Tomate sin fe

Cuando voy a la ópera, siempre me entristece ver el puesto de tomates instalado en la puerta del teatro. Está siempre el mismo tipo, con esa cara de cómplice. Entiendo que él no hace más que su negocio, y que debería enojarme más con los que le compran. Está bien. Pero me parece que lo disfruta demasiado. Es un poco sádico el asunto.
Su negocio es el pesimismo. No me gusta y no le compro. No me van esas cosas. Me da pena verlo ahí, con el puesto lleno de gente, y tomates relucientes listos para su uso. Es triste, y violento. No me gusta su sonrisa. Prefiero la de la chica que tiene la florería del otro lado.