San Fermín vía satélite

Desde hace algunos años he desarrollado una fascinación por los encierros de San Fermín. No es que sea un entusiasta taurino: esas cosas me parecen bastante horrorosas. Todo lo referido a las corridas de toros es una cultura de la que sé poco y nada. Sin embargo, me encuentro con que durante la semana del 7 al 14 de julio me hago un momento para ver, a las 3 de la mañana, cómo en el centro de Pamplona un montón de personas se largan a correr con los toros.

Lo pasan por TVE, transmisión que habitualmente levantaba Crónica (que en los últimos años vendió ese espacio para infomerciales). Prácticamente todo lo que sé sobre esta fiesta es lo que aprendí o deduje al mirar este evento por televisión. Aprendí algunas de las costumbres, y algo del léxico.

La transmisión es igual todos los años. Está estructurada como un evento deportivo. Hay dos conductores: una mujer y un hombre. Este último, por lo menos, es siempre el mismo, y se nota que es un periodista especializado en temas taurinos. Una especie de Macaya Márquez de los toros. Hace comentarios sobre las costumbres y cómo han cambiado en el tiempo. Conoce a muchos de los que corren. Hace predicciones sobre cómo puede ser el encierro, de acuerdo a factores climáticos, de calendario o de las características de la ganadería que puso los toros (es una distinta cada día).

Antes y después hay reportajes a distintos protagonistas. En la previa, es habitual escuchar el testimonio del dueño de la ganadería de turno. El año pasado hicieron una nota a un proveedor de material antideslizante que colocan en el suelo para evitar que toros y personas se resbalen, aunque no es infalible. Después, tratan de conseguir que hablen algunos de los corredores, que cuentan algún pormenor.

La transmisión en sí es de gran nivel, digno de un juego olímpico. Las cámaras cubren el recorrido en forma integral, y consiguen planos muy certeros de distintos episodios. Se nota un nivel profesional muy alto. Refleja la mismo tiempo el respeto por la tradición y el valor de innovar. A medida que pasan los años se pueden notar mejoras, planos que en otras épocas no eran posibles.

Poco antes de la hora de soltar a los toros (8 de la mañana), los corredores realizan tres cánticos a San Fermín, el patrono de Pamplona. Piden (en castellano y en vasco) que el santo los guíe en el encierro. Lo que me lleva a pensar que la carrera en sí es una especie de prueba de fe: “como el santo me protege, me voy a exponer al peligro de correr con los toros y no me va a pasar nada”.

Durante esos cánticos, el director muestra a la multitud, todos cantando mientras enarbolan diarios enrollados. Cada tanto, se produce un contraplano a la figura del santo. Que a pesar de ser un objeto inanimado, el director considera que es su deber mostrar cómo escucha. Es una prueba de fe aún más grande.

Luego de tres cánticos, se anuncia mediante una cañita voladora que se ha abierto la puerta de los corrales. Los conductores se llaman a silencio como en los partidos de tenis. Los toros salen corriendo, guiados por otros toros llamados “cabestros” (Wikipedia me informa que son toros mansos que se usan para indicar el camino a los otros).

A los pocos metros se encuentran con la multitud. Algunos corren a la par de los toros. Otros se ponen delante de los toros y tratan de ganarles la carrera. Las personas se chocan entre sí. Los toros se resbalan. Rara vez un toro ataca a una persona directamente, pero las cornadas no distinguen intención o accidente.

Las personas (casi todos hombres, pero se ven algunas mujeres) corren en todas las direcciones. Si se caen, se quedan en el suelo porque los puede agarrar un toro en carrera. Desde los balcones, decenas de turistas que han pagado mucho dinero miran fascinados los acontecimientos. El circuito está cerrado (sospecho que por eso se llama “encierro”) y conduce a la plaza de toros de Pamplona, donde los toros serán matados en las funciones de la tarde (aunque sospecho que “funciones” no es el término correcto). Entran a la plaza, atraviesan la arena y se van para el corral. A veces los toros llegan todos juntos. Otras veces las manadas se dispersan y quedan algunos rezagados, que llegan más tarde.

Todo el trayecto suele durar alrededor de tres minutos. Cuando el último toro entra en el corral suena otra cañita voladora, que indica que el encierro ha terminado, y la plaza de toros llena irrumpe en un aplauso.

Durante el encierro, los conductores mantienen el silencio total. Un cronómetro en pantalla indica la duración. Luego del final, el Macaya Márquez taurino hace los comentarios pertinentes, mientras se exhiben las repeticiones, que muestran la envergadura de la puesta de cámaras. Se observan episodios que ocurrieron a toda velocidad en la carrera inicial, y también algunos que quedaron afuera, porque la transmisión en directo no puede mostrar todo lo que ocurre en el circuito de alrededor de 700 metros.

Los comentarios muchas veces resultan risueños para alguien que, como yo, no está acostumbrado al mundo de los toros. Llama “bonitos” a algunos episodios en los que se ve a alguien que corre y la cornamenta no llega a destriparlo. Y en ocasiones, cuando hay personas (“mozos”) que hacen cosas como provocar a los toros, el comentarista se enoja ante la irresponsabilidad que muestra ese individuo en el medio del evento en el que se suelta a los toros para que corran entre la gente.

Este comentarista siempre tiene algo para decir y para rescatar de todo encierro. La única vez que lo vi sorprenderse mucho fue en 2015, cuando uno de los toros (llamado Curioso) salió del corral con los otros, y cuando vio la escena que se desarrollaba en las calles de Pamplona, dio media vuelta y se volvió al corral. Ese día el encierro técnicamente no terminó, y el comentarista dijo que nunca había visto algo así. Al año siguiente volvió a pasar que un toro quiso volverse, pero se ve que actualizaron el protocolo, y no lo dejaron entrar en el corral. Lo hicieron asistir al encierro como cualquiera.

