convencía mucho más, V. Eso sí que los entusiasmaba. Tanto les gustaba la idea que la aplicaron exageradamente y la convirtieron en W. Continuaron con su actitud de W durante un buen rato, hasta que se cruzaron con X, y de este modo debieron parar. Entonces ella le propuso a él hacer una Y. Él no estaba dispuesto porque era de noche y estaba muy cansado. Por ese motivo ambos se fueron a Z.

Fuga de cerebros

Un día los cerebros se fueron del país. Nadie supo adónde, y nadie tenía las herramientas para averiguarlo. Como no se sabía qué hacer ante la ausencia de los cerebros, la gente quiso continuar su vida como era hasta entonces, haciendo de cuenta que los cerebros todavía estaban.
Entonces la gente siguió haciendo lo mismo de antes, pero sin pensar. Olvidaron las razones por las que hacían sus actividades, sólo tenían conductas mecanizadas que seguían sin analizar. La vida se asemejaba bastante a como era antes de la fuga de los cerebros.
Ocasionalmente algunas personas extrañaban a sus cerebros y pensaban que su presencia podría sacarlos de algún aprieto. Y al no tenerlos debían actuar como lo hacían los demás, sin saber por qué y sin preguntárselo.
A mucha gente le vino bien la fuga de los cerebros para poner como excusa de cómo no podían hacer algo, o por qué no se acordaban de algún evento. La industria editorial se vio beneficiada, dado que la gente ya no recordaba los libros que había leído y volvía a comprarlos todos para empaparse, aunque fuera sólo mientras los leían, de su sabiduría. Además se editaba toda clase de libros para descerebrados, que la gente consumía sin saber por qué.
Un par de semanas después de la fuga de los cerebros se jugó el mundial de fútbol en un país extranjero, y alguna gente a la que le quedaba un poco de masa encefálica pensó que tal vez los cerebros se habían ido a ver los partidos y que volverían al finalizar el evento.
Pero no fue así. Poco después de empezado el campeonato los cerebros volvieron. La gente los recibió con entusiasmo, y algunos se avergonzaron de su conducta cuando sus cerebros se les reincorporaron. Los cerebros de los cronistas deportivos que estaban cubriendo el mundial, por su parte, no encontraron a las personas correspondientes y se perdieron por los recovecos de la nación. Algunos cada tanto dicen toparse con alguno de ellos, pero nunca se ha comprobado.
¿Qué habían ido a hacer los cerebros? Estaban como espectadores en un simposio en Suecia, en el que se reunían las mentes más brillantes del mundo.

Amor en crisis

Cuando la crisis nacional se encontró con la crisis internacional resultaron tan compatibles que decidieron no separarse más. Ambas crisis iban de la mano a todos lados y expresaban sin timidez su unión al mundo.
Cada una de las crisis estimulaba a la otra, y así ambas se potenciaban. Una crisis se agrandaba para impresionar a la otra, y eso hacía que la otra quisiera estar a la misma altura, en una actitud muy sana para la relación entre ambas crisis. Se producía así una realimentación que hacía que las crisis fueran muy eficaces y vivieran el mejor momento desde sus inicios.
Tanto fue el entusiasmo que no pasó mucho tiempo hasta que las dos crisis engendraron varias crisis pequeñas, que luego alimentaron para favorecer su crecimiento. Las crisis estaban muy contentas porque las crisis nuevas tenían buena salud y veían con orgullo cómo cada vez su capacidad iba creciendo.
Cuando aún parecía que recién habían sido engendradas, las crisis pequeñas habían crecido y conocieron a otras crisis regionales que atrajeron su interés. La crisis nacional y la crisis internacional veían esto con alegría y nostalgia. Pronto sus pequeñas crisis iban a independizarse y unirse a otras crisis en forma definitiva.
Este hecho reavivó el amor entre las dos crisis, que con los años y la costumbre había menguado un poco. Pero la pasión fue renovada y rápidamente ambas crisis se sentían como en sus mejores años. Fue un hecho inolvidable que duró poco, porque pronto la pasión renovada se fue convirtiendo en rechazo, y las crisis se separaron. Ambas necesitaban explorar su identidad.
La separación, de todos modos, era bastante amigable y no impedía que las crisis se encontraran de vez en cuando, sobre todo para asistir a los eventos definitorios de las crisis pequeñas y ayudarlas en lo que pudieran.
En un momento las crisis pequeñas decidieron juntarse para hacer que sus progenitoras volvieran a unirse, y urdieron un plan para que, a través de ellas, la unión fuera inevitable. Para esto necesitaban acumular poder, lo cual no les fue problema porque habían aprendido muy bien esa lección.
Luego de un par de intentos fallidos el plan resultó, y como consecuencia la familia de las crisis quedó más unida que nunca. Las dos crisis mayores, junto con las pequeñas y las que se habían unido a las pequeñas, se dedicaron a disfrutar de un próspero futuro.

