El lugar más feliz de los autos

En la avenida Warnes los autos disfrutan de una total emancipación. Las normas de tránsito, que siempre limitan sus movimientos, ahí no se aplican. Los autos aprovechan y copan las calles y las veredas, gozando de la libertad que saben que no pueden encontrar en otros lados.
Sus dueños los llevan, no porque ellos quieran ir, sino porque saben que es bueno para ellos. Warnes es Autolandia, y los autos se divierten. Saben que, si llegan a tener algún problema, muy cerca hay alguien que los puede ayudar. Entonces no se preocupan, y dan rienda suelta a sus instintos.
Cuando los autos llegan a la zona, se palpa el descontrol. Quieren unirse a los otros autos, perder las rigideces, encontrarse con los otros autos que también se divierten. Andan en diagonal, marcha atrás, estacionan en dos, tres, cinco filas, esquivan a los otros. Es réquetedivertido.
Los conductores muchas veces los dejan en manos de otros conductores, nativos de la zona, que saben tratar a los autos de otra manera. Los autos, promiscuamente, disfrutan el cambio, les gusta sentir que les tocan los pedales con pies distintos. A veces van para que les hagan arreglos, pero no es como ir al médico. Es una experiencia inolvidable y positiva.
Los autos salen de Warnes renovados. Durante un buen rato los conductores no los reconocen. Saben que es el mismo auto, pero lo sienten distinto. Lo atribuyen a los repuestos que le pusieron. Pero no es así. Lo que ocurre es que los autos están volviendo de las vacaciones.

El país donde se usa la luz de giro

El país donde se usa la luz de giro es un país algo predecible, sí, pero qué lindo. Los parpadeos permiten ver el futuro, y adecuarse a él. Todos marcan el camino, no para que los sigan, sino para que los otros elijan qué hacen. Es porque es un país en el que la gente piensa en los demás. Todos se acuerdan de que existen los otros, y lo tienen en cuenta. No dejan de hacer lo que pensaban hacer. Sólo avisan cuando es adecuado. Así deja de ser necesario adivinar. Uno se puede manejar mejor en la sociedad. Y al no tener que ocuparse de saber qué van a hacer los otros, queda el cerebro libre para dedicarlo a actividades que le permiten florecer.

Peatones de Once

El barrio de Once es una gran senda peatonal. Los peatones usufructúan a toda hora su derecho de libre tránsito y prioridad de paso. Los conductores de automóviles, cuando entran en el barrio, saben que lo tienen que hacer con precaución. Allí son visitantes. En el resto de la ciudad pueden mandar ellos, pero en Once el peatón es rey.
Las calles son extensiones de las veredas. Los cordones meros accidentes de terreno, poco diferenciables de los otros desniveles que existen en el resto del suelo. Los peatones prefieren caminar por las veredas, que es donde están más cerca de los negocios y sus vidrieras. Pero no todos lo consiguen. Por eso deben desbordar. Ocupan las calles para esquivarse entre sí, y para evitar obstáculos como puestos ambulantes, letreros y motos estacionadas.
También bajan a las calles para cruzarlas. Para acercarse a otros locales que quieren visitar. O para trasladar productos de un lugar a otro. Los autos frenan cuando los ven llegar. Los colectivos tratan de intimidar con su tamaño, pero saben que no tienen posibilidad. Frenarán, y cuando lo hagan serán rodeados por decenas de personas que querrán entrar en ellos. Al mismo tiempo, muchos de los ocupantes del colectivo querrán bajarse, para disfrutar del ejercicio pleno de la movilidad propia que ofrece el barrio.
No siempre fue así. En otras épocas era un barrio como los demás, donde las personas cruzaban las calles por las esquinas. Quedan todavía marcadas algunas sendas peatonales de esa época. Un testimonio de cuál era el lugar que tenían antes los peatones, y de lo lejos que, a fuerza de cantidad, han logrado llegar.