El artificio

Las fiestas de cumpleaños pueden ser una oportunidad para encontrarse con gente, hacer nuevos amigos, o simplemente pasar un rato agradable en compañía de un grupo de personas a las que se puede conocer mucho o poco. No es otra cosa que una reunión social, con todo lo bueno y malo que eso tiene. Excepto que en los cumpleaños aparece inevitablemente un momento terrible: el de cantar la canción del feliz cumpleaños.

Todos deben cantar la canción, o hacer como que la cantan, sin importar si tienen la voluntad. Se considera que los cumpleaños no están completos si este ritual no se lleva a cabo. En caso de que alguien no quiera cantar y haga movimientos para apartarse un poco, aunque se haya ocupado de estar presente en la fiesta es acusado de que no le importa la persona que cumple años.

Aquellos que no quieren formar parte del ritual, por el tedio causado por la interminable repetición, porque no les gusta sentirse obligados o por la razón que sea, saben que es requerido. Están resignados a formar parte sin protestar. Fingen un entusiasmo que llega a su punto cúlmine cuando el homenajeado apaga las velitas y los presentes inician un fervoroso aplauso.

Mientras cantan, algunos son mejores para fingir entusiasmo que otros. No se sabe cuántos realmente quieren que ese ritual se produzca. Está claro que hay algunos que se entusiasman. Pero es fácil sospechar que son los menos. Es muy posible que la mayoría de las personas no sean amantes de cantar esta canción, pero piensen que abolir el ritual sería más problemático que aguantarlo durante un minuto.

Hay cumpleañeros que no quieren que se les cante esta canción, y muchas veces los demás no lo pueden entender. En muchos casos la canción se canta de prepo, y es el propio homenajeado el que se ve en la situación de tener que fingir entusiasmo por su propio homenaje de cumpleaños, para no quedar como un desagradecido.

Puede ser entonces, que se dé la situación de que gente que no tiene ganas de realizar un ritual obliga a otra gente que tampoco tiene ganas por temor a que la gente sí tenga ganas y se ofenda. Puede que la costumbre haya perdurado de esa manera, y desde hace décadas casi todos participen en el ritual de cantar el feliz cumpleaños sólo por ser amable.

El silencio de la bandera

Hay dos clases de banderas: la bandera y la bandera de ceremonia. Una se iza todos los días, al comenzar la jornada escolar. La otra se usa sólo en los actos patrios. Es una bandera más gruesa, pesada, que requiere ser transportada por un abanderado y dos escoltas.
La bandera normal está en la puerta, o en el patio, y como es parte del paisaje es fácil de ignorar. Flamea sin que la miren. Sólo es observada en el momento de ser izada, por los que llegan suficientemente temprano. El ritual es recibido con beneplácito porque implica una demora de unos minutos en el inicio de las clases.
A nadie le molesta la bandera. Pero pocos se darían cuenta si faltara. La vida en la escuela seguiría igual, con sólo la indignación del personal directivo y algunos padres como reemplazo del pabellón.
La bandera de ceremonia es otra cosa. Todos quieren acercarse a ella. Ser el abanderado es considerado un honor. Hay distintos métodos para elegir quién será la persona afortunada que llevará el peso de la insignia patria. En algunos casos es la maestra quien elige al mejor alumno. Se vale de herramientas numéricas como las notas, y subjetivas como el concepto o la conducta.
En las escuelas donde cunde la democracia, el abanderado es elegido por voto popular. En estos casos, se designa a un curso como “grado abanderado”, y se organizan comicios entre sus alumnos. Quien sale elegido será el representante de sus compañeros ante la bandera, y la portará en el siguiente acto escolar.
El acto empieza con el murmullo de los asistentes. Es un día especial. Un horario que habitualmente está destinado a clases ese día se dedica a recordar algún suceso patrio. Están presentes los alumnos de todos los cursos, y también los familiares de los alumnos que participan del programa. Todos hablan a la hora señalada. Les gusta compartir la jornada cívica. Los organizadores del acto, directivos y docentes, piden silencio en forma sutil. Pero nadie obedece. Es el pueblo el que determina la hora exacta del comienzo del acto.
En un momento dado, el público se decide a hacer silencio y la celebración puede comenzar. Arranca con palabras alusivas de la señora directora, y tal vez alguna otra autoridad. Pronto llega el momento esperado: se anuncia la entrada de la bandera de ceremonias. La bandera que no se ve todos los días. La elegante. La del honor.
La bandera entra junto al abanderado, los escoltas y el grado abanderado todo, en medio de un estruendoso aplauso que se mantiene durante todo el recorrido. Cuando todos están en sus puestos, suenan los acordes del himno nacional. Aquellas personas que están sentadas saben que es hora de pararse, y los que tienen sombreros saben que deben quitárselos.
La larga introducción del himno es escuchada con entusiasmo. Pero para cuando termina, todos están cansados, y ese cansancio se nota en la manera desganada en la que se canta. El grito sagrado de “libertad libertad libertad” no recibe el honor correspondiente en la entonación. Más bien parece un canto obligatorio, de un pueblo tan acostumbrado a la libertad que no tiene la necesidad de proclamarla. Y para cuando se llega a la parte en la que los libres del mundo responden al gran pueblo argentino salud, el gran pueblo argentino está cansado de la cantidad de repeticiones de esa frase, y ante cada una se va oyendo el hartazgo.
Después de una pausa instrumental, viene el estribillo, que sí entusiasma a los presentes. Coronados de fervor patriótico, la escuela toda pide que sean eternos los laureles que supimos conseguir. Un pequeño bajón posterior en la melodía no impide que el final sea enérgico, y que todo el coro se proponga jurar con gloria morir, jurar con gloria morir, jurar con gloria morir. Antes de que terminen los acordes finales se oye un gran aplauso. Todos aplauden a todos, orgullosos de compartir patria, himno y escuela con los presentes.
En ese momento, la persona encargada del protocolo anuncia que se retira en silencio la bandera de ceremonia. Pero, luego del estribillo del himno, el fervor patriótico es demasiado como para permitirlo. El pueblo quiere demasiado a la patria como para obedecer los designios de las autoridades. La bandera, entonces, se retira en medio de una ruidosa ovación.