Papá Noel existe

El verdadero Papá Noel

“Los chicos no deben perder la fantasía” piensan muchos padres. Les cuentan entonces cómo Papá Noel entrega regalos el mismo día a los chicos de todo el mundo, si se portaron bien. La leyenda se complementa con el trineo, los renos y la residencia en el polo.

Nada de esto es cierto, y las preguntas de los chicos deja claro que lo sospechan, pero los familiares hacen toda clase de maniobras para preservar la fantasía. Generan distracciones para que aparezcan los regalos como por arte de magia. Consiguen que alguien se disfrace para entregarlos en persona. Llevan a los chicos a distintos lugares donde pueden ver a un actor que representa a Papá Noel.

Pero tarde o temprano tiene que llegar el desengaño. Algunos se dan cuenta solos. A otros es necesario blanquearles las operaciones y explicarles que todo fue para preservar la fantasía que disfrutaron mientras duró. Desde entonces, al saber la verdad, tendrán que ser cómplices.

Se hace porque a la gente le importan los sentimientos de los chicos. Los regalos de Papá Noel no vienen de él pero sí existen. Vienen de la gente cercana, que resigna el crédito o el agradecimiento personal en pos de ver la felicidad de un ser querido al recibir un regalo, y la satisfacción interna de saber que uno es responsable. Ese acto de generosidad es mucho más concreto que Papá Noel.

La manera de concentrarse en el acto y no en el autor es apelar a un tercero necesariamente ausente, convenientemente mágico. Los verdaderos regaladores se limitan a disfrutar como si fueran espectadores. Es lo más cercano que existe al espíritu navideño. Papá Noel es sólo un personaje incidental que lo hace posible.

Cuenta la mitología que otro personaje necesariamente invisible se reveló en el desierto ante Moisés, y a través de él entregó las tablas de la ley. Mientras esperaba, la gente se impacientó y construyó un becerro de oro al que adorar, aun sabiendo su origen humano. Cuando Moisés volvió y vio eso, se enojó tanto que tiró las tablas de la ley y fue a buscar otras más básicas.

Así, los tres primeros mandamientos se refieren a cómo relacionarse con el dios que los envía. Establecen que hay un solo dios, que no hay que nombrarlo en vano y que no hay que hacer íconos. Fueron escritos con el conocimiento de que la gente confunde rápidamente una imagen con lo que representa, y quiso dejar claro que no hay nada que representar, y que cualquier representación es falsa.

Es lo mismo que decir “hagan como si no existiera, mi única manifestación concreta son estas leyes”. Se da en el contexto de la historia de un pueblo que acaba de escapar de la esclavitud, y es lógico pensar que los primeros mandamientos están diseñados para evitar cambiar el faraón por otra cosa sin terminar con el sometimiento, que es lo importante.

La tradición cristiana eligió ignorar la prohibición de imágenes. Proliferó la industria de los íconos, y la gente empezó a venerar, por ejemplo, a vírgenes de lugares específicos, aunque todas se supone que son la misma. Y si bien la gente tiene derecho a idolatrar lo que quiera, es muy probable que muchos no lo piensen a fondo.

El impulso de venerar tiene muchos riesgos, porque está lleno de ídolos falsos (los mandamientos dicen que son todos falsos). Hay muchos actores que aprovechan la necesidad y ofrecen formas de veneración. Muchas veces esa oferta se hace más suculenta al incluir regalos, que se dan a cambio de la idolatría incondicional a una persona en particular, ocultando el origen colectivo que suelen tener. A algunos, una vez que idolatraron, no se les ocurre dudar. Otros, aun ante la evidencia, se resisten a resignar la fantasía.

En el caso de Papá Noel, no es necesario resignar las imágenes ni la fantasía. Papá Noel no es una persona real, pero sus efectos sí lo son. Podemos ahorrarnos un nivel y transformar a Papá Noel en algo más genuino, más lógico, sin la limitación del engaño.

No hace falta perder la imagen del hombre barbudo. Podemos simplemente cambiar nuestro concepto de algo que de todos modos ya es ficticio: aceptar el carácter imaginario de Papá Noel. Blanquear que es una expresión de nosotros, una herramienta para hacer más sabrosa nuestra generosidad.

Cuál sería el problema en decir a los chicos que los regalos vienen de sus seres queridos, pero como no importa eso, hacemos de cuenta que son de Papá Noel. Podemos disfrutar de la fantasía y al mismo tiempo renunciar a lo falso. Y se puede participar sin límite de edad.

Papá Noel existe porque lo hacemos. Es mucho mejor. De esta manera, los que están disfrazados en el shopping son Papá Noel. No hay otro al que usurpen, y no tiene por qué ser un secreto. A través de esa persona podemos expresar nuestra gratitud a los que nos hacen el bien sin que sepamos exactamente quiénes son. Esos papanoeles permiten conectarse con el espíritu que representan, sobre todo a la gente que necesita estímulos visuales para apreciar los conceptos.

Tal vez con eso se pierda la fantasía. Pero no creo. Podemos disfrutarla igual. No se necesita pensar que algo es cierto para que nos genere sentimientos. Al conectarnos con los orígenes concretos de sus acciones, sólo tenemos que cambiar mentira por ficción.