Pocos minutos después del final del encierro, la periodista de “campo de juego” acerca el micrófono a un representante de la Cruz Roja, que da el primer parte de heridos. Informa la cantidad de personas que debieron ser trasladadas a hospitales por distintos motivos: el más habitual es la contusión. Se pone especial énfasis en informar si hay heridos por asta de toro, que no suele ocurrir.

Siempre me sorprende la aparición del parte de heridos. Todos tienen claro que va a haber heridos, y expresan el deseo de que sean pocos. La Cruz Roja tiene varios puestos para atender rápidamente a quienes lo necesiten, y ambulancias para llevarlos. Hay despliegue de recursos muy grande al servicio de que el episodio en el que la gente corre a toda velocidad con seis toros sea organizado y previsible.

Y eso es significativo. Es fácil cargar a los que corren con los toros, porque desde nuestro punto de vista no puede ser más absurdo. Ni hablar de las corridas, donde con valor, belleza y elegancia asesinan lentamente a un toro. Sin embargo, está claro que para esta gente es muy natural. No hay en la transmisión ni un atisbo de la idea de que el encierro pueda ser objetable.

Es posible pensar que tarde o temprano el encierro y las corridas dejarán de hacerse, por razones de crueldad hacia los animales, o las que sean. Claramente implicaría un cambio cultural, pero hemos visto muchos cambios culturales.

Mientras tanto, el Estado usa sus recursos, incluyendo la televisión pública, no para promover una opinión, sino para que esta costumbre de tiempos inmemoriales de correr por las calles de una ciudad junto a los toros se realice de la manera más civilizada posible.

Campanas íntimas

Empecé un diario íntimo. No sé por qué lo hice. Supongo que quería registrar mis pensamientos, para poder recordarlos después. Aunque tenía la ligera suposición de que no era para mí, sino para otras personas. Para “la posteridad”. Con el diario, los interesados en mi pensamiento podían acceder a su día a día.
Me pareció que, si me ponía a pensar en la posteridad, el diario íntimo perdería esa intimidad que debería caracterizarlo. Entonces decidí hacerlo bien sincero. Tenía que mostrar mis pensamientos oscuros, mis miedos, todo lo que no me animaba a decir. La posteridad se enteraría de quién era yo. No escondería nada.
Tuve cuidado. Y tanto cuidado tuve, que me exageré en la óptica. Mi diario íntimo se volvió mi principal enemigo. De acuerdo a su línea editorial, nada de lo que hacía estaba bien. Todo era mal intencionado, y además lo hacía mal. Yo era un inútil, y todo lo que me salía bien era por errores propios o ajenos. Era cuestión de tiempo para que el mundo se diera cuenta de que yo no servía para nada.
En el momento en el que ocurriera el despertar de todos los demás, el diario íntimo perdería potenciales lectores, porque ya nadie se interesaría en mí ni en lo que podía pensar. Pero eso no era motivo para que el diario abandonara su conducta y su punto de vista. Al contrario, si al hacerlo podía convencerme a mí de mi propia inutilidad, el diario habría cumplido un propósito distinto del inicial, pero valioso para la sociedad.
Y ocurrió que me empecé a creer muchas de las cosas que decía el diario. Porque representaban miedos que tenía. No pensaba que todo fuera así, pero tenía algún temor de que en realidad todo lo mío fuera una mentira. El diario lo capturaba a la perfección. Su nivel periodístico era excelente. Yo pasaba largo tiempo escribiéndolo, y también leyéndolo. Me empecé a obsesionar con el contenido, y con cómo el diario iba a reflejar las cosas que hacía durante el día. Que cada vez eran menos, porque estaba dedicando mucho tiempo al diario.
Algo tenía que cambiar. Decidí entonces que necesitaba otra campana. Otro punto de vista. No todo lo que tenía yo era negativo. Me pareció apropiado abrir otro diario, pero esta vez que tuviera en cuenta no mis miedos, sino mis ilusiones. Un diario que me dijera que yo era como quería ser, y que lo que lograba era por mi mérito.
De esta manera, pasé a tener dos diarios. Uno marcaba la línea optimista, y el otro la pesimista. Ninguno tenía razón siempre, y ambos tenían razón en distintos momentos, y a veces en los mismos. La existencia de los dos diarios proporcionaba un panorama más completo sobre mi persona, y por eso me dediqué a sostenerlos. Toma mucho tiempo, pero vale la pena. Ahora tengo una cobertura mucho más equilibrada. Y si bien sigo teniendo miedo de que el diario pesimista sea el que tiene más razón, el otro es el que me permite creer en mí.

A 20 años de la última gambeta

En pocos días se cumplirán dos décadas del último partido de uno de los más grandes jugadores que vio el planeta: Diego Maradona.

Nadie imaginaba aquel 2 de diciembre de 1990, que el triunfo del Napoli 2-1 frente a Torino, con un gol de Maradona, sería el último partido del astro. Se sabía, sí, que estaba atravesando tiempos difíciles, pero no que la presión fuera tanta que lo llevara a decidir el retiro así como así, sin siquiera anunciarlo previamente.

Maradona no quería más. A pesar de que con treinta años le sobraba talento para brillar en el fútbol más exitoso del mundo, ya no tenía ganas de participar de todo el circo de alrededor. No estaba harto del fútbol, estaba harto de la industria del fútbol. De los entrenamientos, las negociaciones, los viajes, las dirigencias, los periodistas, la adoración desmedida de los hinchas que invadía su privacidad a niveles que nadie que no lo vivió puede entender.

