Una mano lava a la otra

Una mano lava a la otra. La enjabona bien, y después la ayuda a enjuagarse. Al terminar, le llega el turno de ser lavada. Pero la otra mano no quiere. Ya está limpia. Sostiene que para lavar a la otra mano tendrá que volver a ensuciarse. Entonces se niega. Da a entender que la primera mano puede hacer lo que quiera, pero ella se mantendrá al margen del asunto. Es decir, se lava las manos.
La primera mano, entonces, para quedar limpia debe lavarse a sí misma. Es muy difícil. Lavar la palma se puede, lavar la parte exterior de la mano es mucho más complicado sin ayuda. De todos modos lo intenta. Coloca el jabón en un sector del lavatorio y trata de entrar en contacto con él para impregnarse de su poder de limpieza. Pero el jabón se cae varias veces. La mano hace un gesto de frustración.
La otra mano se apiada de ella y decide que, después de todo, puede ayudarla. Ambas tienen mucha historia juntas, no es cuestión de separarse por un capricho. Entonces la segunda mano lava a la primera tan meticulosamente como fue lavada por ella. La primera queda impecable, pero ahora la segunda mano quedó toda enjabonada, perdió el brillo que había obtenido antes.
Es necesario que la primera mano la vuelva a lavar. Pero ambas comprenden que entraron en un círculo vicioso. Deben olvidar sus diferencias y cooperar para que no les vuelva a pasar.
Ambas manos se entienden. Al estar dispuestas a enfrentar juntas a la adversidad, se sienten más unidas que nunca. Sienten el deseo de estrecharse. Al hacerlo, se dan cuenta de que ésa es la respuesta. Deben lavarse al mismo tiempo, y enjuagarse ambas bajo el chorro de agua. Ambas quedan igual de limpias. Terminan tan contentas que, luego de secarse, antes de salir del baño y en un nuevo gesto de unidad, chocan sus palmas.