Coincidencias

Hay gente que quiere descreer de las coincidencias. Sostienen que no existen. Que lo que vemos como coincidencias en realidad son señales. Hay una razón por la que suceden. Debemos leerla, interpretarla, porque son un mensaje que nos está siendo enviado.
Es la presunción de existencia de un orden cósmico absoluto, que gobierna hasta los detalles más pequeños, pero que igual concede el libre albedrío. Y además, ese orden cósmico está interesado en nuestras vidas, nos da pistas acerca de cómo vivirlas y nos concede oportunidades que debemos ver como tales.
Muchos operan mediante esta forma de pensar y actúan en consecuencia. Les puede ir bien o mal, y si les va mal se puede explicar por el lado de que entendieron mal la coincidencia que interpretaron.
Pero la presencia intencional de coincidencias no es una idea que me resulte atractiva. Me parece más bien algo perversa, si es que son manifestaciones de una inteligencia externa o cósmica. No quiero estar sujeto a alguien o algo que es capaz de controlarme todo, incluso las acciones que llevan al surgimiento de coincidencias. Siento que eso no me dejaría ser libre.
Igual me atraen las coincidencias. Cuando se producen, a veces impresionan. Es muy tentadora la idea de leerlas como una señal de la presencia de alguien benevolente. Puedo entender que muchos elijan hacer eso. Pero para mí es mucho más enriquecedor verlas como verdaderas coincidencias.
Son actos del azar de los que soy testigo, también por azar. Están ahí, tal vez sin ser vistas hasta que las descubro. Tientan a sacar conclusiones. Pero al ser actos del azar, las conclusiones no están predestinadas. Podemos decidir lo que les hacemos significar. Y podemos hacerlo en forma consciente, sin atribuir a la coincidencia la responsabilidad de nuestros actos posteriores. Seguimos siendo nosotros los que decidimos, y usamos a las coincidencias para ayudarnos a tomar nuestras decisiones, sabiendo que somos nosotros los que lo hacemos.
Las coincidencias son una oportunidad de generar sentido. Podemos interpretarlas, pero no hay que leerlas. Hay que escribirlas.

Cómo inventé la rueda

Lo que pasa es que yo vivo en un grupo muy creativo. Mucha gente que conozco inventó cosas. Un amigo mío inventó el cuchillo, otro la punta de flecha. Hubo otro que agarró esa misma punta y la colocó en un palo, y creó así la lanza. Entonces hay bastante presión como para que todos inventemos algo que beneficie a los demás.
Yo, como no soy amigo de la violencia, no tengo mucho talento para inventar armas. Siempre me interesó el transporte de objetos. Fui yo quien domesticó al caballo, hace algunos años. Pero la capacidad de carga del caballo tiene un límite, y si le atamos las cosas no pueden ser muy pesadas. Siempre me pareció que se podía hacer algo.
Hasta que, un día, uno de mis compañeros estaba probando un invento suyo: el hacha. Para ver si podía, quiso cortar un árbol. Y eligió un árbol que estaba en la pendiente de una colina. Cuando el tronco cayó, el árbol se arrastró sobre la colina, haciendo una serie de giros.
De ahí me vino la idea. En realidad, no hice más que trasladar el concepto. Alcancé el árbol y, con la misma hacha que había usado mi amigo para cortar el árbol, corté dos rodajas del tronco. Las uní con el tronco de un árbol más fino. Subí a la colina y lancé el prototipo: bajó girando, igual que había hecho el árbol.
Cuando volví al grupo principal mostré mi invento y se generó un gran entusiasmo. De inmediato salió mucha gente a hacer lo mismo. Algunos hicieron aparatos con cuatro ruedas que resultaron muy prácticos para arrastrarlos con los caballos. Así empezaron los vehículos, que desde entonces se hacen cada vez más grandes y más rápidos. Mucha gente se dedica a experimentar con mi invento. Hacen vehículos con ruedas grandes, chicas, anchas, angostas y de diferentes materiales. Han encontrado aplicaciones que nunca pensé que podía tener la rueda. Es muy satisfactorio saber que inventé algo tan útil para todos.
Desde que inventé la rueda, dejé a los demás el desarrollo posterior del concepto. Muchas veces me vienen a pedir opinión porque soy una figura de autoridad para todos los que admiran la rueda. Yo le doy los datos que quieran sin problemas. Sin embargo, estoy envejeciendo. En algún momento no voy a estar en condiciones de contarles la historia de cómo inventé la rueda ni proporcionar los datos que los demás me piden. Debería haber alguna forma de conservar estos datos, que queden guardados en un lugar y alguien, años después, los pueda consultar. No sé, capaz que estoy delirando, pero me parece que se puede hacer algo.