Ya desde hacía tiempo venía expresando su hartazgo. Un par de años antes, se había mostrado interesado en una oferta del Olympique de Marsella que le hubiera dado la posibilidad de jugar en un ambiente más tranquilo y menos eficiente. Pero el Napoli no quiso venderlo. Tiempo después, se mencionó la posibilidad de pasar a un equipo italiano más chico, con menos pretensiones, como el Bologna. Pero para entonces Maradona ya había tomado la decisión: se iba de Italia, y se iba del fútbol.

Ni siquiera una oferta de Boca a principios de 1991 lo persuadió de volver. La verdad era que tampoco podía: el Napoli tenía contrato con él por un par de años más y la única salida era el retiro. Si un equipo quería contar con sus servicios primero debía comprarlo a los italianos. Pero Maradona les dijo que no se molestaran. Pensaba tomarse esos años como sabáticos, para reflexionar, para estar con sus seres queridos, y en todo caso volver fresco en 1993.

Nunca ocurrió. Maradona hizo todo lo posible para ser olvidado. Salió de la luz pública, dejó de hacer declaraciones y rechazó todas la ofertas de actividades que implicaban mostrarse ante cámaras. Ni siquiera tuvo un partido homenaje, como se estilaba entonces con las estrellas que se retiraban. No, Maradona se fue del fútbol y cortó toda relación con esa industria.

¿A qué se dedicó desde entonces? No se sabe muy bien. Se habla de que se dedicó a invertir en gastronomía, inmobiliarias, incluso en ropa deportiva. Pero no se sabe a ciencia cierta. Lo que se sabe es que, por lo menos para lo que respecta a la prensa, se volvió un recluso. Se negó a contestar reportajes, y dejó esperando a muchos periodistas de todas partes del mundo que acamparon frente a su casa para ver si podían ser recibidos. La actitud recordaba a Obdulio Varela, otro grande que durante décadas hizo lo mismo.

Ante la falta de exposición pública, los hinchas podrían haberlo olvidado rápidamente. Pero su estrella era tan grande que no era fácil. A pesar de que no jugaba en Argentina desde 1981, los dos Mundiales en los que llevó a la Selección a sendas finales, ganando una, eran muy apreciados por todos.

Cuando se acercaba el Mundial de 1994, se hablaba de la posibilidad de que regresara, por lo menos a la Selección. Desde la dirigencia de la AFA se le ofreció jugar como amateur, con una cantidad de privilegios que los otros jugadores no recibían: entrenar en forma particular, elegir el número de la camiseta, no participar de las conferencias de prensa, vetar integrantes del cuerpo técnico y también del plantel mundialista. Pero no aceptó. Dejó claro que no sólo no estaba interesado en esa clase de privilegios, sino que el Maradona jugador había terminado.

La negativa no impidió a la AFA volver a tentarlo tras ese Mundial para ser el nuevo DT de la Selección. Pero Maradona se negó, aduciendo que no estaba preparado para el cargo ni tenía ganas de sostener semejante responsabilidad. En una de sus últimas apariciones públicas, desde la ventanilla de su auto deseó suerte a quien fuera a tomar el puesto, mientras forcejeaba con los camarógrafos para poder entrar a la cochera de su quinta de Moreno.

Ha trascendido que rechazó toda clase de cargos públicos, honores que implicaban fotos con presidentes, programas de televisión, campañas solidarias, etc. Era bastante claro el mensaje de que quería que lo dejaran en paz, pero la fuerza de su imagen era tal que, aún años después de su retiro de la vida pública, la demanda de Maradona seguía siendo enorme.

En los medios, entonces, se limitaban a especular con lo que podría haber pasado. ¿Cuántas maravillas futbolísticas podría haber regalado Maradona de haber seguido jugando? Dada su calidad, muchos sostenían que podía haber jugado diez años más, tal vez hasta el Mundial 2002. Nunca nadie sabrá qué se perdió con el temprano retiro, cuánta magia el mundo del fútbol dejó de tener cuando su peso hizo salir espantado a una de la estrellas más grandes de todos los tiempos.

Sólo Maradona sabe qué ganó con su retiro. Seguramente una vida mejor, más pacífica, más relajada. Desde aquí se le desea que sea feliz en cualquier actividad que esté desarrollando, y se recuerda su paso por las canchas con enorme admiración.

El Domingol del negocio

Una nueva fuente de ingresos para los clubes puede ser televisar las reuniones en las que se negocian los pases.

Los clubes son instituciones pertenecientes a sus socios, que en muchos casos están desperdigados por el mundo. Todos tienen derecho a saber cómo marchan los intereses de su club, qué pasa, qué no pasa, qué factores se tienen en cuenta para la contratación de jugadores. Hasta ahora, todo ocurre por abajo de la mesa. Las negociaciones son objeto de misterio y, por lo tanto, de sospecha.

Muchas de las reuniones donde se desarrollan los negocios tienen claro interés público. Todos los canales de televisión apostan móviles en las puertas de las salas, mientras un equipo periodístico intenta brindar a la audiencia los pormenores de la reunión por caminos indirectos, aún cuando la reunión está en curso y no se resolvió nada. Los móviles informan quién va ganando y calculan la hora a la que terminará. También especulan acerca de las diferentes posibilidades de desenlace para todos los protagonistas.

Al finalizar las reuniones, se busca el testimonio de quienes participaron en ellas. A veces se lo consigue, a veces no. Pero, de todos modos, muchas veces lo conversado termina trascendiendo, y es inevitablemente desvirtuado por las diferentes repeticiones sin fuente clara.

