Paseo de los paraguas

La función más importante del servicio meteorológico consiste en que la gente pueda tener el paraguas listo cuando lo necesita. Pero los paraguas son objetos que se olvidan fácilmente. Basta que no llueva para que todos, incluso los negocios que los venden, dejen de pensar en su existencia. Sólo vienen a la mente cuando se los necesita. Y por eso no reciben el mantenimiento adecuado.
Los paraguas necesitan ventilarse regularmente. Si no, se quedarían siempre con el olor a humedad de la última lluvia. Pero se volvería rancio. Y al usar el paraguas, volvería ese olor caduco, lo que sería molesto justo en el único momento en el que se los necesita. Y todos agarran el paraguas cuando lo van a usar, sin molestarse en hacerle el mantenimiento necesario unos días antes.
Por eso el servicio meteorológico actúa. Para que la lluvia no traiga inconvenientes inesperados. Se ocupan de anunciar lluvia cuando no va a llover, sólo para que los paraguas salgan a la calle. Así, pueden entrar en contacto con el aire seco, y ventilarse lo necesario para eliminar todo vestigio de la última lluvia. De este modo, gracias a la intervención del Estado, los paraguas están listos para proporcionar en el siguiente uso un servicio pleno de confort.

El sexo de los semáforos

El concejo deliberante de la ciudad de Córdoba ha decidido abolir el sexismo que hasta el momento imperaba en los semáforos peatonales. En todo el mundo están hechos para hombres, a tal punto que el símbolo para parar es el mismo que indica que un baño es de caballeros. Como esta situación implica una desigualdad inaceptable, a partir de ahora los semáforos deberán incluir a ambos sexos, o abstenerse de denotar género.
Pero no sirve con agregarles polleras, como en el símbolo del baño de damas. No todas las mujeres usan polleras. De hecho, las mujeres han luchado mucho para que se aceptara el uso del pantalón. Designar a la mujer como “persona que usa polleras” es también sexista, además de una falta de respeto a los escoceses.
Del mismo modo, el pelo largo no implica femineidad. Las mujeres de pelo corto tienen derecho a cruzar la calle, igual que los hombres de pelo largo. El semáforo no está pensado para ellos. Es netamente exclusivo, y es el momento de incluir a los que hasta ahora quedaban afuera de la sociedad.
Porque la exclusión genera violencia. Y el primer paso para frenar la violencia es el semáforo. Si una persona ve que ni siquiera las señales de tránsito la tienen en cuenta, ¿por qué se abstendría de expresar su desagrado mediante la fuerza? Los nuevos semáforos pacificarán a la población, al hacer sentir bien a los que están del otro lado de la calle.
El semáforo no fue pensado así. Está para unir las dos orillas de la vereda, para que los que quieren ir de un lado a otro, explorar la ciudad, puedan hacerlo sin exponerse a peligros mortales. Otorga un marco a las necesidades de la población. Pero incluso una herramienta tan valiosa, tan noble, termina contaminada por la cultura. Y esas contaminaciones profundizan las brechas culturales que es nuestra misión cerrar.
Por eso el concejo deliberante ha tomado esta decisión histórica de encargar al estudio Shakespear un nuevo diseño para los semáforos que no deje afuera a nadie. Tienen la posibilidad de utilizar la animación que permite la tecnología LED. Los nuevos semáforos serán instalados en toda la ciudad, y serán sinónimo de la nueva Córdoba inclusiva que hoy se inicia. Luego se impondrán en todo el mundo, y cuando los ciudadanos y ciudadanas de la aldea global se vean reflejados en los semáforos, se acordarán de lo que Córdoba les dio.