Papá Noel nunca fue otra cosa que una personificación de nuestro amor. Sería bueno que todos los involucrados lo supieran. Todos somos Papá Noel: por eso existe.

Dejemos de ocultar cómo se hace la magia. Dejemos de atribuir a la magia lo que genera el amor.

El trabajo de los duendes

No es que creía en Papá Noel. Más bien nunca había puesto en duda la información que me había llegado. Quiero pensar que si, aun a esas tempranas edades, me hubiera abierto a la posibilidad de que ese personaje podía ser verdadero o falso, mi postura habría sido la de la falsedad. Pero no fue así: crecí con ese concepto. Era una de las cosas que iba aprendiendo en la vida: el tenedor va a la izquierda, hay que esperar un par de horas para nadar después de comer, cuando tiene el techito plano es un cinco, un señor con renos reparte regalos todas las navidades.

Tampoco había pensado mucho en los desafíos logísticos y comerciales involucrados. No me preguntaba de dónde sacaba este buen señor los regalos, ni cómo hacía para repartirlos a todos los niños del mundo, ni cómo podía diferenciar a los que nos portábamos bien de los otros. Estaba contento con recibir mi regalo anual, el resto escapaba a mi análisis. Pero sé que tarde o temprano me habría hecho todas esas preguntas.

Un día vi la película “Santa Claus”, con Dudley Moore. Es acerca de un duende que trabaja en el taller de Papá Noel, y que por alguna razón tiene una aventura en una ciudad. No me interesó la trama: lo que me atrajo fue toda la primera parte, que funcionaba como un documental de detrás de la escena de la organización santaclausiana. Si la película toda hubiera tenido ese tono de documental, me habría encantado.

Se contestaba allí una de las preguntas que no me había hecho: un plantel de duendes fabricaba los juguetes que Papá Noel repartía. Era un concepto interesante, porque la fabricación propia permitía personalizar los regalos. A cada chico le podía corresponder algo específico a su deseo. Eso es lo que una persona que ama tan profundamente a los chicos haría. No los despacharía con cualquier cosa. Papá Noel (o su staff) podía leer las cartas que le llegaban, determinar si el remitente era merecedor de lo que pedía, y mandarlo a hacer.

Mis deseos solían ser juguetes que se anunciaban por televisión. Claramente, la existencia del taller de Papá Noel no era buena para los fabricantes, porque los juguetes que regalaba no eran comprados a ellos, sino pirateados. Fui consciente de que cada regalo de Papá Noel era una venta menos para los jugueteros. Me daba lástima, pero no era mi problema. Eran las reglas del juego.

Esa navidad, Papá Noel me trajo lo que quería: un pequeño robot que salía por TV. Me llamó la atención el nivel de detalle de los duendes: el robot era tal como salía en la tele. Incluso se habían ocupado de replicar el envase. El taller en la película parecía más de carpintería, pero evidentemente trabajaban también el plástico y el packaging. Supuse que tenían emisarios que compraban ejemplares de los juguetes a copiar y los llevaban al polo norte, donde un equipo de diseñadores y artesanos se ocupaba de reproducirlos, con gran amor por los niños y los detalles.

Mi admiración hacia el equipo de duendes continuó intacta y sin ser puesta a prueba, al igual que la existencia de Papá Noel, durante un par de años. A los siete alguien me sopló que esa suposición era falsa: no había tal Papá Noel, sino que los padres de cada uno se ocupaban de simular esa existencia.

La nueva teoría explicaba muchas cosas. Primero, por qué Papá Noel creía necesario que nadie lo viera. También las preguntas que me surgieron al habilitarse esa otra posibilidad, sobre logística. Del mismo modo, implicaba que el taller de duendes no existía, y que esos juguetes, al final, eran comprados en jugueterías nomás. Esto, a su vez, explicaba por fin la paradójica proliferación de comerciales de juguetes que ya había notado en las épocas de Navidad.

La evidencia me convenció de que la explicación más razonable era la de que Papá Noel, al igual que las otras figuras que seguían el mismo modus operandi, no existía. Fue bueno enterarme, porque mi concepción del mundo se hizo más coherente. Aunque todavía, cuando veo un juguete complejo, una parte de mí se pregunta si los duendes podrán replicarlo.

Artesanía insólita

En un tranquilo rincón del Ártico, el señor Santa Claus realiza una extraña artesanía. Con viejos pinos en desuso, ayudado por su plantel de duendes, fabrica los espléndidos juguetes que estamos viendo, y que no parecen tener diferencia con los reales.
El ingenio de este simpático anciano, que fabrica juguetes durante todo el año, le permite repartirlos durante la madrugada de la Navidad a los niños de todo el mundo, diferenciando incluso a los niños buenos de los que se han portado mal.
Vemos al señor Claus sonriendo satisfecho junto a sus juguetes recién salidos de la fábrica. Dice: “este método ha sido refinado durante siglos y siglos y sólo es posible porque los duendes se ocupan de todos los detalles con amor al trabajo, dedicación, paciencia, entrega y dedicación. Jo Jo jo”.
Nos alejamos asombrados, sin comprender de qué se ríe.