Es cada vez más notorio, estamos ante la presencia del Domingol de las negociaciones.

Por eso, tal vez lo mejor sea directamente terminar con la vía indirecta y televisar en su totalidad las reuniones de negociaciones de pases. Armar una especie de ESPN-Span (?). Las transmisiones pueden tener comentaristas que vayan interpretando las distintas posturas de los que se sientan a negociar, y zócalos que vayan tirando datos como “la última vez que se ofreció esta cantidad de plata fue por X jugador” o “siempre que el presidente usó esa corbata el pase se terminó haciendo”.

Seguramente, la presencia de las cámaras tendrá influencia sobre la conducta de los que negocian. Habrá cosas que no querrán que salgan a la luz. Pero tal vez todo sea mejor si las negociacione se liberan de esos puntos oscuros. Todo arriba de la mesa, cuentas claras preservan la amistad, chancho limpio nunca engorda (?)

Pero, y esto es lo más importante, el hecho de que se televisen las negociaciones implica un ingreso para el club. Tal vez ese ingreso televisivo sea la diferencia entre que un pase se pueda hacer o no. Televisar las reuniones puede, entonces, mejorar el fútbol sobre la cancha, sin terminar en lo abstracto. Se entrará en un círculo virtuoso en el que la información abierta generará beneficios para todos.

Con el tiempo, se puede expandir la televisación a las reuniones de comisión directiva de los clubes, o de Comité Ejecutivo de la AFA. Incluso las de la FIFA o el International Board. Podremos enterarnos de qué se habla en todas esas instancias, cuáles son las técnicas de negociación de algunos virtuosos de la diplomacia. Y podremos deleitarnos, como los antiguos griegos y los que asisten a sesiones del Senado, con el exquisito arte de la oratoria.

Próxima entrega de Ideas que Jamás se Implementarán: fútbol a caballo.

Cómo aparentar sabiduría

Usted ha sido designado comentarista del Mundial. En ese momento le viene el miedo: “pero si yo no sé nada de fútbol”. No se preocupe, puede recurrir a simples trucos para salir del paso y quedar como un estudioso del deporte.

1. Tome a su público como lo que es

En un Mundial, la gran mayoría del público no sabe nada de fútbol, igual que usted. Con lo cual, con sólo explicar aspectos básicos quedarán impresionados por su performance. Puede aclarar la regla del off-side, decir el tamaño exacto de los arcos o agarrarse de lugares comunes sobre cada equipo (“Brasil juega bonito”). Si no conoce estos conceptos básicos, se los puede preguntar a alguno de los otros enviados, o a su equipo de producción, que está para ayudarlo a usted a quedar bien.

Aparte, en el Mundial es cuando las mujeres miran fútbol masivamente. Y las mujeres saben menos que usted, por lo que es una gran oportunidad para impresionarlas.

2. Evite el tema

Es muy útil hablar de algo distinto al fútbol, de esta manera su falta de conocimiento al respecto no quedará tan en evidencia. Hable de las características del país que está visitando, de la temperatura, de lo que ocurre a su alrededor. Comente si el café que está tomando es sabroso. Puede hacer también chistes internos, con lo que generará una inemdiata complicidad con el público.

3. Use los datos que tiene a mano

La FIFA proporciona una serie de estadísticas que vienen muy bien para rellenar. Son 90 minutos de transmisión de partido, más entretiempo, antes y después. Entonces conviene tener cerca las planillas oficiales. Allí se encontrará con la altura de los jugadores, la edad, la cantidad de partidos jugados en clubes y selección y otros datos pertinentes. Así, cuando tome protagonismo algún jugador, usted podrá tirar esos datos y parecer que sabe mucho.

En el transcurso del partido, le acercarán otras estadísticas, como porcentaje de posesión del balón, o la cantidad de kilómetros que corrió cada jugador. Puede usarlas también. Insértelas en su comentario durante el segundo tiempo, para dar la ilusión de que usted está siempre informado.

4. PNT

El acrónimo significa “Publicidad No Tradicional”. Son los que se conocen vulgarmente como “chivos”. No se preocupe, no va a pisar terreno nuevo y desconocido, en la televisión no hay nada más tradicional que los PNT. A pesar de que en general están prohibidos por la FIFA, igual puede usarlos con cierta moderación. Mencione varias veces el nombre del canal en el que está transmitiendo, hable de los próximos partidos que van a televisar. Incluso, puede hablar de otros programas, por ejemplo el que va después del partido. Esta información irrelevante le ayudará a ocupar preciosos segundos de transmisión, y con ella tendrá menos cosas que decir sobre el partido en sí.

5. Prediga

El arte de aparentar sabiduría debe mucho a la predicción. El mecanismo funciona así: durante los primeros minutos del partido, diga algún concepto muy vago, aplicable a cualquier partido, por ejemplo “me parece que en este partido van a ser muy importantes las jugadas de pelota parada”. Dígalo tres o cuatro veces, para que quede clara su predicción y de paso para llenar tiempo. Si en un momento se produce un gol de pelota parada, recuerde a los espectadores su predicción. Hágalo en plural, diga “como anticipamos”, no “como anticipé”, así presenta la ilusión de que es parte de un equipo.

Si la predicción llegara a fallar, no se haga problema, sólo ignore haberla hecho.

6. Haga trabajar a sus productores

No es suficiente con los datos proporcionados por la FIFA. Los números se leen muy rápido. Consiga que su equipo de producción le redacte dos o tres párrafos con curiosidades biográficas de cada jugador. De esta manera, podrá mecharlos entre los datos de la FIFA, los datos de la ciudad que visita y las apreciaciones del relator. Y, ya que está, tendrá un material de valor agregado, que los demás no tienen.

