Enojo de arriba

Se oyó un gran temblor. El cielo se oscureció. Luego se abrió. Una luz salió de la división entre los dos cielos. La población miró hacia arriba. Algo imposible de ignorar comandaba la atención de todos. En ese momento tronó la gran voz celestial.
Imbéciles.
Las personas se miraron. ¿De quiénes está hablando? Todos estaban de acuerdo en que había mucha gente, entre los demás, que correspondía a ese adjetivo. Hasta que la voz fue más específica.
Todos imbéciles.
La gente se enojó. Algunos miraron hacia abajo, en señal de aceptación. Pero otros desafiaron la conclusión y pidieron, por lo menos, un motivo para decir semejante cosa.
¿No se dan cuenta de que hago todo lo necesario para que vivan sin mí?
“No parece”, gritó una voz perdida en la multitud. Pero el mensaje del Altísimo continuó, ignorándola.
¿Quién los manda a tratar de complacerme? ¿Cuándo les dije que tenían que obedecer mis designios? ¿Por qué les creen a los que dicen que saben lo que pienso?
Se produjo un murmullo. Había opiniones diversas entre las personas. Algunas estaban contentas. “¿Vieron? ¿Vieron?”, exclamaban con soberbia. Otros ensayaban expresiones de justificación. “Y bueno, ¿qué otra cosa íbamos a hacer?” “Es que nunca dices nada.” “Siempre me criaron de esa manera.” “Yo sólo quería hacer tu voluntad.”
Salames. ¿Se piensan que me importa lo que hagan en cada momento de sus miserables vidas? ¿Quién se creen que son? ¿Se les ocurre que voy a dedicar mi tiempo a juzgarlos individualmente? ¿A ver quién es digno de mí y quién no? Qué idea imbécil tienen de mí.
“¿Es que no te importamos?” fue la expresión popular.
Ustedes, imbéciles, ustedes se tienen que importar. Quiéranse, ámense entre sí. Déjenme afuera. Pertenecemos a magnitudes diferentes. No tienen por qué intentar comunicarse conmigo. No hay forma de que me entiendan. Pero yo sí los entiendo, y la verdad, lo que piensan es cualquiera. Pfft.
Dios resopló su fastidio con forma de viento y lluvia. Las personas quisieron refugiarse, temiendo el castigo divino. Pero Dios volvió a increparlos.
¿Ven? Ustedes me temen, pero al mismo tiempo se cubren, pensando que pueden escapar a mis designios. ¿No se dan cuenta de la contradicción? Sí, yo puedo hacer lo que quiera con ustedes, pero no me interesa, son demasiado insignificantes. Sería muy fácil para mí destruir sus sociedades, o curar sus males. Es aburridísimo.
“Pero, ¿qué debemos hacer?” gritó el pueblo a su señor.
Hagan su vida, la puta que los parió. Sigan su camino. No crean en mí: crean en ustedes. Algún día quisiera levantarme y verlos tomar el control. Quisiera que estuvieran a la altura de lo que prometen. Créanme, yo sé que ustedes pueden. Me encargué de eso.
“Dinos cómo”, exclamó un líder espontáneo entre la multitud. “No queremos decepcionarte. Ayúdanos”.
Basta. Olvídense de que pueden decepcionarme. Olvídense de que existo. Hagan como si no estuviera. Vayan, sean felices. Es lo único que me importa. Todo lo demás es secundario. No sé cómo hacer para que me den pelota y empiecen a ignorarme de una buena vez. Ya probé desaparecer durante miles de años, y nada. Lo único que hacen es generar dogmas de mierda.
La humanidad hizo silencio. Casi todos miraban para abajo, avergonzados. Todos sabían que lo que hacían era para complacer a Dios, y ahora se venían a enterar de que era exactamente lo contrario que lo que tenían que hacer. Tenían, igual, el impulso de pensar que la intención era buena. Nadie lo dijo, pero Dios sabe lo que piensan todos.
La intención no importa un carajo. Tienen que pensar. ¿Para qué les di esa capacidad? ¿Para que obedezcan a cualquier mamerto que dice cosas con tonito solemne? ¿Para eso me gasté en darles ese cerebro enorme, en erguirlos para liberarles las manos? ¿Eh? La verdad, veces me parece que me equivoqué de especie.
Un relámpago muy brillante iluminó la atmósfera. La humanidad se atajó ante la próxima aparición de un trueno extraordinario. Pero el trueno nunca se oyó. Y Dios tampoco. Las personas, poco a poco, fueron retomando su vida. Muchos quedaron con miedo a una nueva aparición, a un nuevo castigo divino. Y se dedicaron a averiguar, por todos los medios que tuvieran disponibles, cuál podía ser la mejor manera de hacer su voluntad.