La diferencia está en el cubo

Existen dos clases de cubeteras: las individuales y las colectivas. Son dos estilos, dos filosofías de construcción del hielo. Ambas generan cubos, y lo saben hacer bien. La cuestión técnica del congelamiento del agua fue resuelta hace mucho tiempo. La diferencia está en cómo se encara el congelamiento y qué se hace con el hielo una vez generado.
Ambas también enfrentan los mismos problemas. Los cubos siempre estarán hechos a partir del agua que los llene. Si está sucia, el hielo estará sucio. Si ocurre la mala suerte de que el agua contenga una mosca, será preservada en el hielo. Ninguna cubetera puede solucionar esta clase de situaciones. Del mismo modo, el agua es un recurso finito, que la cubetera deberá estar bien diseñada para recibir y almacenar. Sin agua no hay hielo, y nada se puede hacer al respecto.
En ningún sistema existe garantía de que los cubos tendrán el mismo tamaño. La cubetera colectiva permite una comparación más directa en el momento de llenarla, pero esta operación se puede hacer de manera despareja, o el traslado hacia el freezer puede darse torcido, derramando y desperdiciando de esta manera la materia prima. Estas inclinaciones tendenciosas también generan desigualdades entre los cubos. Resultan desparejos, en un extremo más llenos y en el otro más vacíos. Es debatible, de todos modos, si los cubos deben ser todos iguales, o debe abrazarse la diversidad.
En la cubetera colectiva, cada cubo es el límite de los demás. Forman una comunidad definida. Se puede decir que todos los cubos son una misma cubetera, y la suerte de uno está atada a la de sus compañeros. De esta manera, no serán pedazos de hielo sueltos, sino que tendrán identidad y pertenencia.
A veces, la división entre cada cubo no es lo suficientemente alta. Todos los cubos se unen, formando una cubetera negativa de hielo, que resulta muy fácil de quebrar si se la intenta separar del lugar donde se formó. Cuando se produce esta ruptura, al principio se puede reconocer a los que fueron cubos limítrofes; aunque una vez separados, el tiempo tiende a disolver las fronteras.
En la cubetera individual, en cambio, cada cubo marca sus propios límites. Hay una independencia intrínseca. Los cubos pueden estar todos juntos, formando voluntariamente una cubetera unida. O pueden estar separados, repartidos por todo el freezer. Esto permite un mejor aprovechamiento del espacio disponible, y también genera desconexión. Los cubos son iguales y únicos. Es más difícil que provengan de un mismo chorro de agua, con lo que se generan cubos de diferentes edades.
Al existir la separación, se genera riesgo de marginalidad. Los cubos que, por cualquier motivo, quedan en lugares de poco acceso, muchas veces son olvidados. También pueden aparecer en posiciones incorrectas, de forma tal que se vuelca el agua y no llegan a cumplir su cometido de cubo.
El otro lado de esta moneda es que es posible la existencia de cubos de fácil acceso, prácticos, con un tamaño que estimula su uso, sin la necesidad de golpear varios y sacar dos o tres juntos cuando hace falta uno solo. Cada cubo es una oportunidad.
La diferencia entre las dos cubeteras no es menor. Es fundamental. Más allá de sus puntos en común, ambas se basan en filosofías distintas, y esa diferencia se nota, en mayor o menor medida, en cada uso, en cada enfriamiento, en cada llenado, en cada bebida que se toma con hielo. Es importante entender cómo es cada una para poder tomar una decisión informada, y no arrepentirse cuando es demasiado tarde.

