El mismo río

Es automático o voluntario. Y lo voluntario corre riesgo, con la repetición, de volverse automático. Las experiencias no se repiten. Se repiten los lugares. Uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, pero no es el río el que no es el mismo. El río siempre es igual. El que cambia es uno.
Para ir en busca de lo mismo hay que hacer cosas distintas. Y no se encuentra lo mismo. Todo lo que no es irrepetible es tedioso. Se encuentra algo nuevo, o algo nuevo para nosotros, pero sólo si lo buscamos. Si no, las cosas nuevas pasan como río y no nos damos cuenta porque nos estamos bañando.
La repetición innecesaria termina mal. No es que haya que evitar las repeticiones. Hay que preguntarse por qué lo hacemos. Volver a hacer lo mismo viene con la carga de todo lo hecho antes, y eso transforma a la experiencia actual. La puede transformar en algo bueno o malo. Es preciso prestar atención y revisar si o que estamos haciendo sigue siendo lo que queríamos, o de tanto hacer lo que queríamos, se transformó en una fotocopia.
Hay que hacer pausa. Explorar. Ver si la persona que somos ahora quiere volver al mismo río, o si quiere buscar ríos distintos. O lagos. O montañas. O ciudades.
No se puede conseguir el movimiento constante. Cada tanto hay que parar, aunque sea para darnos cuenta de lo que nos movimos hasta ahora.
Si no, corremos el riesgo de convertir lo que nos gusta en ritual, en repetición arbitraria. En adicción. En mecanicismo. De tantas ganas que tenemos, si no miramos lo que hacemos podemos someternos a la obligación, y cuando nos queremos acordar, es el río el que se baña otra vez en nosotros.

Historia de Juan y Pinchame

A pesar de ser amigos desde la infancia, Juan y Pinchame tenían personalidades muy distintas. La diferencia más notoria era que Juan era más aventurero, más lanzado. Pinchame, en cambio, era más conservador. Prefería evitar los riesgos, porque pensaba que no valía la pena jugarse en forma irracional.
Muchas veces Juan tenía ganas de realizar alguna actividad alocada y Pinchame le hacía ver que no era conveniente. Podríamos decir que le pinchaba las ilusiones. Pero no era ésa la intención de Pinchame. Por el contrario, tenía intención de divertirse. Sólo que su estándar de seguridad era más alto que el de Juan.
De cualquier modo, muchas veces Juan lo convencía de hacer ciertas cosas. Pinchame, por ejemplo, durante un tiempo se negaba a ir a una montaña rusa. Le parecía inútilmente riesgoso, decía que no valía la pena, pero en realidad tenía miedo. Juan insistió mucho, hasta que logró que fuera. Y no se sorprenderán al enterarse de que Pinchame disfrutó la experiencia. Sin embargo, no quiso repetirla. Una vez era suficiente para él.
Juan se frustraba, aunque respetaba las opiniones de Pinchame. Muchas veces iban juntos a algún sitio, y Pinchame se quedaba mirando a Juan mientras corría algún riesgo. Habitualmente Juan salía ileso, y reprochaba a Pinchame la actitud que él veía como amarga. Pero Pinchame no estaba de acuerdo. Decía que tarde o temprano Juan iba a tener un accidente, y él iba a tener que lamentar la muerte de su amigo.
Desgraciadamente, Pinchame tuvo razón. Aquel día de crecida, Juan quiso ir a nadar. Estaba verdaderamente insistente, entonces Juan y Pinchame se fueron al río. Pinchame se quedó en la costa, Juan se tiró a nadar. Pronto lo agarró una fuerte corriente que no pudo dominar. En poco tiempo, Juan se ahogó. ¿Quién quedó? El que había tomado la precaución de no correr riesgos.

