Con gran humildad

Con gran humildad, acepto el honor que me es conferido. Me cuesta hacerlo, debido a mi gigantesca humildad. Es la humildad más grande que se haya visto. Lo primero en mí es la humildad, porque sin ella, no somos nada. Entonces, teniendo en cuenta tamaña humildad, me veo en la disyuntiva de aceptar este reconocimiento a mi humilde labor. Por un lado quiero aceptarlo, porque siempre es bueno ser reconocido. Pero por otro lado, mi humildad me lo impide. Lo hace por dos razones. Una es que una persona humilde no debe andar buscando elogios. Y la otra es la sensación de que es un reconocimiento insuficiente para lo que es mi humildad.
Sin embargo, ¿qué es más humilde? ¿Aceptar lo que ustedes me ofrecen, y mostrarme como alguien que acepta la limitada humildad que se me adjudica, o rechazarlo por humildad? Si lo rechazara, podría quedar como alguien que no quiere recibir estos honores, pero una persona humilde no deber hacer esas consideraciones. Y, como les he dicho, no se puede ser más humilde que yo. Entonces no me fijo en eso.
En lo que sí me fijo es qué efecto podrán traer mis actos de humildad. Es posible que mi aceptación de una humildad limitada deje muy clara la diferencia entre mi verdadera humildad y la que se me reconoce. De esta manera, mi humildad sería humillante. Generará en ustedes una humildad proporcional, y con esa acción contribuiré a acrecentar la humildad en el mundo.
Es por eso que acepto, con semejante humildad, el honor que ustedes me brindan.

El género del mosquito

Habitualmente nos referimos a “los mosquitos”, cuando está muy claro que quienes buscan incansablemente nuestra sangre son las hembras. Es decir que masculinizamos el género conscientemente. Es por una cuestión cultural. Estamos acostumbrados a que en español los plurales mixtos se masculinizan. Es una de las reglas del lenguaje. Podría cambiar con el tiempo, pero está establecida así y todos la entienden. Podría imponerse, por ejemplo, el plural femenino como un genérico igual que el masculino, y así habría igualdad de plurales. Sin embargo, eso no ha ocurrido, y lo femenino tiene un plural para sí mismo, que el masculino debe compartir.
Sin embargo, no es el caso de los mosquitos. No hay una manera práctica de hablar de las hembras de los mosquitos, sin tener que tomarnos el trabajo siempre de aclarar exactamente eso. Si dijéramos “las mosquitas”, podría entenderse que hablamos de moscas chicas. Si inventáramos algo como “las mosquitos”, esa frase haría ruido al lector, que se concentraría más en la aparente contradicción de género que en lo que se está diciendo.
Pero esta cuestión gramatical no debe hacernos pasar por alto un detalle importante. No se trata de un problema de género. Se trata del nombre del animal. En el trato habitual, no lidiamos con mosquitos machos. Y si lo hiciéramos, sería muy necesario aclarar que se trata de uno, a pesar de que el género así parecería indicarlo. Es porque, en cuanto a los mosquitos, se ha trascendido el mero género. Hemos dado a las hembras de esa especie el nombre “mosquitos”, independizando así el sexo del género gramatical. Cada vez que decimos “los mosquitos” estamos hablando de hembras, y lo sabemos, y así liberamos el lenguaje de las ataduras sexistas que lleva en su tradición.
Del mismo modo, cuando hablamos de “las moscas”, estamos también incluyendo machos a pesar de que el nombre es femenino. Y ni moscas ni mosquitos son menos machos ni hembras por que los llamemos así. Son como son, y no se hacen problema por lo que digan los demás. Sí por lo que hacen, porque deben estar alerta a la posibilidad de movimientos fatales contra su individualidad, pero no por ella en sí, sino por su naturaleza de moscas o mosquitos.
Desde aquí se usa el lenguaje en forma consciente, con el cuidado de saber qué se está diciendo y de qué se está hablando, de manera que el lenguaje se vaya enriqueciendo a partir de la sabiduría compartida por todos.

El hombre debe hablar fútbol

El hombre debe hablar fútbol. Es fundamental para poder desenvolverse en un mundo de hombres. Todos esperan que entienda ese idioma. Si no lo hace, lo mirarán mal. Será marginado de la sociedad, porque está fuera del lenguaje de los hombres.
No es necesario saber todo. No hace falta conocer la actualidad, los jugadores de ahora, cómo salió Boca el domingo pasado. Eso sólo les importa a los que les importa.
Lo necesario es entender el idioma, para poder comunicarse con sus pares. Poder retrucar, entender cuando la conversación, no importa de qué se trata, empieza a usar términos o conceptos futbolísticos.
Un poco de cultura general futbolística permite defenderse, ganarse el respeto de los hombres. Una vez logrado, no molestarán. No considerarán las actividades que uno haga como sospechosas. Porque, al demostrar que se habla fútbol, uno se incluye, es considerado, para siempre, “uno de nosotros”.

