El suicidio de los inmortales

Cuando somos inmortales, tenemos todo el tiempo del mundo. Y también más. La tranquilidad que nos da ser inmortales es que nos permitirá tener toda clase de experiencias, sin que importe el tiempo que cada una toma. Ser inmortales nos libera del límite que teníamos, que nos obligaba a elegir qué hacíamos y qué no. Ahora sólo debemos elegir el orden en el que hacemos las cosas.
Una consecuencia de esta inmortalidad y de las variadas experiencias que nos posibilita es que no todo lo que experimentemos será bueno, o agradable. Atravesaremos diferentes tiempos, algunos más propicios que otros, sin tener más que la influencia de una persona para cambiar lo que nos parezca injusto o terrible. También atravesaremos distintas situaciones personales, algunas alentadoras y otras tremendamente tristes.
Es inevitable que tarde o temprano entremos en depresión. Del mismo modo, saldremos de ella. Y volveremos a entrar. No tiene que ver con nuestra personalidad, sino con la estadística. Si tenemos todos esos años, es imposible que no pasemos por circunstancias que nos alteren nuestro equilibrio mental. Tendremos también euforias, tristezas, ansiedades y todas las emociones posibles.
Claro que una de ellas es la depresión severa. ¿Qué posibilidades hay de que, entre ahora y la eternidad, no nos encontremos en una situación a la que no le vemos salida, por más que intentemos? Podrían pasar muchos milenios hasta que ocurra, pero tarde o temprano llegará. Y con ella vendrá la idea del suicidio. De terminar de una vez por toda esta vida longeva, porque el sufrimiento no se puede soportar más.
Pero el suicidio no será una opción, precisamente por la inmortalidad que nos ha sido conferida. No nos quedará más remedio que seguir adelante, y cuando salgamos, también inevitablemente, del pozo, seremos más fuertes que antes.

En el cielo

El dibujo del paciente Julian Lennon desnuda implacablemente algunas características imperecederas de su personalidad.
Debe tenerse en cuenta que la temática del dibujo era libre. El resultado no fue impuesto por ninguna consigna restrictiva por parte del profesional. La escena que el paciente eligió hacer retrata, según él mismo, a una de sus compañeras, Lucy.
La figura que representa a Lucy presenta una variedad importante de colores, muchos más que los que suelen tener los seres humanos, incluso los de esa edad. Esto muestra una imaginación aplicada forzosamente sobre los demás. Julian no sólo ve a sus compañeros con colores que no tienen, sino que espera esos colores de ellos.
Del mismo modo, el cielo no está dibujado de color celeste. Es más bien de un tono amarillento, extraterrestre. Sumado a la excesiva luminosidad de la figura humana, exhibe una clara indicación de un problema perceptivo. El paciente no ve la realidad, sino lo que quiere ver.
Unos rayos misteriosos, de color rojo, acechan a la figura humana. Constituyen un peligro, el abismo que sólo Julian ve, y al que expone no a sí mismo sino a su compañera, la inocente Lucy. Ella, en tanto, no tiene los pies sobre la tierra. De hecho, no se ve suelo alguno. No ubicar los pies sobre la tierra es una clara muestra de que el autor del dibujo es un desquiciado.
Otro detalle importante es la presencia de diamantes en el cielo. De más está decir que el cielo verdadero no tiene diamantes, sino estrellas. Y sólo cuando es de noche. De día hay nubes, o no las hay. Julian presenta a Lucy en un cielo con diamantes, porque su visión de los demás es que tienen una codicia enorme. Probablemente tema que las personas de otras familias vayan tras la fortuna de la suya. Conviene que los padres dediquen tiempo a explicarle que eso no sucederá.
Se recomienda que Julian inicie inmediatamente sesiones de terapia, antes de que empiece la escuela primaria y ponga en peligro a los otros niños. De no ocurrir así, su psique corre peligro de llevar a cabo las insinuaciones que hoy se plasman en el dibujo. Y más allá de la fortuna familiar, es posible que el paciente nunca pueda estar en condiciones de acceder a un trabajo.