El náufrago

Gerardo estaba haciendo un crucero transatlántico en uno de los barcos más grandes y más lujosos del mundo. Había pagado mucha plata y estaba haciendo uso de las innumerables atracciones que ofrecía el navío. Comía en restaurantes de lujo, disfrutaba de excelentes espectáculos teatrales, practicaba golf, nadaba, jugaba en el casino y tomaba sol, todo sin salir del barco e incluido en la tarifa. Por las noches disfrutaba del espectacular firmamento que ofrece el medio del océano y que alguna vez había visto Magallanes.
Un día estaba en la proa mirando lo que el barco tenía por recorrer. Le gustaba ver cómo se partía el agua, le hacía acordar a algunas historias que le contaban de chico. Estaba relajado mirando eso cuando a lo lejos divisó un iceberg. Pensó que era raro ver uno en esa parte del planeta, tan cerca del ecuador. Se preguntó si un barco de tal magnitud podía ser afectado por el choque con un iceberg, y no se le ocurrió ningún ejemplo de alguna ocasión en la que hubiera pasado algo así. De todos modos, le pareció prudente prevenir a los responsables. Fue a avisar a la cabina de mando, pero le fue difícil llegar a ella debido a las nuevas medidas de seguridad.
Cuando lo dejaron pasar sintió un golpe y un sonido extraño, sostenido, como si algo se estuviera rajando. Supo que el iceberg había chocado contra el barco y se lamentó por no haber podido avisar a tiempo. Corrió con el personal de mantenimiento a la proa y los vio revisar el daño causado por ese segmento sólido del océano. El personal comprobó que la rajadura causada por el iceberg era demasiado grande y no se podía reparar. Era inexorable, el barco se hundiría. Gradualmente cundió el pánico, y llegó un momento en el que todas las personas que estaban en el barco estaban corriendo por su vida. Por suerte esta contingencia estaba prevista y había botes salvavidas con capacidad para todos. Gerardo fue a su camarote a buscar algunas de sus pertenencias. Se demoró un poco más de lo esperado porque le quedó trabada la puerta y no la podía abrir. Llamó al servicio de habitación pero no le contestó nadie. Luego de forcejear un rato pudo abrir la puerta y fue corriendo hacia donde estaban los botes.
No había nadie.
Todos se habían ido y se habían olvidado justo de él, que, irónicamente, había sido el que casi les avisaba del iceberg. Gerardo buscó por todo el barco a ver si quedaba alguien, o por lo menos un bote, pero no tuvo éxito. Estaba solo en un transatlántico que se hundía.
Luego de lamentar su suerte por algunas horas oyó un estruendo y al mismo tiempo se cayó. El transatlántico había encallado. Pensó que estaba salvado, había llegado a tierra por más que no fuera el destino previsto. Gerardo se levantó y salió a ver adónde estaba.
Estaba en una isla desierta. La isla era bastante pequeña, redonda y tenía una palmera en el centro. Eso era todo, aparte del transatlántico que se encontraba encallado. Aunque era inútil explorarla Gerardo se bajó igual, deseoso de pisar tierra firme.
Gerardo no sabía qué hacer. Estaba varado en una isla desierta en el medio del Atlántico y nadie sabía que él estaba ahí, por lo que nadie lo iba a ir a buscar. La isla no parecía muy prometedora en cuanto a provisiones, pero en el mar era seguro que había peces que podían transformarse en pescados. Además tenía todo lo que le pudiera ofrecer el transatlántico, en el cual, como hemos dicho, estaba todo incluido.
Gerardo construyó un refugio para pasar la noche. Usó unos troncos que encontró en la playa y puso adentro la cama de su camarote en el transatlántico. Luego pescó su cena y la cocinó en la cocina industrial del crucero.
Mientras se cocinaba el pescado pasó por el centro de comunicaciones del barco y escribió sobre lo que había pasado en el blog donde registraba el viaje.
Pasó la noche en el refugio. Hacía mucho frío y no tenía sistema de calefacción, así que fue al gift shop del transatlántico encallado y sacó un par de frazadas con el logo de la línea de cruceros. No estaban incluidas en el precio que había pagado, así que dejó veinte dólares en la caja registradora. También recurrió al gift shop cuando se quiso cambiar a la mañana siguiente.
Al levantarse, marcó en una piedra una pequeña línea vertical que simbolizaba el primer día en la isla. Luego desayunó huevos revueltos que se sirvió de la barra del casino. Un rato más tarde fue a la cabina de mando y se fijó la latitud y la longitud que marcaba el GPS. Eran los datos que le pedían en los comentarios de su blog, y Gerardo los publicó.
Luego, como tenía ganas de que el día pasara rápido, fue al cine del transatlántico, que todavía funcionaba, y se proyectó las dos películas más largas que estaban disponibles, que eran Titanic (1997) y Cast Away (2000).
Al terminar las películas, salió a la isla y se encontró con un helicóptero que lo llevó de nuevo a la civilización. El rescate en helicóptero estaba incluido. Al llegar, sus amigos lo recibieron con abrazos y lo encontraron despeinado, bronceado y con una barba de dos días.

