Un puñado de diamantes cayó en el gallinero

Un puñado de diamantes cayó en el gallinero. El gallo cantó, porque confundió el brillo de los diamantes con la salida del sol. Pero luego identificó los diamantes. Sin reparar en su valor monetario, los confundió con granos y procedió a comerlos. Al rato se sintió mal. No sabía por qué, y ni siquiera sabía que se podía saber el porqué de algo. Sólo atinó a tirarse en el piso.
El gallo suspiraba mientras su estómago no sabía qué hacer con esos diamantes que le habían sido encomendados. El estómago los pasó a los intestinos. Los intestinos también los pasaron, y pronto los diamantes volvieron a ver la luz.
El gallo, que no tenía capacidad de aprender de sus errores, se sintió mejor y volvió a ver los diamantes. Al principio cantó, porque el brillo le hizo pensar que estaba saliendo el sol. No reparó en que ya era de día, ni en que era la tercera vez que salía el sol ese día. Ni siquiera supuso que tal vez era un día muy especial por eso mismo. Sólo vio el brillo los diamantes y cantó, hasta que divisó los diamantes individuales. No se le ocurrió que ya había vivido lo mismo un rato antes. Como se sentía bien y tenía hambre, decidió picotear esos extraños granos brillosos.
Justo en ese momento se acercó el dueño del gallinero con un mantel lleno de migas. El gallo lo vio y se acercó, como hacía cada vez que divisaba el mantel, o las sábanas que flameaban en el tendedero. Al acercarse al mantel, el gallo olvidó los diamantes y se dedicó a comer migas en compañía de las gallinas que andaban cerca.
Cuando terminó las migas se puso a corretear por el gallinero. Nunca supo que servía para bajar la comida. Mientras revoloteaba, vio una gallina que estaba tirada en el piso suspirando. Se acercó a ella aunque no podía hacer nada. Hasta cierto punto se dio cuenta de que se sentía mal, lo que no supo era por qué. Pero se quedó haciéndole compañía. No tenía nada mejor que hacer.
Cuando se hizo de noche, los intestinos de la gallina se encontraron con los diamantes y les dieron vía libre. En seguida estuvieron otra vez en el piso del gallinero. El gallo, al verlos, repitió el proceso que había realizado dos veces ese día. Pero cuando se acercó a ellos para comerlos, la gallina sintió amenazada su fuente de alimento y lo picoteó.
El gallo también picoteó a la gallina y se produjo un combate. Ambos sabían muy bien que el ganador obtendría el derecho a comer lo que no sabían que eran diamantes. El gallo en circunstancias normales hubiera ganado fácilmente, pero no sólo todavía estaba algo débil como consecuencia de haber comido los mismos diamantes (aunque no lo sabía) sino que estaba cansado porque ese día además de correr había cantado tres veces la llegada del sol. Por eso la lucha fue pareja y se prolongó durante toda la noche.
La lucha duró hasta que salió el sol. Al verlo, el gallo la abandonó para poder cantar.