Coincidencias

Hay gente que quiere descreer de las coincidencias. Sostienen que no existen. Que lo que vemos como coincidencias en realidad son señales. Hay una razón por la que suceden. Debemos leerla, interpretarla, porque son un mensaje que nos está siendo enviado.
Es la presunción de existencia de un orden cósmico absoluto, que gobierna hasta los detalles más pequeños, pero que igual concede el libre albedrío. Y además, ese orden cósmico está interesado en nuestras vidas, nos da pistas acerca de cómo vivirlas y nos concede oportunidades que debemos ver como tales.
Muchos operan mediante esta forma de pensar y actúan en consecuencia. Les puede ir bien o mal, y si les va mal se puede explicar por el lado de que entendieron mal la coincidencia que interpretaron.
Pero la presencia intencional de coincidencias no es una idea que me resulte atractiva. Me parece más bien algo perversa, si es que son manifestaciones de una inteligencia externa o cósmica. No quiero estar sujeto a alguien o algo que es capaz de controlarme todo, incluso las acciones que llevan al surgimiento de coincidencias. Siento que eso no me dejaría ser libre.
Igual me atraen las coincidencias. Cuando se producen, a veces impresionan. Es muy tentadora la idea de leerlas como una señal de la presencia de alguien benevolente. Puedo entender que muchos elijan hacer eso. Pero para mí es mucho más enriquecedor verlas como verdaderas coincidencias.
Son actos del azar de los que soy testigo, también por azar. Están ahí, tal vez sin ser vistas hasta que las descubro. Tientan a sacar conclusiones. Pero al ser actos del azar, las conclusiones no están predestinadas. Podemos decidir lo que les hacemos significar. Y podemos hacerlo en forma consciente, sin atribuir a la coincidencia la responsabilidad de nuestros actos posteriores. Seguimos siendo nosotros los que decidimos, y usamos a las coincidencias para ayudarnos a tomar nuestras decisiones, sabiendo que somos nosotros los que lo hacemos.
Las coincidencias son una oportunidad de generar sentido. Podemos interpretarlas, pero no hay que leerlas. Hay que escribirlas.

Humor sucio

El chiste por el chiste en sí mismo puede ser una experiencia maravillosa. Un chiste bien construido no necesita más que esa construcción. Los elementos que hacen que sea gracioso son el esqueleto del chiste, y no se necesita nada más. Es perfectamente suficiente y razonable parar ahí.
Sin embargo, cada vez más gente está tratando de agregar elementos. Construyen chistes, y no les parece suficiente el chiste en sí. Necesitan que haya otra clase de ingredientes. Necesitan comentario social, sátira, cargar a alguna persona, insinuaciones sexuales, o todo eso. Y el chiste se opaca por todos los agregados, al punto que muchas personas lo dejan de ver como un chiste.
El humor se contamina con contenido. A veces, es cierto, el contenido permite que el humor brille más. Otras veces, el humor es un accesorio del contenido que estaba. Pero si el objetivo es humor, no es necesario contenido. Es necesaria sólo la construcción.
Es difícil. Muchos no saben hacerlo. Muchos más creen que saben hacerlo. El oficio del humor no tiene reglas fijas, y cambia a través del tiempo, incluso de chiste en chiste. Algunos se quedan con fórmulas que encontraron que funcionaban, y con el correr de las décadas van siendo cada vez menos efectivas. Entonces compensan con contenido.
El público se impresiona. El humor que recibieron también venía con lecciones para la vida. Reflexiones para masticar. Cuestionamientos al orden establecido. Todo eso está muy bien, pero no es el humor. El humor es otra cosa. Es necesario tener en cuenta. Si para hacer un chiste debe tergiversarse la realidad, está permitido. Lo mismo si debe llegarse a conclusiones falsas, o que no son de la opinión del humorista. En estos casos, si el creador de chistes se abstiene de hacerlos, ha fallado en su misión.
Los chistes tienen su lugar. Pueden ir de tema en tema sin modificar su estructura básica. Pueden modificar el contenido, sí, porque hemos dicho que el contenido no es el chiste. Pero el chiste en tanto construcción humorística es trasladable.
No siempre parece. Hay gente que sabe esconderlo muy bien. Hay humoristas que tienen un solo chiste en su repertorio, y han construido carreras longevas que consisten en encontrar nuevas aplicaciones para ese mismo chiste.
Esas personas no deberían llamarse humoristas. Humorista es el creador de chistes, no el que los coloca en otro lado. Del mismo modo, sastre es el que hace la ropa, no el que se viste con ella, ni el que viste a varias personas con la misma prenda.
Tratemos de identificar bien lo que vemos y hacemos. Sepamos qué es y qué no es el humor. No lo confundamos con el colorido, que son las parafernalias que nos distraen para que no prestemos atención a la estructura, y así nos pueda sorprender.
El humorista se parece al mago. Debe construir trucos, desviar la atención del público, manejar su expectativa, y rellenar con todo el contenido necesario para poder hacerlo.

Usted está aquí

Siempre admiré la coordinación que hay que tener para colocar carteles de “usted está aquí”. En todo parque grande, o espacio más o menos complicado, hay mapas colocados estratégicamente. Son necesarios varios pasos para que estos mapas funcionen bien.
El primero es tener un mapa. Una buena representación gráfica, que al prestar atención pueda dar una idea de los caminos que hay para llegar a los diferentes destinos. No es fácil, aunque es razonablemente simple.
El segundo requisito es elegir bien los lugares donde serán colocados los mapas. Muy juntos es un desperdicio. Muy lejanos y es inútil. Debe elegirse lugares donde estén visibles, donde el público pueda tener algún tipo de confusión, y donde no sean bloqueados por nada que se coloque adelante.
Cuando se eligen los lugares, es hora de mandar a hacer cada mapa con el lugar ubicado impreso. El punto donde el visitante se encontrará cuando lea “usted está aquí”, y que hará verdadera esa frase (aunque sólo dentro del sistema de representación de un mapa). Si los lugares están mal elegidos, los mapas impresos se desperdiciarán.
Por último, es importante que el equipo que coloca los mapas sepa lo que está haciendo. Para esto es necesario que se ubique. Puede ser con un GPS, si se trata de un lugar abierto, aunque en otras épocas no había GPS y los mapas igual estaban bien ubicados. Los colocadores, que están especializados, pueden incluir a alguien que conozca el lugar de memoria, o pueden llevar un mapa de mano, que les permita discernir dónde están para colocar el cartel que indique para siempre que allí es donde están los demás.
Deben también tener mucho cuidado. Como lo lógico es que varios mapas sean colocados en el mismo acto, es necesario fijarse bien que cada uno esté puesto en el lugar correcto, de manera que los visitantes no se vean confundidos por mapas que indican que usted está donde no está.
Es por eso que admiro a los equipos que logran colocar bien estos mapas. Me pregunto cuántos intentos les tomará. Cuántos mapas impresos, o pintados en chapa, han debido ser descartados porque no fueron a parar al lugar correcto.
También quiero hacer notar que hay otro método más fácil: hacer varios mapas iguales y colocar stickers que digan “usted está aquí”, una vez que son colocados. Pero este método carece de planificación. Por temor a errores en esta cadena de información, el cartel se hace más débil, dependiendo su exactitud directamente de los operarios que los colocan. Es una salida inelegante. Y cobarde.