A es por Apple

A es por Apple
Ante es por Garmaz
Bajo es por Nivel
Cabe es por Eskabe
Con es por Trabajo
Contra es por Calabró
De es por Por
Desde es por Hoy
En es por Tres
Entre es por Aquí
Hacia es por África
Hasta es por Yocasta
Para es por Stop
Por es por Por
Según es por Duda
Sin es por Pisingallo
Sobre es por Correo
Tras es por Descenso

Escribo siempre la misma frase

Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Después de un rato de escribir la misma frase, tengo un bloque de texto con espacios que forman columnas huecas. Las eles minúsculas forman pilares que unen todo lo posible cada renglón. Si escribo suficiente, la primera instancia de la misma frase desaparecerá. Nunca volverá a verse. Es reemplazada por una exactamente igual, que tiene abajo otra igual a la que tenía abajo la primera, que es la misma que está primera ahora. Las frases son partículas intercambiables. La ausencia de la primera no se nota. No vuelve más abajo. Las frases nuevas, aunque son iguales, cargan con todo el peso de las frases anteriores, también iguales. No es lo mismo leer las primeras catorce instancias que leer de la segunda a la decimoquinta. Parece lo mismo, y la experiencia que uno tiene es exactamente igual, pero estamos dejando afuera, sabiéndolo o no, a la primera de todos. La que no era igual a ninguna anterior, y que después se vio repetida. Pero después, de tanto ser repetida, pasó a ser una más. Nada la diferencia de las que la sucedieron. Es como la primera gota de un vaso de agua. Después se mezcla entre el agua que forma el vaso. Y si uno la saca, el vaso sigue estando exactamente igual. Nadie se da cuenta de que le falta una gota, ni de cuál gota es la que le falta. La gota se queda afuera, ya no es pionera, es sólo una gota que está ahí, manchando el mantel. Hay que pasar un trapo para que se la lleve, mientras el resto del vaso sigue ahí, radiante, mientras no le saquen suficientes gotas como para dejar de ser un vaso de agua y pasar a ser sólo un vaso.

Hipótesis

Mi hipótesis es que todos tienen una hipótesis, y a partir de esa hipótesis se van a formar nuevas hipótesis. Las hipótesis serán todo lo compatibles entre sí que puedan ser, aunque hay elementos que hacen superar cualquier hipótesis. Mi hipótesis será una de ellas, basada también en mis hipótesis previas, por supuesto, y no menos válida en principio que ninguna otra hipótesis.
Está bien aclarar que no hay que descartar ninguna hipótesis, aunque esto no es tan cierto. Hay hipótesis que pueden ser descartadas muy rápidamente. Eso no impide que sigan vivas. Las hipótesis son sostenidas por todas las personas mientras tengan alguna manera de sostenerlas.
Quiere decir que una de las hipótesis de muchas personas es que sus hipótesis no son hipótesis, sino hechos. No se dan cuenta de que el mundo está hecho de hipótesis, y que es casi imposible confirmarlas en un 100%. Sólo se puede ir más allá de la duda, o de la duda razonable, pero eso no es una confirmación de cada hipótesis. Es más bien una nueva hipótesis, de que la hipótesis al ser verdadera ya no es hipótesis.

Producto de la sociedad

Cada vez que escribo algo, se refleja el espíritu de mi tiempo. Yo no quería eso. Prefería reflejar mi espírito. Pero no puedo evitarlo, porque soy un producto de mis tiempos. Soy un producto de la sociedad. Lo que escribo es un producto mío, y por lo tanto es un subproducto de las circunstancias que me llevaron a escribirlo. Quiere decir que es la sociedad la que escribe lo que parece que escribiera yo. Soy un simple agente.
Un agente involuntario, eso sí. Porque lo que la sociedad quiere que escriba se interpone entre mí y lo que quisiera escribir. Se hace pasar por lo que me interesa. En realidad yo no querría estar escribiendo estas palabras. Son las que ustedes, a través de un formidable aparato cultural, me imponen.
¿No les da vergüenza? ¿Por qué le tienen tanto miedo a la expresión individual? Dejen de homogeneizar la cultura. Incluso, dejen que la cultura nos abandone. Así podremos tener cada uno la propia. Imagínense, siete mil millones de culturas en el mundo, en lugar de unas pocas. Cada persona sería valiosa por sí misma. Pero no. En cambio, acá estoy, contribuyendo a una sociedad en la que me encuentro, sin haber elegido estar. Y sin escape, porque lo único que puedo hacer es irme hacia otra sociedad. O escaparme a una isla remota. Pero si hago eso, igual llevaré conmigo la sociedad que me produjo. Y voy a seguir operando como me indicaron desde muy chico.
Lo úunico que me queda, entonces, es estar acá, tratando de escribir lo que me sale de más adentro, en lugar de lo que la sociedad me impone. Pero es la sociedad la que me rodea con lenguaje, y sin eso no hay escritura. Y además, si llego a escribir en un idioma raro, o inventado, o sin coherencia, nadie leería lo que escribo. Y entonces mi expresión genuina sería un desperdicio.

