Intromisión extranjera

Cansado de la ocupación inglesa de islas lejanas que se interpretaba como una inaceptable intromisión en el territorio argentino, el gobierno ordenó a las Fuerzas Armadas trazar un plan para dar a los ingleses de su propia medicina. El Presidente recibió de inmediato los detalles de una operación destinada a invadir las Islas Malvinas y tomar el control de ellas.
Pero el Presidente lo encontró inaceptable. Llamó enojado al Jefe del Estado Mayor Conjunto. “¿Cómo es posible que se planee invadir lo que es nuestro territorio?” preguntó el mandatario. Luego dio a entender que pretendía una operación militar para quitarle a Inglaterra parte de su propia tierra, de modo que se pudiera intercambiar con las Malvinas.
Los jefes de las Fuerzas Armadas repasaron los recursos disponibles, y llegaron a la conclusión de que era imposible invadir Inglaterra sin ser repelidos. Pero igual le tenían que llevar algo al Presidente, así que armaron una operación sorpresa para tomar una ciudad pequeña y periférica. Así llegó al Presidente de Argentina la idea de invadir Ipswich Town. Entusiasmado, el comandante en jefe ordenó atacar inmediatamente, antes de que los ingleses tuvieran alguna idea de lo que se tramaba.
De este modo, en pocos días una importante flota de aviones de la Fuerza Aérea Argentina penetró en espacio aéreo inglés y descendió sobre Ipswich. Cientos de soldados bajaron de los aviones y detuvieron a las autoridades de la ciudad, con lo que tomaron efectivamente el control.
El Primer Ministro inglés no tuvo tiempo de reaccionar. Toda respuesta militar implicaba poner en riesgo a la población inglesa de Ipswich, y no quería tomar medidas irresponsables. El gobierno inglés decidió encarar la crisis por la vía diplomática y dejar la situación como estaba.
El alcalde designado por el gobierno argentino para Ipswich, brigadier Abel Arias, tomó dos medidas centrales para demostrar ante el pueblo su autoridad. Primero decidió que los autos debían circular por la derecha. En segundo lugar, designó al peso argentino como moneda oficial de Ipswich Town, y prohibió cualquier operación con otro signo.
Mientras tanto, las negociaciones se iniciaban bajo el auspicio de diversos entes internacionales que habían ofrecido su mediación y ayuda. Argentina decidió mostrar sus cartas y anunciar formalmente que sus tropas se retirarían de Ipswich si Inglaterra se retiraba de las Malvinas, de modo que ambas naciones volvieran a tener el territorio que habían perdido. Todo se podía hacer en forma pacífica y veloz. Los ingleses quedaron en contestar.
El gobierno británico estaba tentado de aceptar el trato. No perdían nada de mucho valor para ellos, y de paso se liberaban de un reclamo que ya resultaba muy molesto. Pero no querían mostrar debilidad, así que se dedicaron a ganar tiempo con excusas, de modo de dilatar la situación lo más posible.
En ese interín, la opinión pública inglesa empezó a demandar una respuesta por parte de su gobierno. Los habitantes de Ipswich se sentían abandonados, y los de otras ciudades sospechaban que el gobierno no los respaldaría en caso de algún incidente similar con otro país. De modo que el gobierno se vio en la situación de no poder aceptar totalmente los términos que exigía Argentina.
El conflicto se dilató, y se empezó a notar un fenómeno curioso. El comercio entre Ipswich y el resto del país aumentó en forma notoria. Los habitantes de los alrededores descubrieron que los precios de Ipswich estaban muy bajos, como resultado de regir el peso argentino, con lo cual se volcaron masivamente a comprar ahí. Esto generó una entrada importante de divisas, que resultó en una prosperidad inmediata para Ipswich Town, aunque sus habitantes ahora ganaran en pesos. De pronto, la opinión pública inglesa perdió interés en recuperar la ciudad que era territorio de facto argentino.
El gobierno de Londres, de todos modos, era criticado por su falta de respuestas. Así que decidió pasar a la acción. Envió un ejército a Argentina, donde tomaron por la fuerza el control de la ciudad de Pergamino. Allí establecieron la circulación por la izquierda y la libra esterlina.
El hecho provocó indignación en el pueblo argentino, pero pronto hubo muchos que aprovecharon la oportunidad. En Pergamino, los sueldos eran cinco veces más altos que en el resto del territorio considerado nacional. Se produjo una importante migración interna. Un boom de trabajo y construcción invadió la otrora pacífica localidad bonaerense. Los pueblos de alrededor también se vieron beneficiados, porque los pergaminenses comenzaron a gastar sus libras en donde podían comprar productos en pesos, y como les resultaban baratos, igual les quedaba suficiente ahorro para seguir alimentando el boom económico.
Otras ciudades empezaron a hacer campaña para seducir a los ingleses de invadirlas, de modo de recibir también los beneficios de la diferencia económica. Pero los ingleses no tenían intención de hacer nada excepto compensar lo cometido por Argentina en su territorio.
Más allá de las bondades económicas disfrutadas por las ciudades que se vieron involucradas en el incidente internacional, la opinión pública de ambos países coincidía en un punto: la ilegitimidad de las intromisiones de cada nación en los asuntos de la otra. Era una cuestión de principios, no importaba que se tradujera en beneficios para ambos países. Entonces empezó a haber rispideces en los dos pueblos. Las personas que vivían en las ciudades invadidas fueron mal vistas por las demás, y en las siguientes elecciones generales de ambos países ganaron candidatos que prometían retrotraer la situación.
Así fue que, al reanudarse las negociaciones, con ambos gobiernos dispuestos a retirar las tropas, se llegó a un rápido acuerdo. Pero no contaron con la insubordinación de los ciudadanos. Los habitantes de Ipswich y Pergamino no quisieron volver a sus países de origen. Pretendieron seguir como estaban, o por lo menos tener autonomía para hacer lo que más les conviniera.
Se generó tensión entre las autoridades nacionales y los referentes municipales. No se quería aceptar el retorno de las fuerzas armadas locales, ni el cambio de moneda, ni volver a invertir el lado en el que se manejaba. Ambas ciudades decidieron armar un ejército propio para repeler a cualquier fuerza que osara interferir en la puesta en práctica de su voluntad.
La situación escaló a tal punto que las ciudades declararon su independencia. Inglaterra y Argentina no quisieron reconocer a ninguno de los dos estados nuevos, por miedo a aceptar un precedente, pero la presión de la comunidad internacional para encontrar una solución pacífica al conflicto los terminó persuadiendo.
Con el tiempo, otras ciudades se fueron uniendo a Ipswich y Pergamino, hasta llegar a la situación actual de dos países que aparecen desperdigados, como pintitas de color en los mapas de otros países más grandes.
Se forjó así una profunda amistad entre ambas naciones, que hoy se consideran hermanas. En la plaza principal de Pergamino hay un monumento a los heroicos habitantes de Ipswich, mientras que en Ipswich cedieron uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad para instalar la primera embajada de Pergamino.