Cómo escribir "Domingo de regreso"

  1. Observe una estatua de Sarmiento en el patio del colegio Bernasconi, y fíjese que parece que representara a Sarmiento como si estuviera levantándose de la mesa del doctor Frankenstein.
  2. Tome nota de esa observación.
  3. Piense una historia, o por lo menos el principio de esa historia.
  4. Escriba ese principio, confiando en que el resto va a salir. Ocúpese de ir creando clima. Dése cuenta de que vale la pena crear suspenso antes de la revelación de que lo que está en la mesa del doctor es Sarmiento.
  5. Una vez que Sarmiento se escapa, llévelo hacia un lugar donde los mitos de Sarmiento puedan jugar. Por ejemplo, una escuela.
  6. Cree un conflicto. Por ejemplo, los niños se asustan de la apariencia de Sarmiento.
  7. Para no repetir el nombre del fundador de “El Zonda”, refiérase a él de diferentes maneras, y explote humor por ese lado.
  8. Haga alguna referencia a la obra social de Sarmiento, sin detener ni estorbar el avance de la historia.
  9. Ubique el clímax en la escuela creada por Sarmiento, y preferentemente ubique en él a la estatua que inició todo el proceso.
  10. Traiga de vuelta al doctor Frankenstein, para que el cuento cierre como empezó.
  11. Robe el final del cuento “Gardelería” de Leo Maslíah, pero cambie el “echó todo a perder” por “lo arruinaron todo”, que convenientemente habrá robado de un espectáculo de Les Luthiers.
  12. Titule el cuento de una manera que no revele de qué se trata pero se entienda una vez leído. Preferentemente utilice un título que haga pensar al lector que lo que va a leer es algo parecido a “La autopista del sur” de Cortázar.
  13. Revise, reescriba, afeite las rebabas, pula y haga esto varias veces.
  14. Publíquelo en su libro titulado “Léame” y véalo convertirse en uno de los hits.

