Fin de desarrollo

Bueno, ya está. Ya me desarrollé como persona. El largo camino ha terminado. Llegué. Acá estoy. Se siente bien. Es un alivio, pensaba que no iba a terminar nunca. Ahora ya soy sabio. Sé todo lo que tengo que saber. Soy una persona completa.
A partir de ahora, ya no me voy a desarrollar más. Es hora de usar mi desarrollo. Debo cumplir mi cometido como persona, ahora que ya soy una. Ya no vale la pena que intenten desarrollarme. En su lugar, voy a desarrollar a otros. Yo sí que sé qué es lo que tienen que hacer.
No voy a dudar en informárselo en todo momento. Lo haré con tacto, con toda la sabiduría que supe acumular, para que aprendan. Quiero compartir mi sabiduría. Sé que es bueno hacerlo. No voy a dejar de tenerla porque otros accedan a ella. Pensaría que eso puede hacerme aún más sabio, pero está claro que no es posible. Todo lo que tenía para aprender ya lo aprendí.
Eso no me impide querer un mundo con más sabiduría. O con más gente sabia. Quiero que todos puedan ser como yo. Si yo pude, los demás también. Aspiro a un mundo lleno de sabios. Quiero moverme entre pares.

Número militar

No tengo edad para haber hecho el servicio militar, pero sí me acuerdo de la angustia del día del sorteo. Los varones de quinto año ese día no tenían clases. No podían, era demasiada la ansiedad por servir a la Patria. Cada uno, según su documento y el número que saliera en el sorteo hecho especialmente en el edificio de la lotería nacional, conocería su destino en esa jornada.

Todos querían comenzar rápido la preparación. Habrían estado dispuestos a entrar en combate allí mismo, si era por el bien de la Nación. Pero sabían que las autoridades militares nunca les permitirían ir a batallar antes de recibir el entrenamiento adecuado. Por eso querían arrancar lo antes posible.

Se oían ruidosas celebraciones cuando a algunos afortunados les tocaban los números más altos. Sabían que, mientras más alto el número, mayor era la probabilidad de ser asignados a la Marina, y así tendrían por delante una conscripción de dos años, en lugar de la normal de uno. Es decir que pasarían el doble de tiempo al servicio de la Patria. Muchos llegaban a las lágrimas al darse cuenta de que cumplirían el sueño que tenían de chicos, cuando se vestían con traje de marinero.

Algunos familiares se preocupaban porque lo primero que iban a hacer estos chicos en el mundo adulto era entrenarse en el uso de armas. Aunque los padres lo habían hecho, se unían a las madres en pensar que sus hijos, niños apenas ayer, no estaban preparados para afrontar semejante responsabilidad. Temían por la Patria, porque si quienes la defienden no están a la altura, se corre el riesgo de sucumbir ante las amenazas que rondan por el mundo.

Pero los jóvenes aspirantes a héroes estaban convencidos de su lealtad al país donde habían nacido y crecido. Algunos familiares que tenían influencia ofrecían cambiar el destino por alguno donde la experiencia no fuera tan dura, como las oficinas del ejército, o la banda musical. Pero los flamantes conscriptos se negaban.

—¡Jamás! ¡Estaré allí donde la Patria me necesite!

Se veía por televisión que, en las provincias remotas, jóvenes analfabetos tenían el mismo entusiasmo. Se sabían igual de argentinos que cualquiera, y estaban ávidos de ir a encontrarse con la gratitud de un pueblo que los consideraba iguales y los honraba con su servicio. Por eso festejaban cuando alguien les explicaba que había salido su número. Servir a la Patria era un motivo de gran orgullo.

Pero estaban también los otros. Los que en el sorteo sacaban un número bajo. Eso implicaba que, llegado el caso, no iban a tener la suerte de armarse en defensa de la Nación. Y lloraban. Ellos querían estar ahí, en el frente, en el momento que hubiera que enfrentar a algún fiero enemigo externo o interno. Los desconsolaba no tener la oportunidad de mostrar su valor.

Los familiares intentaban darles ánimo. Les decían que igual podían enrolarse. Pero sabían que no era lo mismo que recibir el llamado. Querían saberse valorados, sentir que pertenecían. Ellos, como todos, también aspiraban a acceder a los beneficios personales que traía el servicio. Porque cuando un joven sirve a la Patria, ella a cambio lo devuelve mejor. Querían desarrollar valores como el orden, la pulcritud, la puntualidad, la exactitud, la higiene y la obediencia incondicional a la autoridad. En pocas palabras, querían hacerse Hombres.

De ahí la tristeza. No tendrían la oportunidad de hacer una experiencia igualmente enriquecedora para ellos y para la sociedad. Y tenían también la extraña sensación de saber que la Patria no los necesitaba para defenderse. Había demasiada gente para eso. Es feo saber que uno sobra.