La conversación

Estábamos conversando. Mejor dicho, yo estaba ahí, pero ellos estaban conversando. Yo seguía la conversación. Iban saltando de un tema a otro. Primero hablaron de cómo hizo cada uno para llegar. Se intercambiaron consejos para llegar más rápido. Después pasaron al clima, porque justo ese día se había dado un fenómeno climático que algunos habían visto en el camino. Otros lo habían visto en el noticiero, y eso provocó que la charla pasara a ser sobre otra cosa que habían visto en el noticiero: las novedades sobre un hecho policial del que se venía hablando hacía tiempo, y justo esa semana se había producido un acontecimiento decisivo. En eso, uno de los que estaban ahí comentó que se había visto envuelto en otro hecho policial, de envergadura menor. Contó cómo consiguió que no pasara a mayores. Rápidamente todos intercambiaron relatos de las últimas veces que sufrieron robos, vieron el riesgo de ser asesinados o vieron cómo a algún tercero le pasaba lo mismo.
En el medio de lo que se decía, volaban chistes, que eran recibidos con distintos grados de risa. Cuando terminaron las anécdotas policiales, alguien asoció la palabra “ladrón” con un futbolista en particular, que había protagonizado una jugada curiosa en un partido jugado pocos días atrás. La charla viró hacia lo acontecido en ese partido y en los otros que se habían jugado en esos días. Pronto la perspectiva se concentró en los que se jugarían en las jornadas siguientes. Se produjo un intercambio de opiniones firmes sobre lo que pasaría. Algunos de los participantes tenían razón, y en pocos días se sabría quiénes. Las mujeres participaban de esta parte de la conversación, aunque su parecer no era tenido en cuenta como especialmente válido por los hombres.
Pronto las mujeres llevaron la conversación hacia temas de farándula. El puente fue una modelo que estaba saliendo con un futbolista, que justo esa semana había protagonizado una pelea pública con otra modelo, de la que se había hablado bastante en la televisión, en los momentos en los que no se hablaba del hecho policial. Todos estaban al tanto de lo que había ocurrido, pero no duró mucho ese segmento. En su lugar, pasó a hablarse de un comercial que protagonizaba la otra modelo, la que se había peleado con la novia del futbolista.
Comenzó en ese momento el segmento de comerciales, que duró unos cuantos minutos, muchos más que un corte comercial típico. Comentaron los avisos que más les habían llamado la atención en los últimos meses. Pero algunos no los habían visto todos, entonces los que los habían visto se los contaron y explicaron que, en realidad, era mejor verlos que escucharlos contados. Luego alguien cantó un pedazo de un jingle de algunas décadas atrás, pero equivocó la marca que promovía. Se produjo entonces una polémica. Algunos decían que era de una marca de detergente, otros que eran de su competencia. Unos pocos pensaban que se trataba de un yogur. Es posible que alguno tuviera razón, aunque la cuestión no se llegó a aclarar porque alguien se acordó de una película que había visto el fin de semana anterior, y preguntó si alguien más la había visto. Los dos que compartían la experiencia empezaron a comentar el film, y a recomendar a los demás que fueran. Entonces los otros, que no habían visto esa película pero habían visto otras, mencionaron cuáles habían visto, y también adónde habían comido después, y el precio del estacionamiento. Esto derivó en una charla sobre los precios en general, que desembocó en comentarios de la actualidad política. En ese momento la conversación adoptó un tono más fuerte. Se produjo un debate caluroso, en el que dos bandos rápidamente diferenciados se acusaban mutuamente de no entender cómo funciona el mundo. Encontraron un poco más de consenso cuando se pasó a la actualidad internacional, ámbito en el que justo esa semana se había producido un conflicto entre dos países, que amenazaba con escalarse. Todos acordaron que era preciso asegurarse de que hubiera paz, aunque no a cualquier precio, pero no hubo acuerdo sobre qué precio era aceptable. En ese momento uno de los participantes me vio, notó que hacía mucho que no hablaba y me preguntó mi opinión.
Le dije que no sabía. Yo era sólo el narrador.

Ningún pibe nace psicólogo

Como sociedad, siempre nos quejamos de su accionar. Están por todos lados, al acecho, listos para aplicarnos sus métodos destructivos. Nos sentimos sus víctimas. Y es lógico, porque vemos su acción directa sobre nosotros. Pero, si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de que, en realidad, ellos son las verdaderas víctimas. Es la sociedad la que los empuja hacia la psicología.
Ellos son personas, igual que nosotros. No nacieron con mala intención, ni con ganas de psicoanalizar a nadie. Pero crecieron en esta sociedad enferma, y no todas las personas reaccionan de la misma manera. No todos pueden sobrellevar las presiones sin caer en la psicología. Hay que comprenderlos.
Está bien que tomemos precauciones para mitigar el impacto que puedan tener sobre nosotros. Pero no tenemos que mirarlos mal sólo por ser psicólogos. Debemos tener en cuenta que son gente de personalidad débil, que han sido víctimas de un sistema perverso que no les da la oportunidad de tener una salida laboral digna. Entonces se hacen psicólogos, en parte para ejercer una venganza sobre esa sociedad que los oprime. Como el sistema les quita todo anhelo, ellos tratan de hacerse un lugar a fuerza de tests y conclusiones acerca del resto de las personas. No entra en consideración el daño que puedan hacer. No hemos sabido enseñarles que no hay que hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.
Con un poco de esfuerzo, los psicólogos pueden recuperarse. Necesitamos cambiar este sistema para darles lo que siempre se les ha negado. El daño hecho ya está hecho. Debemos concentrarnos en el futuro, para otorgar a los psicólogos que ya existen la oportunidad de hacer algo productivo con el resto de sus vidas. Y para evitar que los niños de ahora dilapiden su adultez en la psicología.
De nosotros depende.

