Dios contra el mundo

Dios se enteraba de todo lo que pasaba en el mundo. Conocía las mentiras de la gente, los pecados de cada uno, las virtudes de todos. También conocía cada detalle intrascendente. Era capaz de saber cuántas veces cada persona que alguna vez existió se cortó las uñas de los pies, y era capaz de desglosar esa estadística. Dios sabía que el dedo equivalente al anular del pie era el que más frecuentemente evitaba que su uña fuera cortada. Lo sabía, pero no le importaba. Era uno de los muchos datos que uno conoce cuando es omnisapiente.
Llegó un momento en el que Dios se hartó del mundo. No quiso saber nada más. Pero era difícil deshacerse de toda la información. Tenía el hábito formado desde hacía mucho tiempo, y además era su responsabilidad que el mundo, y el Universo, marcharan como él mandaba.
Se acordó de que era omnipotente, entonces empezó a tentarse. Podía hacer cualquier cosa, pero no todo lo que podía hacer iba a dar buenos resultados. Dios sabía eso mejor que nadie, y ya estaba empezando a cansarse de esa limitación a su omnipotencia. Pero también sabía que quitar esa limitación (lo cual podía hacer) era peor que no quitarla, porque traería más problemas que antes. Todos dependerían de las acciones de Dios, y lo que en ese momento quería era deshacerse de problemas, no ocuparse de nuevos.
Pensó en alejarse del mundo, aunque fuera por un tiempo. Tomarse unas vacaciones, visitar alguna otra comarca del Universo. Pero dos motivos la convertían en una opción inconveniente. Uno era que ya estaba en todas las otras comarcas del Universo, de las cuales también conocía todos los detalles. El otro era que, en caso de irse del mundo, perdería su omnipresencia. Existía un solo artilugio para alejarse sin perder esa característica: destruir el mundo.
No le hubiera costado mucho. Ahí sí tendría paz, por el tiempo que quisiera y todo. Pero Dios no quiso llevar a cabo esa opción, porque Dios es misericordioso y no quería ser responsable de otro genocidio. Es cierto, podría haber creado más tarde un mundo nuevo, mejor que el anterior, y también podría haber revivido a todos los muertos del mundo por él destruido. Pero eso no implicaba no haberlos matado.
Otra posibilidad era hacer que las cosas dejaran de pasar. Hacer una pausa en el mundo, para relajarse durante un tiempo. Pero no era conveniente, porque sabía que después de cinco minutos de pausa el mundo se reanudaba solo. Era uno de los mecanismos que había colocado al crearlo para facilitar las reparaciones posteriores. En su momento, Dios había sabido predecir que se arrepentiría de ese detalle, pero lo había puesto igual. Se había dejado llevar por el impulso.
Dios consideró que era mejor no tomar medidas drásticas. El mundo estaba más o menos bien como era. Dios se dio cuenta de que su molestia no era culpa del mundo, sino de él mismo. El mundo sólo hacía lo que Dios había iniciado. Tenía que encontrar la forma de que no le molestara más el conocimiento de cada detalle.
En su infinita sabiduría, Dios encontró la respuesta. Lo que tenía que hacer no era alejarse del mundo, ni destruirlo, ni dejar de percibir todo. Lo único que necesitaba era que no le importara más lo que sabía. De este modo se podría liberar de la responsabilidad, total el mundo hacía tiempo que andaba sin ayuda.
Dios, entonces, se preguntó si podría hacer que no le importara nada. Y conocía la respuesta.