E pluribus unum

En nuestra empresa solemos hacer las comunicaciones por escrito en plural. Aunque seamos una sola persona, referirnos a nosotros mismos de esa forma da la idea de que hay una organización que respalda al cliente.
Nos referimos en singular al cliente, a pesar de que son muchos. Ocurre que decir “los clientes” sería demasiado general y también iría en contra de la atención personalizada que nos enorgullece. A veces el cliente está conforme con nuestro servicio, y otras veces el cliente se queja. Es porque no podemos satisfacer a todas las personas, y a veces existen los problemas.
Pero cuando el cliente queda satisfecho, a veces nos entrega obsequios, y como piensa que somos varios no envía uno solo. Suele ser una satisfacción, porque el cliente tiende a ser grandes empresas con la posibilidad de hacer buenos regalos.
La desventaja es cuando viene el ente recaudador a inspeccionar la empresa porque piensa que hay empleados en negro. Nosotros insistimos en que no es así y que estamos solos, pero en general toma tiempo para que el ente nos crea. (Decimos “el ente recaudador” para simplificar, en realidad hay varios entes recaudadores, cada uno de los cuales tiene sus propias reglas y sospechas individuales.)
Alguna vez, en épocas de mucho trabajo (en realidad fue una sola época), hemos pensado en tomar una persona para que nos ayudara en las tareas. En ese momento empezamos a dudar de cómo nos tendríamos que referir a ambas personas si fuéramos dos. Usar el plural tendría más sentido, pero no nos convencía, ni nos gustaba perder el juego de palabras que venía satisfaciéndonos desde la fundación de la empresa.
Al final nos decidimos por la medida adulta de dejar de lado el juego y contratar un empleado, o unos empleados. Pero justo en ese momento el país entró en recesión, el trabajo (en realidad, los trabajos) se redujo y apenas nos alcanzaba para mantenernos a nosotros mismos.
Es por eso que, hasta el día de hoy, seguimos siendo uno solo.

Blessed are the cheesemakers

La primera persona que se animó a probar el roquefort merece nuestro reconocimiento. Este anónimo era probablemente un quesero intrépido, inquisidor y, sobre todo, valiente. Este individuo abrió un balde de queso, después de haberlo dejado fermentar durante algún tiempo. Y al descubrir las manchas verdes, no lo tiró a la basura. No protestó porque se le llenó de moho el queso. No maldijo su suerte. En su lugar, se animó a probarlo, y lo encontró no sólo comestible, sino inverosímilmente delicioso.
Quién sabe cuántos otros queseros descubrieron el roquefort antes que él y lo descartaron por defectuoso. Quién sabe cuántos se animaron también a probarlo, y el gusto les desagradó lo suficiente como para descartar todo el proyecto. Tenemos la suerte de que haya nacido este anónimo benefactor de la humanidad, que nos dio un queso distinto.
Claro que la otra cara de esta moneda es preguntarnos cuántos roquefort quedan sin descubrir debido a la cobardía de otros queseros, más propensos a tirar su trabajo a la basura por considerarlo defectuoso. Pero quiero suponer que no son tantos. Que los queseros saben lo que hacen, y por eso nos han legado tantas variedades diferentes de la misma sustancia básica.

Folklore

Folklore es la palabra inglesa con la que denominamos a la música autóctona. La música más nuestra, la que viene desde lo más profundo de nuestra tierra y de nuestro pueblo, y es la expresión de nuestras costumbres más arraigadas. Sin embargo, el folklore (que está compuesto por innumerables géneros) no es muy popular. Otras músicas tienen un lugar más privilegiado. Algunas de ellas también provienen del país, pero no son folklore.
Son pocos los que escuchan folklore, y menos los que son aficionados. Pero está claro que forma parte de nuestra cultura. Todos lo pueden reconocer. Y muchos están al tanto de que es la música más nuestra. Saben que deberían escucharlo, aunque no lo hagan.
La mayor tradición del folklore en Argentina es saber que el folklore es nuestra música, y formar parte del consenso de que todos deberían escucharla. O bailarla. Hacerla formar parte de la vida de cada uno, porque así forjaremos nuestra identidad nacional.