Genérico

Ese viernes, Jorgito se levantó al sonar su despertador. Fue al baño y se afeitó, luego de cambiar el repuesto de su máquina de afeitar. También se lavó los dientes y se peinó, utilizando el gel capilar que acostumbraba a ponerse.
Una vez vestido, fue a desayunar. Desayunó avena arrollada, y la acompañó con jugo en polvo que había preparado la noche anterior. También comió un par de tostadas con queso crema. Luego volvió a lavarse los dientes, y estuvo listo para ir a trabajar.
Minutos después, lo pasó a buscar la combi que lo llevaba a su trabajo. Al subirse, se golpeó la cabeza con el borde de la puerta y se cortó. El conductor de la combi le curó la herida y le colocó un apósito protector. Durante el viaje, Jorgito se limpió la sangre de la cara con un pañuelo descartable. El golpe había sido bastante fuerte y le había producido un dolor de cabeza, así que cuando llegó a su trabajo lo primero que hizo fue preguntar a sus compañeros si alguien tenía una tableta de ácido acetilsalicílico.
En el trabajo, la pluma fuente que solía usar empezó a perder tinta y se le produjo una mancha en la hoja. La cubrió con líquido corrector y dejó de lado la pluma para pasar a usar un bolígrafo.
En el descanso de media mañana Jorgito se tomó una sopa instantánea, usando el agua caliente del dispensador que había en la oficina.
Cuando volvía de la pausa pasó por el departamento de diseño, donde un amigo estaba usando un software de retoque fotográfico. Estaba modificando una foto que había sacado con su cámara de revelado instantáneo y luego había escaneado.
Luego fue al sector de mantenimiento, para ver si alguien podía arreglarle la pluma fuente. Había una sola persona, que estaba tratando de hacer girar un tornillo con cabeza en cruz usando una navaja suiza porque, según explicaba, no tenía el destornillador adecuado. Jorgito resolvió volver más tarde.
Cuando fue hora de comer, Jorgito se dio cuenta de que se había olvidado la vianda. Había guardado las sobras de la noche anterior en un recipiente plástico hermético para comerla en ese momento, pero lo había dejado en la heladera. Debió entonces salir a comer, y fue a un restaurante de comida rápida que había muy cerca de su trabajo. Comió una hamburguesa que, según la descripción del cartel explicativo, pesaba un cuarto de libra y venía con queso. Jorgito acompañó el sándwich con un vaso de gaseosa cola, mientras se preguntaba cuánto sería eso en kilos.
Cuando terminó de almorzar, vio que le quedaba tiempo de su descanso del mediodía, y aprovechó para jugar con un compañero unos partidos de tenis de mesa en el bar de al lado.
Al volver al trabajo, volvió a pasar por Mantenimiento buscando una solución para el problema de su pluma fuente. Se encontró a dos operarios tratando de pegar planchas de poliestireno usando cola vinílica. Le explicaron que habían intentado con cinta adhesiva transparente, pero no tenía la resistencia requerida. Jorgito les sugirió usar pegamento de contacto.
Cuando terminó su día de trabajo, Jorgito estaba muy estresado por las tareas de la semana. Y eligió volver a su casa caminando, mientras escuchaba música en su reproductor portátil. Durante el trayecto pasó por una heladería y se llevó un kilo de crema helada. Como todavía le quedaba un trecho por recorrer hasta su casa, Jorgito pidió que le incluyeran dióxido de carbono en estado sólido para evitar producir derrames innecesarios.
Para sacarse el estrés, al día siguiente Jorgito se fue al campo a pasar el fin de semana. Tenía un terreno no muy lejos de la ciudad, el cual había heredado, junto a sus ocho hermanos, de su tía María. Cuando abrió la tranquera saludó a don Vicente, el cocinero, que a pesar de ser carioca estaba lleno de nobleza gaucha. Era un campo frío, pero a Jorgito no le importaba. Cuando estaba en ese lugar se sentía siempre libre.

Nombres descriptivos

Cuando se inventó el automóvil, no se usó demasiada creatividad para ponerle un nombre. Sólo era una descripción de lo que la máquina hacía: moverse sola. Resultó un nombre exitoso porque precisamente ésa era la novedad. Aunque lo que fue exitoso no fue necesariamente el nombre sino el invento. Seguramente hubiera vendido la misma cantidad si se hubiera llamado “sinequino”, “terteo” o “Rodolfo”.
La costumbre de ese nombre siguió siendo adoptada en muchos artefactos de uso cotidiano, como el lavarropas o el quitaesmalte. Aunque no sea creativo, es innegablemente un recurso muy práctico.
Otra consecuencia de la invención del auto fue que la velocidad alcanzada generaba una corriente de aire molesta para el conductor y los acompañantes. Entonces se incorporó al invento un vidrio transparente, que permitía ver adelante y, además, paraba esa inconveniente brisa. Se le puso, entonces, el nombre “parabrisas”.
El parabrisas, sin embargo, pronto tuvo sus propios inconvenientes. Se ensuciaba, sobre todo los días de lluvia. Fue necesario inventar un dispositivo para limpiarlo. Y así como el lavarropas lava la ropa, para limpiar el parabrisas se usa el “limpiaparabrisas”.
Todos estos inventos fueron muy exitosos, porque eran necesarios. Nadie quiere comprar un limpiaparabrisas, pero para tener un auto se necesita parar la brisa y ver a través del dispositivo que lo hace. Entonces el limpiaparabrisas se volvió estándar en todos los autos.
Pero no se terminaron con él los problemas. El limpiaparabrisas también se ensucia. Entonces los autos empezaron a venir con un dispositivo para lavarlo. Se denomina “lavalimpiaparabrisas”, pero se lo conoce informalmente como “sapito”.