7. Repita

Apréndase un par de conceptos generales sobre el fútbol, por ejemplo “el mediocampo es el lugar más importante de la cancha, por donde pasa el verdadero juego”. No importa si son conceptos discutibles, o directamente falsos. Dígalos cuatro o cinco veces por tiempo, insista con ellos, use un tono didáctico para que los telespectadores crean que están aprendiendo algo valioso. Así logrará que esos conceptos terminen siendo aceptados por el gran público.

8. Cite antecedentes

Tenga a mano un especialista en estadísticas que le diga cuándo ocurrió en torneos anteriores algo similar a lo que está pasando. Por ejemplo, si uno de los equipos va ganando 1-0, haga que su ayudante le informe cuándo fue el último 1-0 protagonizado por ese equipo. Supongamos que fue en 1966. Entonces exagere: diga que “después de 44 años, el equipo X está ganando 1-0”.

9. Apele a la autoridad

Haga gala de sus contactos, de grandes personajes que le hayan dicho alguna vez algo. Si es necesario, invente esos encuentros o pídale a su equipo de producción que le entregue una lista de citas célebres. Por ejemplo, si usted está comentando un partido de Alemania, no se olvide de la frase de Lineker sobre la naturaleza del fútbol. Tampoco olvide decir que fue Lineker quien la pronunció. Pero preferentemente hable de cosas que le hayan dicho a usted, aunque no sean muy relevantes. Si tiene una noticia, o semi noticia, sobre algo, tírela, aunque no esté relacionada con el partido en sí. Puede usar también un pequeño truco extra: anuncie unos minutos antes que va a dar una noticia. De este modo enganchará al espectador, que evitará cambiar de canal mientras espera ser iluminado por usted.

10. Comuníquse con la audiencia

Tenga una dirección de mail a mano, o un perfil de Facebook. Dígalo al aire y relájese: los espectadores harán el trabajo por usted. Comentarán las jugadas, tirarán datos y harán preguntas de las que su equipo de producción podrá averiguar la respuesta. Elija los mensajes que lee en la transmisión, cuidando de no dar aire a las críticas que puedan llegar sobre usted. Si algún dato llegara a estar mal, la culpa será del que la envió, usted no hizo más que repetirlo.

11. Pida obsecuencia

Su pareja en la transmisión, el relator, estará demasiado ocupado como para decir algo profundo sobre el partido. Pero es el primero que debe escucharlo, y el que transmite las emociones que luego el público imita. Así que indíquele que debe elogiarlo a usted un par de veces, mencionar cuánto sabe usted, qué gran orgullo es para él trabajar con usted. Exíjale que pronuncie su nombre todo lo que pueda.

Retribúyale un poco los elogios, pero no pierda la oportunidad de cargarlo si se da la ocasión, así se sabe quién es más capo. Estas cargadas hágalas durante el espacio de los chistes internos, no las convierta en algo permanente porque corre el riesgo de irritar a su compañero y sufrir represalias.

12. No tenga miedo

Recuerde que el Mundial es una fiesta, debe primar la alegría. Muéstrese siempre seguro de lo que dice, independientemente de su posible falsedad. No tema contradecirse, el público no posee memoria de corto plazo, y si alguien se llega a dar cuenta podrá quedar como flexible. Eso sí: exija excelencia por parte de todos los demás. De los jugadores, de los árbitros y de la organización. Son ellos, no usted, los que tienen que proporcionar un gran espectáculo para el público.

Periodismo Maldito: El Gurú Estadístico

Pretendido intermediario entre las ciencias duras y el inculto mundo del deporte, el gurú estadístico no necesita mucho para impresionar a los que lo rodean con su sabiduría.

La matemática es una de las materias menos populares de la escuela. Es aún menos popular entre los que se dedican luego al periodismo deportivo. Pero existe una excepción a la que le gustan ambas ramas de la sociedad. Desde pequeño buscó una forma de unirlas y con el tiempo se convirtió en el gurú estadístico.

El gurú estadístico tiene siempre a mano datos sobre lo que se está hablando. Su vida son los números. Sabe los historiales de los partidos, la cantidad de goles de los distintos jugadores, las campañas de los árbitros. Puede relacionar datos y con esas relaciones recibe la admiración de los que lo rodean, que lo consideran sabio.

Muchas veces logra revelaciones asombrosas gracias a su manejo de los números. Aunque se lo suele ver tirando cifras inútiles, muchas veces logra iluminar una discusión con algún dato preciso y certero. La estadística tiene un lugar en el mundo del fútbol y él está bien ubicado allí.

Sin embargo, el gurú estadístico sabe que no es sabio. Su mayor miedo es que los demás se den cuenta. Entonces recurre una y otra vez a sus números, a su memoria y a sus planillas de cálculo. Saca de allí datos que los demás no tienen, y así se gana el respeto de todos. Se siente importante. Los demás expresan admiración por su habilidad con los números, pero internamente le tienen el mismo respeto que tenían en la escuela para los que se destacaban en matemática.

El gurú estadístico intenta entonces sacar conclusiones a partir de sus números, las cuales resultan cada vez menos certeras. No quiere saber que la aplicación de la estadística tiene un límite. Y quiere ampliar el campo en el que se siente cómodo. Ocurre que saber manejar el Excel no implica conocer algo de fútbol, y tener en la memoria datos específicos como quién fue el subcampeón italiano de 1955/56 tampoco. El gurú estadístico no ignora esto último. Por el contrario, es la fuente de sus inseguridades.