Mis opiniones minoritarias

Sé que no es una opinión muy popular, pero no tengo ganas de ser pobre. No sé, estoy enterado de que tendría que pensar lo contrario. Pero no me sale. Mis impulsos son opuestos. No me sale pensar que la pobreza es una virtud. Me sale querer alejarme no de los pobres, sí de la pobreza. Está claro que los que pensamos así somos una minoría. Me gustaría saber en qué me equivoco.
Por alguna razón, sinceramente, la abundancia me gusta. Me parece algo a lo que vale la pena aspirar. No el desperdicio que a veces va con la abundancia. Eso no. Pero se me ocurre que tal vez tener muchas opciones para elegir puede ser algo bueno. Tengo claro que eso no es lo que piensan los que tengo alrededor. Pero qué sé yo, no me han convencido.
Es, tal vez, un instinto del que tengo que salirme. En una de ésas no lo pensé suficiente, y una vez que lo haga voy a preferir lo que prefieren los otros. Las cosas obligatorias, las elecciones fáciles de cuando hay una cantidad limitada de opciones. No sé. El instinto me dice lo contrario. Me dice que está bueno, por ejemplo, tener plata para comprar distintas cosas. Para no tener que estar eligiendo todo el tiempo. No me pide un uso irresponsable, para nada, pero capaz que igual soy irresponsable cuando quiero tener cosas.
Las posesiones son algo que hay que rechazar, lo sé, pero a mí me cuesta. Me gusta tener objetos. No cualquier clase de objetos, claro que no. Algunos, de todos modos, sí, y puede que no sean objetos absolutamente necesarios para la vida. Son gustos que me quiero dar. Durante algún breve momento tal vez hagan más alegre mi existencia.
Y sí, entiendo que si mi existencia se alegra con la posesión de algún objeto material, tal vez algo falle en mi persona. Pero no sé, por ahora no los puedo evitar. Soy humano. Igual voy a seguir trabajando en mejorarme a mí mismo, así un día, tal vez, puedo llegar a ser como ustedes.

Consumo de la gilada

La gilada está convencida de que las cosas que escucha no son creíbles. Son para que se las crea la gilada. A la gilada, en cambio, no la agarran. Sus miembros saben que son lo suficientemente sagaces como para darse cuenta de que existen las mentiras. Entonces no se creen lo que escuchan. Lo escuchan, sí, pero para saber qué es lo que va a creer la gilada. Y prepararse para creer algo distinto.
A partir de lo que la gilada escucha para consumo de la gilada, saca sus propias conclusiones. No siguen el camino que sugiere el discurso que llega a ellos. Siguen el otro. El que su análisis les indica que es la alternativa. Y lo entienden. Se dan cuenta de por qué la gilada debe creer lo que ellos escucharon. La gilada no está tan preparada como ellos para lidiar con las verdades que han sabido decodificar.
A veces se preguntan cómo es posible que haya tanta gente que se crea esas cosas claramente falsas. Pero ellos saben que están en una posición de privilegio. La gilada está convencida de que no pertenece a la gilada. Y de que es peligroso que la gilada acceda a cierta información, o tome decisiones. Porque la gilada, por definición, no es capaz de tomar decisiones bien pensadas. Por eso hay que guiarla. La gilada entiende muy bien este concepto. Lo aprueba, y está lista para participar. Ayuda a difundir lo que la gilada debe creer, porque sabe que hace falta ayuda. Es muy difícil llegar a toda la gilada. Es más grande de lo que parece.

Explicar este mundo

El mundo es grande y complejo. Ocurren fenómenos que no estamos en condiciones de comprender del todo. Pero igual lo intentamos. O yo lo intento. En algún lado tengo la idea de que voy a poder entender, en algún momento, cómo funciona el mundo. Sé que es imposible, pero eso no es motivo para abandonar la búsqueda. La cantidad de variables, aunque enorme, es necesariamente finita. Aunque sé que no voy a poder solo, por lo menos puedo hacer aportes para que, tarde o temprano, la humanidad se acerque a explicarlo todo.
Hay cosas fáciles de comprender, cosas difíciles. A veces lo que parece está peleado con lo que es. Se requiere análisis, detenimiento, pensar cosas distintas. Y voy encontrando respuestas, que a su vez me iluminan para generar nuevas preguntas, preguntas que nunca se me habían ocurrido. Siento, entonces, un avance que me anima a seguir.
A veces, sin embargo, me choco contra misterios que sé que nunca voy a poder resolver. ¿Cómo se puede explicar un mundo en el que existe el alfajor de fruta? Acumulo experiencia, lecturas, estudios, conclusiones, y mientras hago todo eso, distintas fábricas elaboran alfajores rellenos con mermelada indefinida. Pero no es eso lo que requeriría explicación. Eso es fácil de explicar: la gente experimenta. Lo que no se puede explicar es que los alfajores de fruta tengan mercado. Existe gente que va voluntariamente a los quioscos y pide un alfajor, no de dulce de leche, no de mousse, sino de fruta. Se animan a hacerlo. No les importa si los van a mirar mal. Y no sólo piden, sino que consiguen. En el quiosco hay alfajores de fruta esperándolos.
Después van y se los comen. Puede ser que no todos los coman. Es posible que alguna gente crea que sus hijos o nietos tendrán mejor salud si comen un alfajor de fruta. Después de todo, tiene fruta, y la fruta hace bien. Eso lo puedo entender. Y puedo entender también que esa gente interprete la resistencia de los destinatarios como un obstáculo superable con educación, similar al de las verduras.
Sin embargo, he visto personas que además de comprar un alfajor de fruta, lo comían. Y no sólo eso: hacían como que lo disfrutaban. Y no era el último alfajor disponible. Era exactamente lo que querían. No entiendo cómo puede ocurrir eso, y creo que nunca lo voy a entender.
Vivimos en un mundo donde hay alfajores de fruta. También hay volcanes y terremotos, pero ésos son hechos de la naturaleza que no se producen por voluntad de nadie, al contrario que los alfajores de fruta. Tal vez un día entendamos todo lo que tiene que ver con terremotos. Puedo tener esperanza en eso. Pero los alfajores de fruta me matan la esperanza.

