Valientes basuristas

Cuando se tapó el ducto que transporta la basura desde las casas de la ciudad hasta los predios donde se le realiza el tratamiento correspondiente, la acumulación se convirtió en un problema muy grave. La gente, a pesar de las advertencias oficiales, seguía tirando la basura en los agujeros en lugar de comprar bolsas para acumularla a la vieja usanza. Y entonces los caños tapados desbordaban.
De las bocas de basura de las esquinas sobresalían cáscaras de frutas, envases, restos de comida, diarios viejos, líquidos misteriosos y toda clase de residuos, que provocaban un olor nauseabundo que se dispersaba en toda la ciudad. Si hubiera habido algo de previsión, los camiones que antes se usaban habrían sido desempolvados y puestos una vez más en funcionamiento para pasar la transición. Pero su venta a ciudades extranjeras lo impidió, y la urbe quedó tapada de basura.
Hubo que suspender las actividades mientras duraba la crisis. Se decretó feriado, no hubo clases y sólo se prestaban los servicios de emergencia. Algunas líneas de subte, con filtraciones de los ductos de basura, debieron cerrar también debido al olor. La gente se quedaba en sus casas con las ventanas cerradas, y los que podían se iban al campo.
La situación requería medidas urgentes. Por suerte, el escuadrón de la basura estuvo a la altura de las circunstancias. Los valientes basuristas se animaron a sumergirse en los ductos, venciendo el asco y la claustrofobia al mismo tiempo. Armados de máscaras de oxígeno, se introdujeron en los caños con el fin de buscar la causa del tapón.
Luego de 72 horas de tensa búsqueda, durante la cual se comunicaron con la superficie por radio, los basuristas dieron con el problema: alguien había tirado el cadáver de un elefante, que ahora tapaba el ducto maestro. No sólo eso, los colmillos habían perforado la pared del ducto, que debía ser reparada para que no se produjeran filtraciones de impredecibles consecuencias ambientales.
Por suerte, tenían las herramientas adecuadas. El equipo estuvo horas aplicando masilla y cemento al agujero, para que quedara emparchado. Luego fue momento de liberar la obstrucción. Con gran fuerza, los seis integrantes del escuadrón empujaron al elefante. La tarea era muy difícil por la presión ejercida por la basura que se seguía acumulando detrás. Hasta que uno de ellos se dio cuenta de que valía la pena hacer trastabillar al cadáver, y se colocó debajo de sus piernas mientras los demás empujaban. De este modo, el elefante hubiera caído sobre él de no haberse corrido en el último momento posible.
Al producirse la caída del elefante, la basura por fin pudo pasar, aunque no con el volumen de un caño libre de toda obstrucción (para eso hubo que mandar más tarde una cuadrilla especializada). Los integrantes del escuadrón de la basura aprovecharon la corriente que se produjo y la surfearon hasta la salida del caño, donde cuando volvieron a ver la luz fueron recibidos como héroes.