Tarjeta

El señor H. estaba de compras en la calle Florida. Hacía esto cada tanto, había encontrado que le resultaba útil para su estado atlético la esquivación constante de gente que transita, puestos de artesanías, quioscos de diarios, estatuas vivientes, músicos callejeros, animales y gente que reparte volantes. Pasear seguido por Florida lo hacía más ágil.
El señor H. era aficionado a la música y en esa ocasión su primer objetivo había sido comprar una flauta en Promúsica. El colectivo lo había dejado del otro lado de Corrientes y para llegar a ese local tuvo que cruzar esa avenida por la peatonal. Esto le tomó un par de intentos dado que estaba intimidado por los que cruzaban en la dirección contraria y no se animaba. Esquivarlos no era una opción, eran demasiados y se acercaban. Finalmente usó como escudo a una señora gorda que cruzaba sin complejos y pudo cruzar.
Luego de cruzar caminó unos metros y le pareció que había caído una gota de lluvia sobre su cabeza. Se preguntó si era un aire acondicionado o si estaba lloviendo, y vio que empleados de todos los locales sacaban en ese momento su exhibidor de paraguas a la calle, por lo que dedujo que estaba empezando a llover. No compró un paraguas porque tenía el preconcepto de que se le iba a romper en la cuadra siguiente.
Cuando salió de la casa de música quiso comprarse algo de ropa, y vio que habían cerrado Chemea. El local estaba tapiado de manera similar a como hacía años se encontraba Harrod’s un poco más al norte. Como había gastado una parte importante de su presupuesto en la flauta, siguió caminando en busca de otro local de ropa barata.
Cuando se acercaba a las galerías Pacífico vio un círculo de gente que rodeaba a una pareja que estaba bailando tango, y evidentemente era un espectáculo gratuito. Al llegar a ese lugar un hombre le mostró una gorra pidiéndole plata en inglés. El señor H. realizó una de sus maniobras de esquive, y al hacerla vio a su izquierda un local de C&A.
Entró al local, e instantáneamente se le acercó un joven que le ofreció, en forma gratuita, obtener una tarjeta propia del local que le prometía enormes beneficios sin el menor esfuerzo de su parte. El señor H. lo rechazó amablemente, pero el joven insistía. El señor H entonces lo esquivó, pero al hacerlo se encontró con una mujer que le ofrecía la misma tarjeta. Intentó esquivar a ella también, y lo logró, pero apareció en frente de un muchacho con el pelo teñido de dos colores que repetía el ofrecimiento. Una y otra vez quiso hacer sus practicadas maniobras para esquivarlos, pero en cada intento aparecía otro empleado con el formulario listo para llenar. Eran como velociraptors, cazaban en manada.
El señor H. abandonó todo intento de comprar y se concentró en salir de ahí, para lo cual tenía que sacarse de encima a los amables oferentes de la tarjeta de grandes beneficios.
El señor H. tuvo una idea drástica. Se acordó de que había comprado una flauta, se detuvo y la sacó del estuche. Los empleados lo miraban atentamente, buscando señales de aprobación a su oferta. El señor H. dio media vuelta y empezó a tocar la flauta mientras caminaba hacia la salida. Los empleados comenzaron a seguirlo.
El señor H. salió del local y vio que los empleados todavía lo seguían, como hipnotizados por el sonido de su flauta. Siguió caminando, dobló en Córdoba hacia el este. Desde arriba se veía una enorme mancha azul móvil en la vereda que formaban los empleados que seguían al señor H.
El señor H, impasible, continuó caminando y tocando la flauta en esa dirección, pasó Puerto Madero y, sin dejar de tocar, se tiró al río. Los empleados lo siguieron y saltaron como lemingos.
Cuando el último saltó el señor H. guardó su flauta, se trepó a la baranda y dejó que los amables empleados, con sus formularios para obtener la tarjeta C&A, perecieran en el Río de la Plata.