Ratas de universidad

Día y noche, los pasillos de las universidades públicas son recorridos por las ratas más cultas del mundo. Viven toda su vida en el ambiente académico, sin imaginarse que existen otras ratas, iguales a ellas pero sólo con el aprendizaje que da la calle. Las ratas universitarias, en cambio, se dedican a absorber la cultura que está a su alrededor.
Crecen en el mejor ambiente posible. Un lugar donde el saber y la basura circulan con la misma libertad. Donde la mugre primordial da paso a la iluminación. Un lugar donde las ratas se pueden juntar, mezclar, conocer. Descubrir, y descubrirse.
Asisten a las clases a través de pequeños huecos en las paredes. No temen ser vistas. Saben que la universidad pública nunca las excluirá, a pesar de los esfuerzos de algunos sectores para erradicarlas. Los días que no hay clases, pueden pasear libremente por las bibliotecas y devorar los libros que reúnen el saber.
Lamentan los feriados, cuando la universidad queda desierta. Prefieren el movimiento, el vértigo que las mantiene ocupadas. Sus vidas son cortas. No tienen tanto tiempo para perder. En esos días hay menos comida, se acumulan menos residuos para hurgar en los recreos. Entonces muchas ratas aprovechan para salir de la universidad a recorrer el mundo. En general se encuentran con que el conocimiento obtenido no les sirve para sobrellevar la vida afuera. Pero les queda el instinto de ratas, que permite que la mayoría vuelva a tiempo para la reanudación de las clases.
No tienen temores. Las ratas saben que están seguras en el edificio. Siempre hay muchas más ratas que humanos. Nunca las podrán eliminar aunque quisieran.
Ni siquiera tienen miedo a los días de desratización. Están preparadas para esa contingencia. Se tienen que esconder mejor que habitualmente. Y como esos días suelen ser a continuación de feriados largos, suele haber más espacio para las que se quedan.
Han sabido hacerse su espacio. Saben que la clave está en la perseverancia, en pasar desapercibidas. Circular, mezclarse entre la gente sin que su presencia se note. Hacer su vida sin dejarse contaminar por las otras alimañas que también pueblan la universidad.
Las ratas mayores son las que más tiempo han pasado en la universidad, y por lo tanto las más sabias. No sólo tienen conocimientos académicos. También aprendieron a sobrevivir en ese ambiente. La universidad pública, además de un hogar, les dio resistencia. Conocen todos los recovecos. Saben los caminos más eficientes para escapar en caso de encontrarse con alguien que se oponga a su presencia.
Las ratas viven felices en la universidad pública, y la voz se corre entre las otras ratas. Muchas aspiran a un lugar ahí. El ingreso es muy competitivo. Técnicamente no hay restricciones, cualquier rata puede entrar. Pero las que están saben que no es bueno que el número aumente demasiado. Su presencia se notaría. Entonces ponen trabas. Sólo logra entrar a la universidad pública una elite formada por las ratas más perseverantes. Las que, una vez adentro, saben apreciar el lugar que se ganaron.

Soy rico pero honrado

Soy rico pero honrado
todo lo que tengo lo conseguí en buena ley
no le robé nada a nadie
nunca me interesó tener plata
la necesito para poder comprarme cosas
eso sí me interesa
y me requiere tener plata
porque no las regalan
eso es lo que me permitió hacerme rico
mis cosas la vendo
las hago plata
y después compro otras cosas
algunas me las quedo
otras no
el asunto es saber qué comprar
qué vender
y cuándo
se puede hacer sin perjudicar a nadie
ya sé que no todos los ricos son así
algunos no son de fiar
varios son peligrosos criminales
otros tienen apariencias intimidatorias
entiendo el prejuicio
sé por qué algunos tienen reparos cuando ven un rico
pero en mi caso no es así
espero que se den cuenta
la mía es una riqueza digna.