El género del mosquito

Habitualmente nos referimos a “los mosquitos”, cuando está muy claro que quienes buscan incansablemente nuestra sangre son las hembras. Es decir que masculinizamos el género conscientemente. Es por una cuestión cultural. Estamos acostumbrados a que en español los plurales mixtos se masculinizan. Es una de las reglas del lenguaje. Podría cambiar con el tiempo, pero está establecida así y todos la entienden. Podría imponerse, por ejemplo, el plural femenino como un genérico igual que el masculino, y así habría igualdad de plurales. Sin embargo, eso no ha ocurrido, y lo femenino tiene un plural para sí mismo, que el masculino debe compartir.
Sin embargo, no es el caso de los mosquitos. No hay una manera práctica de hablar de las hembras de los mosquitos, sin tener que tomarnos el trabajo siempre de aclarar exactamente eso. Si dijéramos “las mosquitas”, podría entenderse que hablamos de moscas chicas. Si inventáramos algo como “las mosquitos”, esa frase haría ruido al lector, que se concentraría más en la aparente contradicción de género que en lo que se está diciendo.
Pero esta cuestión gramatical no debe hacernos pasar por alto un detalle importante. No se trata de un problema de género. Se trata del nombre del animal. En el trato habitual, no lidiamos con mosquitos machos. Y si lo hiciéramos, sería muy necesario aclarar que se trata de uno, a pesar de que el género así parecería indicarlo. Es porque, en cuanto a los mosquitos, se ha trascendido el mero género. Hemos dado a las hembras de esa especie el nombre “mosquitos”, independizando así el sexo del género gramatical. Cada vez que decimos “los mosquitos” estamos hablando de hembras, y lo sabemos, y así liberamos el lenguaje de las ataduras sexistas que lleva en su tradición.
Del mismo modo, cuando hablamos de “las moscas”, estamos también incluyendo machos a pesar de que el nombre es femenino. Y ni moscas ni mosquitos son menos machos ni hembras por que los llamemos así. Son como son, y no se hacen problema por lo que digan los demás. Sí por lo que hacen, porque deben estar alerta a la posibilidad de movimientos fatales contra su individualidad, pero no por ella en sí, sino por su naturaleza de moscas o mosquitos.
Desde aquí se usa el lenguaje en forma consciente, con el cuidado de saber qué se está diciendo y de qué se está hablando, de manera que el lenguaje se vaya enriqueciendo a partir de la sabiduría compartida por todos.

Manuelita por adultos

Manuelita era una tortuga que residía en la localidad bonaerense de Pehuajó. Era un reptil de paso audaz, que combinaba decisión con miedo. Ambas características le hacían tomar destinos inesperados.
Un día se enamoró de un tortugo anónimo que pasó cerca de ella. Pero Manuelita no se animó a acercarse. Pensó que su aspecto arrugado le iba a causar rechazo. Ya estaba muy vieja para los juegos amorosos. Sin embargo, continuaba pensando en el tortugo. Decidió que tenía que hacer algo.
La inseguridad sobre su aspecto se extendía a la capacidad de poder mejorarlo en el país. Sabía, no obstante, que en Europa había lugares donde podían, con paciencia, embellecerla. Y entonces partió raudamente hacia Francia.
Atravesó el océano un poquito caminando y otro poquitito a pie, porque era una tortuga de tierra, adaptada a la región pampeana. No sabía nadar como las de agua. Aunque sí conservaba el instinto de orientación, que le permitió ubicar el continente Europeo y más tarde caminar hasta París.
Una vez en la capital francesa, se dirigió hacia una tintorería. Se hizo planchar en francés, en el anverso y en el reverso. También le pusieron botas, y una peluca que se complementaba muy bien con su traje de malaquita. Entonces emprendió el regreso.
El camino era largo. A su velocidad, demoraba muchos años. Sin embargo, Manuelita no se preocupaba. La longevidad de las tortugas le permitía darse esos lujos. Cuando se aburría, se ilusionaba con el tortugo que la esperaba en Pehuajó.
Pero la exposición al agua del mar le jugó una mala pasada. Todo el trabajo que le habían hecho en París resultó en vano, porque el agua la arrugó. Volvía igual que cuando se había ido. Pensó en ir a reclamar, y prefirió quedarse, porque ya estaba demasiado lejos.
Tuvo tiempo de pensar, sin embargo. Y decidió que, después de todo, el tortugo podía quererla así, como era. Y que si no la quería arrugada, a ella no le convenía que la quisiera rejuvenecida.

El sexo de los semáforos

El concejo deliberante de la ciudad de Córdoba ha decidido abolir el sexismo que hasta el momento imperaba en los semáforos peatonales. En todo el mundo están hechos para hombres, a tal punto que el símbolo para parar es el mismo que indica que un baño es de caballeros. Como esta situación implica una desigualdad inaceptable, a partir de ahora los semáforos deberán incluir a ambos sexos, o abstenerse de denotar género.
Pero no sirve con agregarles polleras, como en el símbolo del baño de damas. No todas las mujeres usan polleras. De hecho, las mujeres han luchado mucho para que se aceptara el uso del pantalón. Designar a la mujer como “persona que usa polleras” es también sexista, además de una falta de respeto a los escoceses.
Del mismo modo, el pelo largo no implica femineidad. Las mujeres de pelo corto tienen derecho a cruzar la calle, igual que los hombres de pelo largo. El semáforo no está pensado para ellos. Es netamente exclusivo, y es el momento de incluir a los que hasta ahora quedaban afuera de la sociedad.
Porque la exclusión genera violencia. Y el primer paso para frenar la violencia es el semáforo. Si una persona ve que ni siquiera las señales de tránsito la tienen en cuenta, ¿por qué se abstendría de expresar su desagrado mediante la fuerza? Los nuevos semáforos pacificarán a la población, al hacer sentir bien a los que están del otro lado de la calle.
El semáforo no fue pensado así. Está para unir las dos orillas de la vereda, para que los que quieren ir de un lado a otro, explorar la ciudad, puedan hacerlo sin exponerse a peligros mortales. Otorga un marco a las necesidades de la población. Pero incluso una herramienta tan valiosa, tan noble, termina contaminada por la cultura. Y esas contaminaciones profundizan las brechas culturales que es nuestra misión cerrar.
Por eso el concejo deliberante ha tomado esta decisión histórica de encargar al estudio Shakespear un nuevo diseño para los semáforos que no deje afuera a nadie. Tienen la posibilidad de utilizar la animación que permite la tecnología LED. Los nuevos semáforos serán instalados en toda la ciudad, y serán sinónimo de la nueva Córdoba inclusiva que hoy se inicia. Luego se impondrán en todo el mundo, y cuando los ciudadanos y ciudadanas de la aldea global se vean reflejados en los semáforos, se acordarán de lo que Córdoba les dio.