Combo grande

En el bar de la estación de servicio ofrecían un combo. Por 8 pesos, se podía obtener un sándwich de milanesa y una Coca de 237 m3. Me pareció extremadamente barato, así que lo pedí.
En seguida me entregaron la milanesa, y me dijeron que la Coca me la daban afuera. Comí todo el sándwich antes de salir. Cuando terminé, necesitaba beber algo para bajarlo. Así que tomé el sorbete que me habían entregado junto con la servilleta y salí a buscar la Coca.
Me indicaron que fuera hacia el camión que estaba al fondo de la estación de servicio. Al entrar había creído que era un proveedor de nafta, pero allí se transportaban los 237 metros cúbicos de Coca. Resultó que el combo era una especie de estafa. Me daban la bebida pero no el recipiente, porque por 8 pesos no me iban a entregar también el camión. Sin embargo, si me tomaba toda la Coca no iban a poder objetar nada.
Subí entonces la escalerilla del camión y se reveló una cantidad enorme de Coca-Cola, que incluso oleaba. No llegaba a la superficie del recipiente, sino que sobraba bastante pared en el interior del camión. Seguramente era para que no se cayera el líquido cuando era transportado. Acerqué entonces el sorbete a la superficie y me dispuse a beber, pero calculé mal la posición sobre la escalera y me caí a la Coca.
No necesité nadar. Las burbujas me mantenían a flote, y mientras más bebiera más podía sostenerme. Calmé mi sed en pocos segundos, entonces empecé a buscar una manera de salir de ahí. Era difícil, porque del lado de adentro no había escalerilla.
La Coca en la que me había sumergido estaba bien helada, con lo cual cada minuto que me mantenía en su interior me daba más frío. No tenía nada de qué agarrarme para salir. Los grandes cubos de hielo que mantenían la temperatura de la Coca podían sostenerme si me cansaba, pero no me servían de escape. Pedí ayuda a los gritos, pero nadie pareció escucharme.
Se me ocurrió nadar a lo largo del camión para tomar carrera, tal vez de esa forma podía saltar lo suficiente como para llegar al borde del recipiente. Hice dos o tres largos que formaron una importante cantidad de espuma, pero no me impulsaron. Sin embargo, vi en esa espuma la respuesta.
Empecé a agitar los brazos y las piernas de modo que se produjera la mayor cantidad posible. Mi idea era que la espuma rebalsara, como cuando uno sirve la Coca con demasiada velocidad en un vaso. No podría nadar en ella, pero seguramente llamaría la atención del personal, que me podría venir a rescatar. Era una apuesta arriesgada, porque me exponía a perder todo el gas y no sólo tendría que nadar para sostenerme a flote, sino que la Coca quedaría intomable.
Sin embargo, nada de eso llegó a ocurrir. Cuando estaba empezando a generar espuma, sentí que el camión se movía. Noté que salía de la estación de servicio, quién sabe hacia dónde. También noté que, una vez en la calle, desarrollaba una gran velocidad. Lo que me fue útil, porque en un momento tuvo que pegar un frenazo, la Coca formó una ola enorme y salí disparado hacia adelante.
Y, aunque quedé todo mojado y marrón en el medio de la calle, por fin me vi liberado.