Animal solitario y rencoroso, sólo hay lugar para un gurú estadístico en cada equipo periodístico. Reacciona con agresividad cuando un aspirante intenta hacerle sombra en su juego. Es capaz de respetar a los otros gurúes estadísticos que cumplen el mismo rol, muchas veces de manera redundante, en las lejanías. Incluso puede generar con ellos valiosos intercambios de datos. Pero si se acercan se ve amenazado y emite respuestas desde esa emoción. Quienes no pertenecen a la especie en general no se dan por enterados de las disputas entre gurúes estadísticos.

Su inseguridad lo convierte en un asiduo vendedor de espejismos. Coincidencias que bien analizadas no son tan impresionantes, extrapolaciones que no tienen por qué ser verdaderas, rachas que mantienen su vigencia por tiempo limitado, predicciones basadas en espejismos de patrones. El gurú estadístico vende conclusiones simples a consumidores aún más simples, que se enorgullecen de su compra. Aunque a veces él también se impresiona con sus descubrimientos, en el fondo sabe que su trabajo no es tan meritorio como le gustaría.

Al alimentar las confusiones sobre los límites de su campo de acción, el gurú estadístico se siente con autoridad para opinar sobre temas donde las estadísticas no tienen nada para decir. A veces intenta hacerle decir cosas a las estadísticas, como si fueran un muñeco de ventrílocuo. Y al igual que en el caso del muñeco, parece que hablara pero el que realmente lo hace es quien lo maneja.

La rigurosidad es su credo, aún cuando no valga la pena. No vacilará en usar su autoridad para corregir cualquier imprecisión, incluso cuando esa corrección se desvíe del nudo de lo que se está hablando. Con este método el gurú estadístico refuerza su status de autoridad, de sabio y de importante. Las endorfinas que libera al hacerlo lo hacen sentir pleno y orgulloso de sí mismo, a veces demasiado.

Amparado en el respeto que le genera su trabajo con los números, que no se equivocan, el gurú estadístico expone sobre numerosos temas sobre los que no tiene por qué tener competencia. Su condición de sabio comparativo hace que se lo escuche con cierta atención. El gurú estadístico aprovecha entonces para subirse a su propio aire de superioridad, así de paso se cree más importante que lo que realmente es.

Llega un momento en el que el gurú estadístico piensa que se graduó de gurú hecho y derecho, y se cree digno de ser consultado sobre cuestiones morales, éticas, institucionales y también sobre gustos personales. El gurú estadístico siempre apoyará sus preferencias subjetivas en la sabiduría que los demás creen que tiene, y siembra la idea de que aquellos que adhieran a sus posturas (aún sobre temas tales como “qué música hay que escuchar”) podrán reflejar una porción de su grandeza.

El gurú estadístico es un personaje algo molesto pero poco peligroso. Su misma condición de diferente hace que, aunque muchos le expresen admiración, casi nadie le haga caso.

Periodismo Maldito: Los fanáticos

“La objetividad no existe” es una máxima que se enseña en muchas escuelas de medios. Se trata de una frase cierta. Todos tienen un punto de vista, y por más que uno se lo trate de sacar de encima nunca logrará la objetividad. Es como la perfección, o el silencio total.

Lo que muchos no captan es que la inexistencia de la objetividad no implica que haya que dejar de buscarla. Como resultado, muchos periodistas tiran por la ventana toda pretensión de llegar a la verdad y expresan su apoyo incondicional a ciertos personajes, y a través de ellos a ciertas ideas.

Esto produce varios efectos perjudiciales:

1. El personaje que es objeto de adoración se estereotipa. Los periodistas fanáticos difunden una versión necesariamente idealista y simple de su manera de ser y actuar, aun cuando no sea cierto. El personaje, entonces, al seguir siendo como era empieza a entrar en contradicción con la imagen que existe de él mismo. Eso lo perjudica ante la opinión pública, a pesar de los justificativos que los fanáticos invariablemente inventan para salvar las paradojas. También puede ocurrir que el personaje se crea esa imagen y la abrace, perdiendo de esta forma parte de lo que antes era, y convirtiéndose en una caricatura de sí mismo.

2. Se produce una polarización entre los periodistas fanáticos de un personaje y los fanáticos de otro. Los niveles de fanatismo de ambos lados se van realimentando, y se genera una carrera armamentista donde antes había periodismo. En un esfuerzo para ganar adeptos, ambos bandos reclaman para sí a otros personajes, y los alinean detrás del que ellos apoyan. Del mismo modo, adjudican a otros al bando contrario y se dedican a explorar los defectos del grupo en general. No de los individuos, porque para ellos no existen como tales, sino que son sólo “istas” del principal.

3. Se genera una mentalidad conflictiva del tipo “el que no está conmigo está contra mí”. Periodistas (y protagonistas) a los que no les interesa alinearse pueden comprobar que alguien les ahorró el trabajo y los alineó en uno u otro bando. Si no se tiene cuidado, se corre el riesgo de quedar pegado en una disputa en la que casi nadie tiene nada que ver originalmente.

4. Los debates e intercambios de idea se convierten en discusiones a los gritos llenas de ad hominem y descalificaciones varias. Pierden así su esencia, si es que alguna vez la tuvieron, y pasan a ser meros ejercicios de rituales primates.

5. Aparece el fenómeno de la radicalización, según el cual para demostrar una adhesión a ciertos principios básicos hay que sostener que esos principios son los únicos, son universales y el que no los apoya es indigno de vivir.

