Texto doble y texto triple

Todos los textos son dobles. Está el texto escrito y el texto leído, que no son la misma cosa. Cada texto son dos, que pueden ser muy similares y hasta iguales, pero están separados por una capa de tiempo, espacio y mente.
No existe el texto simple. O sí existe en forma inútil. Es el texto sin lector, que podría no existir y sería lo mismo. Es casi un absurdo la noción de texto de una sola capa.
En muchos casos los textos son bañados con las aspiraciones de quien los lee, o quien los escribe, que les hacen decir cosas que no dicen. Les dan otro sabor, distinto de lo que les da la estructura. En muchos casos es ese sabor el que el lector, o el escritor, busca en el texto. Lo demás está para proveer sostén al sabor.
Es que los textos se parecen mucho a los alfajores. Sobre todo los textos buenos, los más redondos. Se pueden leer rápido. Algunos tratan de saborearlos, de hacerlos durar, pero un texto bueno suele agotarse antes de saciar al lector. Leerlo dos veces, sin embargo, equivale a comer dos alfajores iguales, es demasiado, es muy empalagoso. Conviene la variedad.
Además de la variedad, es recomendable la calidad. Los mejores textos son artesanales, aunque se usen materiales modernos en su confección. Un texto que podría ser escupido por una máquina puede ser disfrutable, pero cuando se lee uno realmente bueno se nota la diferencia.
Hay ciudades que tienen gran tradición literaria, y que cuando se las visita es menester volver con una buena selección de libros. Pero hay que tener cuidado, porque en esas ciudades hay también trampas turísticas que venden cualquier cosa, amparados en la tradición de la ciudad. En cualquier lado es necesario saber lo que se compra. Igual, es cada vez más fácil comprar en cualquier parte textos de cualquier otra.
Por eso son necesarias las traducciones. Pero su existencia genera un efecto. Ya no es un texto doble. Está lo que escribió el autor, lo que interpretó el traductor y lo que lee el lector. Es un texto triple por lo menos, y en el medio hay capas de distintas cosas, que varían según el texto y la traducción.
Los textos triples, al igual que los alfajores, proveen un sinnúmero de texturas diferentes y las personas, cuando los prueban, siempre quieren más.

Nombres descriptivos

Cuando se inventó el automóvil, no se usó demasiada creatividad para ponerle un nombre. Sólo era una descripción de lo que la máquina hacía: moverse sola. Resultó un nombre exitoso porque precisamente ésa era la novedad. Aunque lo que fue exitoso no fue necesariamente el nombre sino el invento. Seguramente hubiera vendido la misma cantidad si se hubiera llamado “sinequino”, “terteo” o “Rodolfo”.
La costumbre de ese nombre siguió siendo adoptada en muchos artefactos de uso cotidiano, como el lavarropas o el quitaesmalte. Aunque no sea creativo, es innegablemente un recurso muy práctico.
Otra consecuencia de la invención del auto fue que la velocidad alcanzada generaba una corriente de aire molesta para el conductor y los acompañantes. Entonces se incorporó al invento un vidrio transparente, que permitía ver adelante y, además, paraba esa inconveniente brisa. Se le puso, entonces, el nombre “parabrisas”.
El parabrisas, sin embargo, pronto tuvo sus propios inconvenientes. Se ensuciaba, sobre todo los días de lluvia. Fue necesario inventar un dispositivo para limpiarlo. Y así como el lavarropas lava la ropa, para limpiar el parabrisas se usa el “limpiaparabrisas”.
Todos estos inventos fueron muy exitosos, porque eran necesarios. Nadie quiere comprar un limpiaparabrisas, pero para tener un auto se necesita parar la brisa y ver a través del dispositivo que lo hace. Entonces el limpiaparabrisas se volvió estándar en todos los autos.
Pero no se terminaron con él los problemas. El limpiaparabrisas también se ensucia. Entonces los autos empezaron a venir con un dispositivo para lavarlo. Se denomina “lavalimpiaparabrisas”, pero se lo conoce informalmente como “sapito”.

Teoría de la lengua

Los teóricos lingüísticos están abocados a las tareas de análisis de los diferentes lenguajes que se hablan en la Tierra. Estudian sus relaciones, sus difrencias, sus similitudes, tratan de establecer cómo era la lengua madre, si existió, de la que descienden todos los idiomas actuales. Es una tarea monumental, que no será completada en mucho tiempo.
Por otro lado, ése es un estudio menor, comparado con lo que se puede saber sobre la estructura de los lenguajes en sí misma. Al estudiar los pensamientos que se traducen a lenguajes, se observa un proceso de transformación. Todo lenguaje es metáfora, se dé cuenta o no quien lo ejecuta.
La metáfora es la esencia del lenguaje. Sin ella no hay habla, sólo una rudimentaria abstracción. El hombre lo ha estado haciendo durante milenios. Es muy difícil encontrar los puntos de partida.
Lo que se busca es la metáfora madre. Aquella de la que parten todas las otras metáforas, las que permiten entender el mundo todo. Hay dos corrientes principales. Una sostiene que no existe, la otra que sí. Y esta última está empeñada en encontrarla. Una vez hallada, afirman, no habrá necesidad de otra. La metáfora madre acabará con todos los lenguajes.