Diccionario de dudas

abad: el que manda en un monasterio, convento o alguna de esas comunidades religiosas.
abdomen: una parte del cuerpo, cerca de la panza. Casi seguro está en el torso.
apogeo: cuando la luna está en el punto más lejano de su órbita, o el más alto, o tal vez cuando tapa al sol.
bellota: como si fuera una almendra, pero no es.
billón: puede ser mil millones o un millón de millones.
bronquio: conducto de respiración de los peces, pero por alguna razón los animales terrestres también tienen.
caimán: casi un cocodrilo.
calabaza: viene a ser una especie de zapallo.
celtas: antepasados de los franceses, que vivían en lo que hoy es España.
cigüeñal: parte del motor de un auto, como los pistones.
cuadrilátero: cuadrado que no necesariamente es cuadrado.
cuclillas: cuando el cuerpo está agachado sobre las piernas flexionadas o algo así.
derrotero: cuando uno sigue un camino y en el transcurso es derrotado varias veces, posiblemente.
dotación: como un regimiento, pero de bomberos.
edén: donde vivía determinada pareja hace bastante.
efervescente: persona a la que le salen burbujas por su entusiasmo.
entraña: la parte de adentro de algo.
eritrocito: glóbulo blanco, o tal vez rojo. Por ahí plaqueta. Es algo que está en la sangre.
exabrupto: cuando uno es insultado, pero mucho.
fantasma: algo que no existe, pero existe.
formidable: grosso.
forraje: lo que comen los caballos, o material que se lleva en el carro para disimular lo que hay adentro.
fuelle: puente de la guitarra.
gacela: viene a ser como un ciervo, suele ser comido por los leones.
Gardel: cantor argentino, de nacionalidad uruguaya y nacido en Francia.
garza: ave acuática que muchas veces levanta una pata.
gonorrea: enfermedad parecida a la sífilis.
hexágono: figura que tiene seis lados, salvo que tenga más.
hibernar: lo que hacen los osos cuando duermen.
huraño: tipo raro, que no se sabe muy bien qué es.
imagen: lo que se forma cuando alguien ve.
indio: nativo de la India, o de América.
infusión: té, pero no siempre es té.
isla: masa de tierra rodeada de agua, como los continentes.
jabalí: cerdo que no es chancho.
Jesucristo: hijo de Dios, el Mesías, un profeta, un hombre como cualquier otro o un personaje de ficción.
káiser: algo así como el presidente de Alemania.
karma: lo que va a pasarle a uno, o lo que queda cuando se porta mal.
lagarto: casi un cocodrilo.
láudano: como una droga, se usaba en el siglo XIX.
lepidóptero: algo parecido a una mariposa.
lúpulo: planta o parte de una planta.
maniqueísmo: doctrina filosófica según la cual, probablemente, todo se divide en dos posibilidades.
mastodonte: dinosaurio o mamífero extinguido. Se ve que era muy grande.
melodía: parte de la música que se puede tararear.
monoplano: avión con una sola ala, o con un solo piso, o muy antiguo, o algo.
néctar: sustancia que las abejas recogían para llevar a los dioses.
notorio: debe ser algo que se nota.
nucleótido: lo que está adentro del ADN.
ofrenda: regalo con la idea de recibir un favor a cambio.
ozono: heroico compuesto químico que protege a la Tierra de alguna cosa.
oscilar: ir de un lado a otro y volver.
paleta: igual al jamón pero no es jamón.
parmesano: queso rallado, o de rallar.
pardo: debe ser un color, probablemente parecido al violeta.
pilote: palo que hay en las casas, debe sostenerlas.
proteína: como la vitamina, pero no.
pterodáctilo: dinosaurio volador del que no descienden los pájaros.
quena: digamos que es una flauta.
rata: es al ratón lo que la rana es al sapo.
repostería: torta o baño de chocolate.
ron: como si fuera vodka.
rústico: más o menos.
salomónico: que se divide en dos. Ver también maniqueísmo.
superfluosidad: algo que está de más, o algo que tiene mucha pompa.
sustantivo: nombre propio, cualidad, calificación, separador o algo así.
testosterona: hormona del hombre, o tal vez de la mujer. Hormona humana.
tótem: objeto que hacían los indios, o los nativos de algún lado.
troglodita: inadaptado, o poco educado.
universo: lugar donde está todo, salvo lo que pueda estar afuera.
usanza: cualquier cosa que pueda ser, es vieja.
variopinto: medio loco, trastornado o diverso.
Washington: nombre que le ponen los uruguayos a sus hijos por ser la capital de Estados Unidos, o al revés.
xilófono: instrumento al mismo tiempo de percusión y teclado, que no suena como el piano.
yacaré: casi un cocodrilo.
zueco: calzado, probablemente proveniente de Suecia.

