Marea negra

El barco que transportaba jarabe de Coca-Cola chocó contra una barrera de coral. El jarabe se volcó lentamente sobre el mar. La tripulación no pudo hacer nada para salvar el cargamento. Prefirieron salvar sus vidas. Escaparon a bordo de los botes, antes de ser alcanzados por la masa de jarabe que cubría el mar.
El agua se volvía negra gradualmente. Los peces primero se vieron envueltos en una extraña noche. No era como todas las noches. El mar estaba dulzón. Los peces no sabían qué era lo que les daba la energía que sentían. Se encontraron muy activos. Disfrutaban la noche y se adentraban en ella.
Pronto empezó a haber gran cantidad de vida en el jarabe, que gradualmente se iba mezclando con el agua del mar. Tenía un sabor extraño, porque habitualmente la Coca-Cola no se hacía con agua salada. Pero los peces nunca la habían probado. Para ellos era un placer nuevo. No se enteraron de que podía ser todavía mejor. Y como eran aguas tropicales, ni siquiera la disfrutaron bien helada.
Sin embargo, la experiencia les resultó divertida. La actividad frenética de los peces hizo que respiraran con más frecuencia. Sólo que en lugar de extraer el oxígeno del agua, como era habitual, lo extraían del agua mezclada con jarabe. Y exhalaban dióxido de carbono, entonces la Coca-Cola obtenía burbujas.
Los peces, de repente, destaparon felicidad. Se vieron nadando en el medio de burbujas que se desplazaban hacia arriba, para efervescer en la superficie. Algunos, al verlas las comieron, pero rápidamente las devolvieron al agua en forma de eructo. Los que estaban alrededor de ellos los imitaron, y pronto el mar se llenó de un sonido grave que competía con el canto de las ballenas.
El frenesí duró hasta que la Coca-Cola se disolvió en el mar. Lentamente, el agua volvió a su azul habitual. Los peces retomaron sus costumbres. Aunque algunos se quedaron añorando la marea negra. Buscaban que se repitiera la experiencia. Aprendieron a detectar la presencia de barcos que transportaban jarabe. Pero no podían acceder a él. Entonces empezaron a coordinar esfuerzos.
Se transformaron en un peligro. Cuando se acercaba un carguero, miles de peces lo rodeaban. Formaban una masa que desviaba el enorme barco hacia la barrera de coral donde se había estrellado el primero. Los timoneles debían estar muy atentos a los movimientos de los peces, porque corrían el riesgo de encallar si no los compensaban.
La presión de los peces se hizo tanta que lograron derramar un par de barcos. La experiencia de frenesí se repitió. Pero no por mucho tiempo. Las autoridades de la Coca-Cola Company decidieron cambiar la ruta de sus cargueros. Los hicieron ir por el ártico. Existía el riesgo de chocar contra icebergs, pero valía la pena tomarlo. En los pocos casos de choques, la Coca-Cola derramada se congeló rápidamente. Los marineros sabían que podían flotar en ella mientras el barco se hundía. Estaban seguros mientras no apareciera ningún oso polar que hubiera probado azúcar.