6. Mucha gente queda con anteojeras ideológicas por mucho tiempo. Algunos directamente aprenden a ver la vida sólo en términos de las disputas entre fanatismos, y creen que eso no sólo es una manera de pensar, sino que es pensar. Es una mentalidad inútilmente partidaria que tiene una operación principal cuyo seudocódigo es el siguiente:

yo:=A
A=bueno
B=malo
Si x=A entonces x es bueno
Si x<>A entonces x=B
Si x=B entonces x es malo
Si x es malo entonces debe ser destruido

Es muy fácil entrar a esa forma de operar. Una vez adentro son pocos los que se dan cuenta de que se hacen daño a sí mismos, a los demás y a su medio.

Son pocos los que salen del fanatismo. Algunos llevan la bandera de su fanatismo particular hasta el último día de sus vidas. Unos cuantos tienen éxito y llegan a formadores de periodistas, de opinión y de medios. Ocurre que las posturas radicalizadas a veces gozan de popularidad, porque suele ser más divertido ver a un periodista exacerbado en defensa de sus ideas (a las que él llama ideales) que a alguien que busca un equilibrio entre dos o más posturas.

Esto último se da porque mucha gente cree que apasionarse por algo es una virtud suprema. Se le da más importancia a esa pasión que a todo lo demás, incluyendo si esa pasión tiene algún sentido o no. Y como no se puede ser un apasionado de la moderación, el público que busca pasión se va a los extremos.

Y la verdad rara vez está cerca de los extremos.

Periodismo Maldito: Los estudiantes eternos

¿Qué pensás hacer? es una pregunta que reciben mucho los estudiantes secundarios. La insistencia de esa pregunta causa que algunos se den cuenta de que la escuela se termina a los 18/19/20/21/22 años, y empiecen a pensar qué quieren hacer con su futuro. Y razonan que como lo que les gusta es el fútbol, estaría bueno hacer algo con eso.

Sin embargo, saben que no les da para ser futbolistas, porque en la mayoría de los casos tendrían que estar haciendo inferiores desde muy chicos. Tampoco quieren ser profesores de educación física, porque no tienen ningún interés en la actividad física. La idea está a punto de fracasar hasta que ven por televisión que existe una escuela de periodismo deportivo. Encima, esa escuela es dirigida por conocidos periodistas que hace mucho que trabajan en los medios con éxito. “Ésta es la mía”, se dicen, y cuando logran terminar el secundario se anotan.

En la facultad (o, mejor dicho, en la escuela de periodismo deportivo) les enseñan los rudimentos del trabajo. Pero el talento no se aprende en la escuela, sino que se lleva adentro. Por eso, la mejor manera de aprender a ser periodista deportivo es trabajar de eso. Y la escuela tiene diferentes maneras de lograrlo.

Una manera son las prácticas profesionales. El establecimiento cuenta con un estudio de televisión donde los aspirantes a periodistas deportivos pueden jugar a que están haciendo un programa. Previamente, les enseñan la regla de oro de la televisión: hay que evitar que el espectador cambie de canal. El corolario de esta regla de oro implica que es necesario anticipar lo que vendrá, dejar lo mejor para el final y hacer autobombo, de manera que el espectador piense que está mirando el mejor programa posible.

Los estudiantes aplican estas reglas y hacen sus programas de práctica, que como no salen al aire abundan en chistes internos, que son mayormente entendidos por los profesores. Todos quieren obtener buenas notas, porque saben que sólo los mejores tendrán la oportunidad de acompañar a los directores de su escuela en los distintos medios. Entonces cada estudiante hace autobombo no sólo del programa falso, sino de sí mismo. Cada uno quiere aparecer como el más capo, el que más sabe, el que mejor cumple las reglas de la televisión y del periodismo. Y, de paso, para tratar de ser los mejores de su clase, harán notar las imperfecciones de sus compañeros, así los profesores no sólo ven facilitado su trabajo, sino que se enteran de que el alumno en cuestión está atento.

Las reglas básicas del periodismo también les son explicadas. Es importante tener la primicia, es necesario lograr un título, una buena entrevista es la que consigue que el entrevistado diga lo que el periodista quiere, si no no sirve para nada. Entonces, cada vez que los estudiantes logran alguno de esos objetivos, lo hacen notar en las prácticas de cámara. “Profe, profe, vea lo que puedo hacer” no dicen, pero piensan.

Con el tiempo, los estudiantes consiguen su diploma: son, orgullosamente, periodistas deportivos. Algunos, como suponían, pasan a trabajar en los medios. No consiguen inmediatamente posiciones relevantes, pero tienen la oportunidad de trabajar de algo parecido a lo que les gusta y aplicar lo que aprendieron en la escuela de periodismo deportivo.

Luego de otro tiempo más, algunos ex-compañeros de la escuela de periodismo deportivo llegan a tener su propio programa de televisión. Es el sueño de una carrera. Sin embargo, en ese momento se produce un fenómeno curioso. Como durante toda su carrera trabajaron con los directores de su escuela, internamente todavía se consideran en etapa de aprendizaje. Y por eso se comportan como alumnos.

Entonces, en los programas de televisión tratan de cumplir todas las reglas que aprendieron en las prácticas, y también tratan de promoverse. Todos quieren tener primicias, pero antes de darlas es necesario anticipar su llegada para que el espectador no cambie de canal. Hacen gala de sus logros periodísticos, con la misma cara que ponen los alumnos de primaria cuando alguno de sus padres los ve en un acto escolar. Tiran chistes internos y hacen notar los defectos de sus compañeros, para que el profesor fantasma les obsequie una calificación mejor. No se animan a innovar mucho, ni a irse demasiado lejos de lo que les enseñaron en la escuela, porque no saben hacer otra cosa y les dura el miedo a una mala calificación.