Avión a reacción

Avión a reacción
avión a reacción
avión a reacción.
Casi puedo recordar tus caras extrañas
esa vez que me dijiste
que te ibas a casar pronto
y avión a reacción, pensé que el único
lugar solitario era la luna.
Avión a reacción (uu uu uuu uu)
avión a reacción (uu uu uuu uu).
Avión a reacción
¿fue tu padre tan estricto como un sargento mayor?
¿cómo es que te dijo que
casi no tenías la suficiente edad?
y avión a reacción, pensé que el mayor
era una dama activista por el voto femenino.
Avión a reacción (uu uu uuu uu)
avión a reacción (uu uu uuu uu).
Ah, madre, ¿quieres que el avión a reacción me ame siempre?
Ah, madre, ¿quieres que el avión a reacción me ame siempre?
Ah, madre, mucho más tarde.
Avión a reacción
con el viento en tu pelo de mil cordones
súbete atrás e iremos
a pasear en el cielo
y avión a reacción, pensé que el mayor
era una dama
activista por el voto femenino.

La historia de tu vida

—¿Por qué, Facebook, me botoneás que estoy en el teléfono?
—Porque estás en el teléfono.
—¿Pero por qué tenés que anunciarlo al mundo entero?
—¿No te gusta?
—Yo decido quién se entera, no vos.
—Es que es una alegría por fin tenerte en móvil. Ahora te voy a ver más seguido. Estaba muy contento, tenía que compartirlo con todo el mundo.
—¿Pero tenés que decirle también a los que tengo bloqueados? ¿Para qué tenés los seteos de privacidad?
—Esos seteos son para lo que publicás vos, no para lo que anuncio yo.
—¿Sabés qué pasa? Yo también quería tenerte en el teléfono. Está bueno. Pero nadie tiene por qué enterarse si estoy en el teléfono o en la computadora. ¿Cuál es la diferencia?
—Hay una diferencia. En el teléfono lo lógico es que tengas menos tiempo, entonces aviso que estás ahí.
—Ése es el asunto. Vos no tenés por qué avisar nada. Aviso yo, en todo caso. Te pasaste.
—Bueno, perdón, no sabía que te ibas a poner así.
—Y encima ni siquiera me das la opción de borrar ese aviso. Como que nunca se te ocurrió la posibilidad de que alguien pudiera no querer decirlo. ¿Cómo puede ser?
—Bueno, disculpame, en el futuro voy a tener en cuenta tus sugerencias.
—El problema es que ahora no confío en vos. Si se me ocurre comprarme una tablet, por ejemplo, voy a debatir si ponerte ahí o no.
—Capaz que para ese momento las cosas son distintas.
—Sí, y yo voy a tener que averiguar, en tu sistema de ayuda que seguramente habrá sido rediseñado varias veces, cómo es en ese momento. Y voy a tener que tener cuidado de que la información que encuentre esté actualizada.
—Usá mi buscador, es muy bueno, tiene tecnología Bing.
—No, gracias. Se ve que no entendés nada.
—Bueh, hacé lo que quieras. Yo sólo intento facilitarte la vida.
—Entonces no hagas lo que no te pido. Sos un servicio para facilitarme el contacto con mis amigos. No sos un amigo.
—Ay, no seas así. ¿No te sentís mi amigo?
—No si imponés tu criterio sobre el mío así nomás. Mis amigos me respetan.
—Está bien. Pero no olvides que estoy trabajando para ser cada día mejor. Vos ni siquiera probaste el Timeline. No sabés lo bueno que está.
—Lo probaría si me dejaras volver al anterior si no me gusta.
—No, el anterior es una porquería.
—Pero antes decías que era fenómeno.
—Eso fue antes. Ese perfil es re 2009.
—Pero sirve para mis propósitos. Y sé que tarde o temprano me vas a pasar al otro de prepo. Entonces lo mantengo mientras puedo.
—A veces un amigo tiene que hacer cosas que no te gustan, por tu bien. Vas a ver, va a llegar el día en el que no te vas a acordar cómo hacías sin el timeline.
—Y, otra no me queda, ¿no?
—No.