Enojo de arriba

Se oyó un gran temblor. El cielo se oscureció. Luego se abrió. Una luz salió de la división entre los dos cielos. La población miró hacia arriba. Algo imposible de ignorar comandaba la atención de todos. En ese momento tronó la gran voz celestial.
Imbéciles.
Las personas se miraron. ¿De quiénes está hablando? Todos estaban de acuerdo en que había mucha gente, entre los demás, que correspondía a ese adjetivo. Hasta que la voz fue más específica.
Todos imbéciles.
La gente se enojó. Algunos miraron hacia abajo, en señal de aceptación. Pero otros desafiaron la conclusión y pidieron, por lo menos, un motivo para decir semejante cosa.
¿No se dan cuenta de que hago todo lo necesario para que vivan sin mí?
“No parece”, gritó una voz perdida en la multitud. Pero el mensaje del Altísimo continuó, ignorándola.
¿Quién los manda a tratar de complacerme? ¿Cuándo les dije que tenían que obedecer mis designios? ¿Por qué les creen a los que dicen que saben lo que pienso?
Se produjo un murmullo. Había opiniones diversas entre las personas. Algunas estaban contentas. “¿Vieron? ¿Vieron?”, exclamaban con soberbia. Otros ensayaban expresiones de justificación. “Y bueno, ¿qué otra cosa íbamos a hacer?” “Es que nunca dices nada.” “Siempre me criaron de esa manera.” “Yo sólo quería hacer tu voluntad.”
Salames. ¿Se piensan que me importa lo que hagan en cada momento de sus miserables vidas? ¿Quién se creen que son? ¿Se les ocurre que voy a dedicar mi tiempo a juzgarlos individualmente? ¿A ver quién es digno de mí y quién no? Qué idea imbécil tienen de mí.
“¿Es que no te importamos?” fue la expresión popular.
Ustedes, imbéciles, ustedes se tienen que importar. Quiéranse, ámense entre sí. Déjenme afuera. Pertenecemos a magnitudes diferentes. No tienen por qué intentar comunicarse conmigo. No hay forma de que me entiendan. Pero yo sí los entiendo, y la verdad, lo que piensan es cualquiera. Pfft.
Dios resopló su fastidio con forma de viento y lluvia. Las personas quisieron refugiarse, temiendo el castigo divino. Pero Dios volvió a increparlos.
¿Ven? Ustedes me temen, pero al mismo tiempo se cubren, pensando que pueden escapar a mis designios. ¿No se dan cuenta de la contradicción? Sí, yo puedo hacer lo que quiera con ustedes, pero no me interesa, son demasiado insignificantes. Sería muy fácil para mí destruir sus sociedades, o curar sus males. Es aburridísimo.
“Pero, ¿qué debemos hacer?” gritó el pueblo a su señor.
Hagan su vida, la puta que los parió. Sigan su camino. No crean en mí: crean en ustedes. Algún día quisiera levantarme y verlos tomar el control. Quisiera que estuvieran a la altura de lo que prometen. Créanme, yo sé que ustedes pueden. Me encargué de eso.
“Dinos cómo”, exclamó un líder espontáneo entre la multitud. “No queremos decepcionarte. Ayúdanos”.
Basta. Olvídense de que pueden decepcionarme. Olvídense de que existo. Hagan como si no estuviera. Vayan, sean felices. Es lo único que me importa. Todo lo demás es secundario. No sé cómo hacer para que me den pelota y empiecen a ignorarme de una buena vez. Ya probé desaparecer durante miles de años, y nada. Lo único que hacen es generar dogmas de mierda.
La humanidad hizo silencio. Casi todos miraban para abajo, avergonzados. Todos sabían que lo que hacían era para complacer a Dios, y ahora se venían a enterar de que era exactamente lo contrario que lo que tenían que hacer. Tenían, igual, el impulso de pensar que la intención era buena. Nadie lo dijo, pero Dios sabe lo que piensan todos.
La intención no importa un carajo. Tienen que pensar. ¿Para qué les di esa capacidad? ¿Para que obedezcan a cualquier mamerto que dice cosas con tonito solemne? ¿Para eso me gasté en darles ese cerebro enorme, en erguirlos para liberarles las manos? ¿Eh? La verdad, veces me parece que me equivoqué de especie.
Un relámpago muy brillante iluminó la atmósfera. La humanidad se atajó ante la próxima aparición de un trueno extraordinario. Pero el trueno nunca se oyó. Y Dios tampoco. Las personas, poco a poco, fueron retomando su vida. Muchos quedaron con miedo a una nueva aparición, a un nuevo castigo divino. Y se dedicaron a averiguar, por todos los medios que tuvieran disponibles, cuál podía ser la mejor manera de hacer su voluntad.