Canillas públicas

Las canillas de los baños públicos siempre son un misterio. Una aventura que nos espera a cada paso. Están pensadas para hacernos ejercitar el cerebro, además de las manos. Al llegar al sector de lavado, se nos presenta un misterio: ¿cómo hacer salir el agua? Hay muchas opciones y pocas pistas.
Tal vez haya que estar cerca. O mover la mano. Debe haber algún sensor. Lo que parece un grifo no se mueve. Será necesario reconstruir la lógica del diseñador de interfaces sanitarias. Meterse en la mente de las demás personas. O ver si aparecen otros que sepan cómo hacer. En caso de ser varios, será de gran utilidad el trabajo en equipo. Probar distintas alternativas para dar con la adecuada, que todos disfrutarán.
El agua está ahí, tarde o temprano saldrá de la canilla. Sólo hay que saber cómo. El sistema fue pensado por alguien con la idea de hacerlo más fácil e higiénico. Se puede confiar, por más que no se hayan dado cuenta de dejar instrucciones. Es intuitivo, sólo que para la intuición de los demás. De todos modos, siempre viene bien un desafío. Ayuda sentirse bien. Es mucho mejor salir del baño luego de superar una dificultad, que hacer uso de las instalaciones sin reparar en su mecánica.
Sólo mentes sagaces tendrán manos limpias.

Paz a la banana

Me gusta la banana. Disfruto saborearla de una punta a la otra. Y hay gente a la que eso le parece gracioso. Son malpensados. O en realidad no. Han sido impregnados por una cultura con idea fija, que no permite disfrutar de la palabra o del concepto banana sin asociaciones innecesarias.
Se entiende el concepto. Es un traslado bastante lineal, que cansa. Sí, la forma de la banana es sugestiva. Fenómeno. También la forma de los pepinos, los lápices, los tornillos, los fusibles, los obeliscos, los cohetes, los enchufes, las velas, los dispositivos USB, los mástiles, los caños, los micrófonos, las salchichas, los ruleros, las tarariras, los trofeos, los trenes que entran en túneles, los ejércitos, las llaves, las antenas, los aviones, los autos, las armas de fuego, las pelotas de fútbol, los parantes, los aparatos políticos, los bastones.
Todo elemento cilíndrico o que pueda ser insertado dentro de otra cosa resulta fálico. Es un fenómeno social o cultural que no se puede evitar. Pero no tendría por qué ser tan automático, al punto que no se puede comer una banana sin que la gente ponga caras o se ría. Lo único que quiero es tomar una banana en mis manos, pelarla y disfrutar de su sabor, bocado por bocado, sin que eso necesariamente implique el deseo de felar a un señor caucásico.
Pero no puedo, porque la gente comenta cosas que no son. Los que tienen la idea fija son los demás, no yo. Revela una gran falta de imaginación por parte de la sociedad, porque atribuyen a los objetos significados prefabricados, y lo consideran una ocurrencia. En cambio, a nadie se le ocurre no atribuir nada, y dejarnos en paz a los que lo único que queremos hacer es comer inocentes bananas.
Menos mal que no toco la flauta.
(publicado previamente en Revista Blog)

Diálogo con un americano

—¿De dónde sos?
—Soy americano.
—¿Sos de Estados Unidos?
—No, ¿por qué habrías de pensar eso?
—Porque acabás de decir que sos americano.
—¿Y qué tiene que ver? ¿Desde cuándo son los dueños del continente?
—Está bien, pero es un uso corriente. Convengamos en que el país se llama igual que el continente, así que el gentilicio es razonable que sea el mismo.
—¿Cómo es eso?
—Es que a los nativos de los Estados Unidos Mexicanos los llamamos mexicanos, es lógico que a los de Estados Unidos de América los llamemos “americanos”. Y si los llamamos “estadounidenses” también estamos en problemas porque podríamos confundirlos con los mexicanos y, antes, con los brasileños.
—Es lo que pasa cuando los países no tienen nombre.
—Es que sí tiene nombre, se llama igual que el continente. De la misma manera que Sudáfrica queda en el sur de África, por lo que podemos llamar a sus nativos sudafricanos, y podemos hacer lo mismo con los que nacieron en Lesotho.
—OK. Igual hacete la idea de que no sólo los que nacieron en Estados Unidos de América son americanos. ¿Está bien?
—Está bien. Y, seré curioso, ¿de qué parte de América sos?
—Soy de Argentina.
—Ah, qué bien, de las Provincias Unidas. ¿De dónde?
—De Buenos Aires.
—OK, sos porteño entonces.
—¡No! Soy de la provincia de Buenos Aires, no te confundas la ciudad con la provincia. No seas ignorante.
—Bueno, está bien. Lo que pasa es que estamos ante el mismo caso que antes, la ciudad y la provincia tienen el mismo nombre. ¿De qué parte de la provincia sos entonces?
—De una ciudad chica en el partido de Rivadavia.
—¿Y cómo se llama la ciudad?
—América.