Todos somos artistas

No existen los no artistas. Algunos dividen el mundo entre artistas y no artistas, actores y espectadores, autores y lectores. Pero estoy seguro de que eso es falso. Todos somos artistas.
Algunos no se dan cuenta. Y por eso, no aspiran a serlo. No buscan la expresión, no se enteran de que pueden, mitigan su inquietud creativa con diversos sustitutos. Se dan así por contentos, sin ofrecer nunca ninguna muestra de su capacidad, y nadie los recuerda por eso. A veces puede ocurrir que la expresión se les escape por algún lado, tal vez en grandes cantidades. Pero no lo considerará expresión, porque no se les ocurre.
A otros se les ocurre, pero piensan que no están a la altura, o que no vale la pena intentarlo. Se quedan, entonces, en un plano distinto, tal vez pensando en las cosas que les gustaría hacer, sin animarse a hacerlas. Su parte artística puede clamar por salir, y encontrar alguna vía de escape como en el caso anterior. O puede confinarse a los sueños, que son la manera que tiene uno de expresarse cuando no está despierto como para atajarse.
Existen aquellos que se dan cuenta de la posibilidad y la rechazan terminantemente. No quieren ser artistas. No les gusta, están en contra, piensan que es una pérdida de tiempo. Pero no se dan cuenta de que no querer ser artista es una elección estética. La virulencia de estas personas obedece al temperamento artístico no explotado, que pugna por abrir las rejas que se cierran. Esta gente desarrolla creatividad para destruir. Son muy peligrosos.
Pero los peores son los que saben que pueden ser artistas y quieren. Se dan la bienvenida, se aceptan como son, y se dedican a explorarse, sin darse cuenta de que lo que hacen es pésimo. Porque que seamos todos artistas no significa que seamos todos buenos. Hay algunos artistas que está bien que se frustren y se dediquen a otra cosa. Es el mejor aporte que pueden hacer a la cultura humana.

Cuáles son ellos

El mundo se divide en dos clases de personas: Nosotros y Ellos. ¿Cómo diferenciarnos? Muy simple: los que son como nosotros son Nosotros, y los otros son ellos. Es nuestro deber, como Nosotros, protegernos mutuamente y rechazar las invasiones de Ellos. Ellos quieren que Nosotros seamos Ellos, así somos todos Ellos, pero no podemos permitirlo. Tenemos que estar juntos para seguir siendo Nosotros.
El problema es que no podemos solos. Ellos son muchos más, porque hay distintos grupos de Ellos. Son todos los que no son nosotros. Por eso tenemos que aliarnos con algunos. Existen Ellos que son más Nosotros que otros Ellos. Con ésos tenemos que formar un grupo más grande un SobreNosotros que nos englobe, para poder enfrentar a los otros Ellos, que son muy peligrosos.
Pero no debemos olvidar que los que se alían a nosotros no son de Nosotros, sino de Ellos. En el fondo, también quieren que Nosotros seamos Ellos. Puede que vean a nuestra alianza como un paso adelante para su plan. Hay que tener cuidado. Debemos hacer esfuerzos para diferneciarnos, y para diferenciarlos. Vestir de otra forma, por ejemplo. Así podemos saber bien con sólo echar un vistazo cuáles son de Nosotros y cuáles son de Ellos. Porque no queremos confundirnos. Ellos y Nosotros somos fundamentalmente distintos, pero en el día a día no se nota y si no tomamos medidas preventivas podría ocurrir que nos mezcláramos. Y ellos dejarían de ser Ellos, al mismo tiempo que nosotros dejaríamos de ser Nosotros. No lo podemos permitir. Debemos evitarlo a toda costa. Es nuestra identidad lo que está en juego.