De alguna manera, ellos creen que cumplir el sueño del programa propio los hace importantes. Sin embargo, fuera de su estudio nadie cree en ellos. Los espectadores encuentran ridículo su intento de hacer televisión, y los periodistas que no pasaron por esa escuela, cada vez más en minoría, se ríen de ellos. Algunos de estos periodistas experimentados (o figuras retiradas) que, para tener alguna voz autorizada, forman parte de su programa, tratan de no hacer muy evidente su opinión sobre aquellos ex-estudiantes.

Pero cada tanto sale alguna muestra de lo que realmente sienten. Retrucan algún comentario poco sagaz, corrigen algún dato erróneo o simplemente ponen cara. Y los destinatarios, antes de volver a las tareas aprendidas en la escuela, aceptan tácitamente la crítica con una sonrisa. Porque ellos lo saben mejor que nadie: no son periodistas de verdad. Son estudiantes eternos.

Periodismo Maldito: Los comediantes

Ciertos personajes sienten que tienen alma de comediantes, pero en realidad deberían dedicarse a otra cosa. Algunos de ellos efectivamente trabajan de otra cosa. Sin embargo, eso no les impide tratar de ejercer lo que ellos creen que es su verdadero talento.

Los periodistas deportivos que quieren ser comediantes son fáciles de reconocer: son los que ponen el humor en primer lugar, por encima de la rigurosidad fáctica. Prefieren ser graciosos a estar bien informados. (Existen otros, que complementan su performance informativa con gracia. Ellos no son los que describimos aquí.)

Estos especímenes, en general, trabajan de noteros. Tienden a poner un micrófono delante de los protagonistas, pero no para acercarnos sus palabras sino para tener una audiencia para sus chistes. Muchas veces se ven en la obligación de explicar que sus preguntas no eran en serio, de modo que el ocasional interlocutor no tenga que pensar una respuesta adecuada. De este modo le indican que se ría. Ocurre que muchas veces los protagonistas acaban de salir de jugar un partido, están cansados y pasados de revoluciones, entonces es necesario que el periodista le diferencie las preguntas de verdad y las humorísticas (también es cierto que unas y otras, en muchos casos, no se diferencian demasiado).

Algunos de estos personajes saben que ellos no son los que el público quiere ver, y tienen la noble intención de cooperar con los verdaderos protagonistas para que sean ellos quienes obtienen la gracia. Porque quieren la satisfacción de que sus chistes sean escuchados por el público, sin importar quién los diga. De modo que piensan un chiste de formato pregunta-respuesta y hacen la pregunta. No siempre la respuesta es la esperada, pero eso no es problema: si llega a ser necesario, el periodista comediante la indicará con mayor o menor sutileza, según el caso.

El humor en la mayoría de los casos proviene de metáforas sexuales. Ése es el secreto de todo gran comediante, porque ya se sabe que cuando el público recuerda la existencia del sexo, ríe. Se trata de un principio que ningún sociólogo ha sabido dilucidar, pero es utilizado por algunos de los más exitosos comediantes, profesionales o no. Eso sí: se requiere una gran capacidad de transmisión de ideas, porque el público no necesariamente asumirá que palabras como “mojar”, “colocar” o “manguera” se utilizan para aludir al sexo.

Hay algunos periodistas/comediantes que han hecho carrera en esa especialidad. Algunos de ellos, sin otros talentos, son enviados a los más grandes eventos del mundo para que hagan notas a miembros del público, con quienes compiten para ver quién es más ocurrente. Este método permite eludir el peligro de enganchar a algún jugador sin sentido del humor y que tenga la intención de escaparse de la nota. También sirve para evitar tener que transitar barreras idiomáticas: sólo es necesario buscar a alguien que no entienda el idioma que habla, decirle cosas ofensivas y extraer de ese modo la gracia de una situación que, sin su tarea, no la tendría. Otros periodistas/comediantes menos experimentados, para evitar la humillación de tener que conformarse con entrevistar al público, se ven obligados a utilizar el poco sutil recurso de agarrar a los jugadores de un brazo.

Anexo: Los poetas

Un grupo aledaño al de los comediantes es el de los poetas. Son los que alguien les puso la idea en la cabeza de que son maestros de las palabras, y siempre creen que nunca se le ocurrió a nadie lo que ellos pensaron. Están persuadidos de que son el fruto del amor de Borges y Bioy. Son los que, si Gimnasia le gana a Boca, titulan “en la Boca del Lobo”, y se sorprenden porque aún no recibieron el Nobel de literatura.

Pero no se quedan ahí. Algunos tienen la intención de ser profundos y elaboran largas elucubraciones en las que, ellos piensan, hacen lucir su ingenio. En general son colecciones de lugares comunes que cubren el tiempo/espacio requerido sin lograr disimular lo que resulta notorio: el autor no tiene nada para decir.

Muchos de ellos tratan de comparar al fútbol con las bellas artes, porque tienen la idea de que el deporte es una actividad inferior, aunque están al tanto de que forma parte de la cultura. Creen que saber de fútbol no es suficiente para ser una persona completa, y por eso tienen la intención de ilustrar al público con sus conocimientos de filosofía, pintura, ballet, música clásica (de la cual tienen la idea de que es la única que realmente vale la pena a pesar de que nunca la escuchan), cine francés y teatro. No suelen concurrir a museos ni otros foros artísticos, prefieren quedarse mirando fútbol. Pero tienen culpa, y tratan de liberarse de ella con la fusión de la poesía y el periodismo deportivo.