Café con gas

El café es marrón. Tiene espuma. Lleva azúcar. Tiene cafeína. Lo único que le falta es tener gas. Es una idea que no puede fallar. Quien invente el café con gas será millonario. La gente quiere burbujas. Es más fuerte que todos. Por eso toman champagne. Quieren un toque de distinción que no le puede dar el vino normal.
A nadie le gusta el café solo. Todos le ponen algo. Leche, canela, chocolate. Lo aguan para que no tenga tanto gusto a café. A nadie se le ocurre ponerle soda. Y eso que con cada café viene un pequeño vasito de soda. La oportunidad está, pero la gente no relaciona y la toma por separado.
Pero sí se dan cuenta de que necesitan ese gusto a pie dormido que sólo proporciona el gas. Por eso, junto con el café, comen amarettis. Nadie quiso nunca comer amarettis solos. Sólo para acompañar el café, que si está solo también es una decepción.
Algunos se muestran como consumidores de café puro. Quieren proyectar una imagen valiente, que los otros los respeten porque se animan a lo que nadie. Seguramente rechazarán esta idea. La considerarán propia de la gente blanda. Pero no es de blando disfrutar la vida. Un café mejor es un café mejor, por más que no sea puro. Todos los cafés tienen un agregado. Para tomarlo puro hay que comer los granos. Y si en lugar de agua se le agrega soda, ¿cuál sería el problema?
Ninguno. Sólo se obtendría un café con más onda, con más punch. El café sería la bebida de los jóvenes, y los ayudaría a mantenerse despiertos durante su juventud.