El porqué del viaje

Aparecí en un mundo desconocido. Desde mi escasa altura podía ver grandes bloques de ladrillos, y monedas de oro que parecían estar ahí para que las agarrara. Nada parecía impedirlo, excepto unos bichos extraños, con forma de búhos o algo parecido, que se arrastraban hacia mí. Me encontré con que no podía tocarlos. Hacerlo me llevaba de vuelta al principio, sin que yo supiera por qué.
Rápidamente aprendí que podía saltar distancias prodigiosas. Podía mover los bloques de ladrillos, y había también unos paneles con un signo de pregunta. Golpeé uno con cuidado, y me encontré con otra moneda de oro. Entonces los empecé a golpear con más confianza, porque eran varios. Y de uno salió un hongo gigante, más grande que yo.
No sabía si tocarlo, en una de ésas era como los búhos, pero algo me llevaba a acercarme. Era como si el hongo tuviera un cartel que dijera “comeme”. Entonces lo comí, y pasó algo increíble. Instantáneamente mi altura se duplicó. Ahora, cuando golpeaba los bloques de ladrillos, se rompían. Era más poderoso.
Continué avanzando. El camino me llevaba a ir hacia adelante. No quería volver atrás, y tampoco podía. Era como si una pared se levantara tras mi camino. Entonces iba y exploraba, con cuidado. Aparecieron unas tortugas que no me inspiraron nada de confianza. Quise saltar sobre ellas, pero por error aterricé arriba de una. Y se metió adentro del caparazón. Como había sobrevivido, se me ocurrió saltar de nuevo, y el caparazón se arrastró y mató a las otras tortugas que andaban cerca. Después rebotó en un caño que salía del suelo, y vino hacia mí. Por suerte pude saltar a tiempo.
No sabía qué me había traído hacia ese lugar. Estaba ahí, con enemigos que sortear, y debía juntar estos elementos. De repente se apareció una flor multicolor, medio psicodélica o alucinógena, que me atrajo. Cuando me encontré con ella, de repente mi enterito rojo cambió a blanco. Y no sé de dónde, adquirí la capacidad de disparar bolas de fuego, que encontré que eran muy útiles para deshacerme rápidamente de los enemigos.
Continué explorando el lugar. Me encontré con cosas raras. Caños donde me podía meter y encontrar tesoros escondidos. Torres desde las que, si saltaba, llegaba a mástiles que elevaban una bandera, como si marcaran el hito de que había llegado.
Pasé por un lugar oscuro, con un montón de pozos a los que no me hubiera gustado caerme. Entonces vi que me podía trepar al techo de ladrillos, y caminar por arriba. Así lo hice hasta que se acabó el techo, y caí en un caño donde me pude meter. Después aparecí en otro lado, un lugar con diferentes plataformas, muy peligroso, donde había varios de los mismos enemigos. Noté que siempre venían desde el oriente, nunca desde atrás, no debía cuidar mi retaguardia. En algunos lugares era medio difícil pasarlos a todos, pero perseveré y lo conseguí.
En un momento noté que la música que se escuchaba siempre en el fondo se aceleraba. No sé por qué pasó eso, aunque me empujó a ir más rápido. Llegué entonces a otra torre, desde la que me tiré a otro mástil, y al lado había un castillo grande. Cuando entré, vi que afuera tiraban fuegos artificiales. Nunca supe por qué.
Dentro del castillo había ladrillos blancos, como de piedra. Y un montón de bolas de fuego, muy peligrosas. También había cadenas de bolas de fuego que rotaban desde un eje. Avancé con mucho cuidado. Me veía venir algo importante. ¿Qué me había llevado a ese castillo? ¿Podría salir de ahí? Lo único que podía hacer era seguir avanzando y enterarme.
Hasta que me topé con un dragón. Un dragón que disparaba chorros de fuego. Supe que tenía que tener cuidado. Le disparé con mis pequeñas bolas de fuego, que todavía conservaba, y vi que no les hacía nada. Pero después me di cuenta de que la altura del dragón era menos que lo que yo ya estaba acostumbrado a saltar. Entonces decidí pasar por encima de él, y hacerlo justo después de que disparara, porque no mandaba dos chorros seguidos.
Salté con tanta suerte que aterricé sobre una especie de hacha, que destruyó el puente donde me acababa de enfrentar al dragón, que cayó hacia algún pozo desconocido. Entonces caminé con decisión. En el final había un trono. El representante que me atendió me agradeció el esfuerzo, pero me informó que la princesa estaba en otro castillo.
“¿Qué princesa?”, pensé. Aparentemente, según lo que estaba viendo, tenía la misión de rescatar a una princesa. Eso explicaba que hubiera criaturas que intentaban impedírmelo. Podrían habérmelo dicho antes. Ahora tendría que seguir mi camino, en busca de otro castillo, a ver si la princesa estaba. Y aunque tenía ganas de volver a hacer esa experiencia, la idea de ver a la princesa no me entusiasmó demasiado. Mi recompensa mayor era la satisfacción de volver a sortear todos esos obstáculos.