Subte acuático

No me estaba agarrando de nada porque pensaba que no tenía dónde caerme. El subte estaba atiborrado. Si hubiera querido, no habría podido salir. Pero estaba contento de haber entrado, y de estar ya camino a casa después de un largo día. Estaba acostumbrado a esa situación. Ya había desarrollado una serie de estrategias para mejorar  la experiencia, aunque todas involucraban esperar a que se produjera alguna oportunidad.
Me sorprendió, entonces, haber caído al suelo. Incluso mientras estaba pasando no sabía cómo estaba pasando. Aparecí, no obstante, entre los pies de la gente. Quise pararme, pero no era posible. Todo el espacio estaba ocupado por personas. Deduje que cualquier hueco que se había producido, había sido llenado inmediatamente por aquellos que estaban a mi alrededor. En esas circunstancias, las personas ocupan todo espacio disponible, como hace el agua cuando tiene algún lugar más bajo hacia dónde ir.
Tuve que ingeniármelas para salir. Había una sola opción: trepar. Agarrarme de las piernas, rodillas y pantalones para obtener poco a poco una mayor altura. Pero, a medida que lo intentaba, me iba dando cuenta de que no estaba trepando. Estaba nadando.
Ya estaba acostumbrado a nadar entre la gente, pero siempre en espacios abiertos. Era la primera vez que lo hacía en interiores. Debo decir que es un deporte distinto. El nado en una calle como Florida es superficial. Acá estaba nadando en tres dimensiones, como un pez, y eso requería cierta adaptación.
Pero no tenía otra alternativa. Ahí abajo no había mucho aire para respirar, era preciso salir a la superficie y agarrar algún bocado de lo que entraba por la ventanilla cuando el tren se movía. Además, el sudor de la gente se acumulaba cerca del suelo, y si no me apuraba, tarde o temprano me iba a tapar.
Nadar en tres dimensiones es difícil. El agua se corre para hacerle paso a uno, la gente no. La gente tiende a quedarse donde está. Hay que hacer movimientos sutiles para que los que están en el paso se corran voluntariamente, si tienen forma. Siempre pueden acomodarse un poquito. Lo que no preví era que esos movimientos sutiles iban a desembocar en que me acusaran de carterista. Alguien dio la voz de alarma porque vio mi mano cerca de su bolsillo, y no dedujo que estaba nadando. Entonces el gentío se puso turbulento. Se formó una corriente que me llevó, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo y por explicar a los presentes el motivo de mi postura.
Por suerte, este episodio coincidió con la llegada del subte a una estación, y la corriente conducía a la puerta. Me tiraron con violencia, como el mar cuando rechaza con sus olas a los que quieren adentrarse, y casi sin darme cuenta aparecí en el andén. Tierra firme.

Peatones de Once

El barrio de Once es una gran senda peatonal. Los peatones usufructúan a toda hora su derecho de libre tránsito y prioridad de paso. Los conductores de automóviles, cuando entran en el barrio, saben que lo tienen que hacer con precaución. Allí son visitantes. En el resto de la ciudad pueden mandar ellos, pero en Once el peatón es rey.
Las calles son extensiones de las veredas. Los cordones meros accidentes de terreno, poco diferenciables de los otros desniveles que existen en el resto del suelo. Los peatones prefieren caminar por las veredas, que es donde están más cerca de los negocios y sus vidrieras. Pero no todos lo consiguen. Por eso deben desbordar. Ocupan las calles para esquivarse entre sí, y para evitar obstáculos como puestos ambulantes, letreros y motos estacionadas.
También bajan a las calles para cruzarlas. Para acercarse a otros locales que quieren visitar. O para trasladar productos de un lugar a otro. Los autos frenan cuando los ven llegar. Los colectivos tratan de intimidar con su tamaño, pero saben que no tienen posibilidad. Frenarán, y cuando lo hagan serán rodeados por decenas de personas que querrán entrar en ellos. Al mismo tiempo, muchos de los ocupantes del colectivo querrán bajarse, para disfrutar del ejercicio pleno de la movilidad propia que ofrece el barrio.
No siempre fue así. En otras épocas era un barrio como los demás, donde las personas cruzaban las calles por las esquinas. Quedan todavía marcadas algunas sendas peatonales de esa época. Un testimonio de cuál era el lugar que tenían antes los peatones, y de lo lejos que, a fuerza de cantidad, han logrado llegar.