Soy una cita

Soy una cita
una sola
de algo que escribió otro
estoy aislada
fuera de contexto
con un significado distinto
del que tenía
antes era parte de un todo
ahora soy un todo incompleto
extraído del todo más grande
soy más visible
pero soy descartable
quiero volver a formar parte de algo
pero no quiero volver al texto original
no me interesa revivir el pasado
quiero aventuras
integrarme con otras citas como yo
mezclarme
interactuar
otorgar nuevos significados
y que me los otorguen a mí
para disfrutar
ser una cita
quiero intertextualidad.

Dos puntos de autoridad

Cuando te mando una carta, o un mail, prefiero seguir tu nombre con una coma. Como se hace en inglés. Pero no porque me interese escribirte o pensar en inglés. Es porque la coma es mucho más amistosa. La coma es como si te codeara ligeramente, para llamar tu atención. Es un signo dicharachero, juguetón, que está al servicio de las palabras que la rodean. Con un mínimo de trazo, se encarga de establecer los sentidos. Y no se hace la importante. No pide, como el punto, que después se use una mayúscula. La coma se adapta a todo.
Los dos puntos, en cambio, son otra cosa. Es cierto que no piden mayúscula, eso lo voy a reconocer. Pero tienen otra manera de darse importancia. Los dos puntos son una especie de grito militar. Una indicación de que se viene una orden. Es necesario prestar atención a lo que sigue, porque está dirigido a la persona que se indica con los dos puntos. Es una marca en la piel que tarda en cicatrizar.
Y yo lo único que quiero es mandarte unas líneas, para establecer un poco de comunicación. No quiero crear esa distancia que crean los dos puntos. No es un mensaje de un superior a un inferior, es un mensaje de igual a igual. Y eso sólo se puede indicar con la coma.

P de septiembre

Septiembre se escribe con P. Es así. El que diga lo contrario está equivocado. Incluso si es la Real Academia. ¿Quién se cree que es la Real Academia para dictar la expulsión de letras de una palabra? Si se permiten cambiar el nombre a un mes, ¿por qué no vuelven a llamar Quintilis a Julio?
Escribir setiembre es la misma bestialidad que escribir otubre. No es aceptable (o acetable), por más que haya gente que pronuncie así. Esa clase de giros idiomáticos es aceptable en la oralidad, pero no debe ser convalidada ortográficamente, por lo menos hasta que esté totalmente impuesta.
Y la P de septiembre se resiste a dejar de ser pronunciada. Es muy tentadora. Ese pequeño beso que se hace al decirla le da sabor. Setiembre no tiene gracia. Es una palabra insulsa, ni vale la pena decirla.
Sin embargo, alguna gente la dice así. Es gente insulsa, que no sabe lo que hace. No hay que hacerle caso. Lo que pasa es que la Real Academia se toma en serio eso de que las palabras deben ser escritas como se pronuncian. Y después se apuran a convalidar cualquier cosa. No se dan cuenta de que algunas palabras deben ser pronunciadas como se escriben.
Tenemos que pararlos. Si aceptamos que nos saquen la P, después vendrán por la C de doctor. No podemos permitirlo.

E pluribus unum

En nuestra empresa solemos hacer las comunicaciones por escrito en plural. Aunque seamos una sola persona, referirnos a nosotros mismos de esa forma da la idea de que hay una organización que respalda al cliente.
Nos referimos en singular al cliente, a pesar de que son muchos. Ocurre que decir “los clientes” sería demasiado general y también iría en contra de la atención personalizada que nos enorgullece. A veces el cliente está conforme con nuestro servicio, y otras veces el cliente se queja. Es porque no podemos satisfacer a todas las personas, y a veces existen los problemas.
Pero cuando el cliente queda satisfecho, a veces nos entrega obsequios, y como piensa que somos varios no envía uno solo. Suele ser una satisfacción, porque el cliente tiende a ser grandes empresas con la posibilidad de hacer buenos regalos.
La desventaja es cuando viene el ente recaudador a inspeccionar la empresa porque piensa que hay empleados en negro. Nosotros insistimos en que no es así y que estamos solos, pero en general toma tiempo para que el ente nos crea. (Decimos “el ente recaudador” para simplificar, en realidad hay varios entes recaudadores, cada uno de los cuales tiene sus propias reglas y sospechas individuales.)
Alguna vez, en épocas de mucho trabajo (en realidad fue una sola época), hemos pensado en tomar una persona para que nos ayudara en las tareas. En ese momento empezamos a dudar de cómo nos tendríamos que referir a ambas personas si fuéramos dos. Usar el plural tendría más sentido, pero no nos convencía, ni nos gustaba perder el juego de palabras que venía satisfaciéndonos desde la fundación de la empresa.
Al final nos decidimos por la medida adulta de dejar de lado el juego y contratar un empleado, o unos empleados. Pero justo en ese momento el país entró en recesión, el trabajo (en realidad, los trabajos) se redujo y apenas nos alcanzaba para mantenernos a nosotros mismos.
Es por eso que, hasta el día de hoy, seguimos siendo uno solo.