Una diosa para Dios

Dios gobernaba el universo, como siempre. Lo venía haciendo desde hacía mucho tiempo, incluso desde antes que el tiempo existiera. Estaba acostumbrado al poder, a tener que tomar él mismo cada decisión, a que nadie estuviera a su altura. Pero llegó un momento en el que se empezó a sentir solo.
No tenía por qué ser así. Él era el creador de todo, también lo podía todo. Podía remediar su soledad. Existían dos posibilidades. La primera era dejar de sentir esa soledad sin modificar nada. Pero Dios razonó que eso no era una solución a los problemas. Era una negación, por más efectiva que pudiera ser la negación divina.
La segunda opción era crear alguna compañía. Era fácil. Dios era creador. Había hecho parejas para casi todos los animales a los que había dado vida, pero no para él. Decidió que ya era hora de compartir la existencia con alguien.
En un movimiento rápido, se sacó una costilla y a partir de ella creó una figura femenina. Le pareció un buen complemento a su masculinidad. Pero no tenía gracia si él podía darle órdenes. Dios tomó una decisión irreversible: dotó a su nueva creación de los mismos atributos que él tenía. Creó entonces una diosa.
Dios y diosa empezaron a pasar el tiempo juntos. Aunque Dios quería ganarse sus afectos, fue un amor a primera vista. Ambos sentían que siempre se habían conocido. No necesitaban hablar para entenderse. Con sólo una mirada, y a veces ni siquiera hacía falta eso, ambos lograban saber lo que el otro estaba pensando.
Dios quiso compartir con Diosa el universo que él gobernaba. Cuando tuvo suficiente confianza en ella, le cedió parte de las responsabilidades. De esta manera, cada tanto podría descansar.
Pero pronto Dios se dio cuenta de que cuando él descansaba, ella estaba trabajando. Y en esos momentos ella no le prestaba toda la atención que él requería. Ella estaba muy ocupada con los distintos vaivenes cósmicos. Le costaba un poco más que a Dios. Aunque tenía todos los conocimientos, todavía no contaba con la experiencia suficiente como para diversificar su atención.
Entonces Dios, en su infinita sabiduría, tuvo una idea. Decidió que no era necesario que el universo fuera manejado por un dios. Para esa altura ya tenía bastante mecanizados los movimientos necesarios. No hacía falta que alguien los hiciera. Hasta ese momento se ocupaba él mismo porque tampoco tenía otra cosa que hacer. Pero ahora era diferente.
En poco tiempo, Dios diseñó e instaló un sistema para que el universo se manejara solo. En su siguiente turno lo encendió y lo calibró. Después se alejó, para concentrar toda su atención en Diosa, que lo recibió con los brazos abiertos, mientras exclamaba “mi Dios”.
Desde entonces, Dios y Diosa viven felices juntos, y el Universo se mantiene en piloto automático.