Célula quiere

En algún momento del Precámbrico, dos células se unieron. Y en lugar de una engullir a la otra, formaron el primer ser pluricelular. Hasta ese momento, toda la vida era unicelular. A ninguna célula se le había ocurrido pensarse como una unidad de un todo más grande que ella misma.
Las células unidas vagaron por el mar primordial mientras eran admiradas por las demás células. Algunas las despreciaban con cierto prejuicio, pero otras se maravillaban ante las posibilidades que veían en la nueva manera de vivir.
De inmediato, las otras células las imitaron. Algunas se unieron con otra célula solitaria. Otras intentaron unirse a la dupla inicial, o a alguna otra. Así, se produjo una escalada pluricelular, que derivó en plantas y animales cada vez más grandes y complejos.
La idea prendió, y se produjo una explosión inmediata de diversidad. Pronto el mundo se cubrió de organismos pluricelulares de cualquier cantidad de formas y tamaños, que competían por los recursos disponibles.
Todos los animales actuales son descendientes de algunos de esos grupos de células que imitaron a las que fortuitamente se habían unido. Todos están compuestos por células que coexisten en más o menos armonía.
Todavía pueden verse las consecuencias de aquella actitud de imitación. Las tendencias heredadas son muy fuertes. Aún hoy, las personas tienden a querer lo que el otro tiene, y a hacer lo que el otro hace. Es un resabio de lo que hizo que todos pudiéramos existir como organismos complejos. Resabio que es explotado, sin conocer el origen, por aquellos que se dan cuenta de su existencia.