El rey de las polillas

El rey de las polillas gozaba de un enorme prestigio en toda la comunidad polillal. Sin embargo, era una polilla más. De lejos, no se lo podía diferenciar de las otras. Esto le causaba problemas de autoridad. Era fácil que cualquier otra polilla se hiciera pasar por él, y emitiera órdenes contradictorias.
“Vayamos todos hacia esa luz”, decía uno de los impostores, y las polillas, que tienden a obedecer sin analizar, se lanzaban sin saberlo hacia su muerte. El verdadero rey, sin embargo, cuidaba a las polillas, y les indicaba el camino hacia los más grandes reservorios de lana.
Por eso era necesario diferenciarse. Tenía que tener un atuendo en el que se emplearan muchos recursos, que no sólo le diera dignidad de rey, sino que fuera difícil de falsificar por cualquiera. El rey forjó una alianza con una población de gusanos de seda. A cambio de protección polillal al hábitat, los gusanos le proveerían una serie de vestidos de colores brillantes.
Cuando le entregaron el primer atuendo, el rey se lo colocó trabajosamente. Era necesario que tres o cuatro polillas de su séquito lo ayudaran a vestirse. Esto también dificultaba el establecimiento de impostores. Una vez colocado, el rey lució muy distinto. Sus alas beige pasaron a estar cubiertas de un azul brillante, lleno de detalles en negro y con volados que colgaban.
Sin embargo, cuando el rey estuvo vestido, todas las polillas de su séquito se fueron de su compañía. Quiso impartir órdenes, pero ninguna lo obedeció. De repente, ya no lo reconocían como el rey de las polillas. No había dejado de ser una polilla, pero ya no lo parecía. Había pasado a ser visto como una mariposa.