El salmón rebelde

El cardumen de salmones se alejaba del mar a través de un río. Todos nadaban contra la corriente, haciendo un esfuerzo extraordinario para resistir el empuje del agua que los quería devolver al mar. Existían poderosas razones para esa conducta, aunque ningún salmón estaba enterado de ellas. Sólo seguían la costumbre heredada de sus antepasados.
Pero uno era diferente. No quería hacer las cosas sólo porque todos las hacían, sino que tenía ganas de valerse por sí mismo. Para él era importante reafirmar su identidad y mostrar que no se dejaba manejar por las convenciones sociales injustificadas.
Quería diferenciarse de los demás salmones, a quienes veía como simples criaturas sin capacidad de análisis, con destinos tan mundanos como sus orígenes. La manera que encontró fue nadar para el otro lado. Se dio cuenta de que, a veces, para ir contra la corriente es necesario seguir la corriente.
Así, el salmón comenzó una ruta a contramano de los otros miembros de su especie, que lo trataban de empujar para que siguiera su misma dirección. Pero no lo lograban, porque él resistía los embates de los demás con la ayuda del agua. De esta manera, aquel salmón iba hacia el mar cuando los demás se alejaban, y se adentraba en los ríos cuando todos disfrutaban del agua salada.
Entre la comunidad se hizo conocido sin mucho esfuerzo, porque era el único salmón que no se apegaba a las reglas sociales. De esta manera lograba sentirse diferente. Sabía que muchos lo admiraban por su coraje, mientras otros lo criticaban por su desfachatez. Encontraba gran aceptación entre los salmones más jóvenes. Sin embargo, casi ninguno intentaba seguir su ejemplo. Los pocos que lo hacían, tarde o temprano terminaban arrepentidos y veían el valor de la costumbre general de nadar contra la corriente.
El salmón rebelde, entonces, era el único que iba en contra. Estaba conforme, no le interesaba tener seguidores, ni ser el líder de una nueva moda. Sólo quería ser él mismo. No quería ser un salmón más.