Violencia de ultratumba

Era de noche. Caminaba por una calle solitaria y oscura, donde nunca había un alma, cuando apareció entre las sombras una figura humana. Era un hombre de tez oscura y pelo largo. Lo miré con precaución. Temí que pudiera asaltarme al amparo de la oscuridad. Pude comprobar que me había visto. Cuando me acerqué, vi que tenía puesta ropa antigua y pude comprobar que tenía una apariencia traslúcida. Estaba ante un fantasma.
Antes de que tuviera tiempo a darme miedo, sacó un mosquete y me apuntó. Luego me dijo algo en español antiguo. Después de unos segundos comprendí que me estaba asaltando. Como sé que en estos casos es preferible no resistirse, procedí a entregarle el contenido de mi billetera.
Sin embargo, esa acción tan simple no me fue fácil. Cuando le entregaba el dinero, el fantasma lo intentaba agarrar pero sus dedos lo atravesaban. Luego de intentarlo dos o tres veces se enojó conmigo, porque creyó que estaba intentando retener los billetes. Yo, para mostrarle mi buena voluntad, se los coloqué sobre la mano y los solté. El fantasma no los pudo sostener y cayeron al suelo, donde se mancharon con el agua podrida del cordón de la vereda.
El fantasma, entonces, se terminó de enojar, tomó su mosquete y me disparó. Pero la bala fantasmagórica me atravesó sin hacerme daño. En ese momento comprendí que no tenía nada que temer, entonces con lentitud recogí los billetes, les sacudí un poco el agua podrida y los volví a poner en la billetera, mientras hacía caso omiso a las protestas del fantasma.
Una vez que terminé de recoger todos los billetes, seguí mi camino. Consideré avisar a la policía que había un fantasma asaltando, pero evité hacerlo para que no pensaran mal de mí. Y, además, su falta de solidez iba a hacer muy difícil apresarlo.