Charla modelo entre hombres

—Soy viril.
—Yo también soy viril.
—Yo soy más viril que ustedes.
—A mí a viril no me gana nadie.
—¿Ustedes piensan que saben lo que es la virilidad? Ésta.
—Les voy a demostrar inequívocamente que soy más viril que ustedes.
—¡Jamás! El más viril soy yo.
—No señores, acá todos compiten por el segundo lugar.
—Ayer tu vieja se dio cuenta de quién está en primer lugar.
—Salí de acá, sos pura cháchara pero a la hora de virilizar a vos no te ve nadie.
—Si no estuviera tan ocupado siendo viril me importaría lo que están diciendo y les contestaría.
—¿Se dan cuenta de mi virilidad o voy a tener que subir más la voz?
—No se gasten, no van a poder conmigo.
—Miren estas fotos de mis amantes. Fíjense quién es el más capo.
—Si necesitás mostrar las fotos sos un inseguro de mierda.
—Soy viril, soy más viril que ustedes y no hay nada que decir.
—No. Soy yo.
—No. Soy yo. Qué te pensás.
— Calma, muchachos. Aceptemos que somos todos igual de viriles.
—¡Puto!

La hoja llena

La hoja vacía invita a escribir. Puede ser difícil saber qué escribir, porque todas las direcciones están disponibles. A veces la cantidad de opciones intimida un poco. Pero es un problema menor. La hoja vacía se soluciona escribiendo, pensando, formulando problemas y resolviéndolos. Es un ejercicio sano.
El problema está cuando la hoja está llena. Ahí es difícil escribir. Ya hay una dirección establecida. Lo que hay que decidir es si continuarla o desviarse. No hay más alternativas. Lo que escribamos está condicionado por lo que ya está escrito. Será también leído. Es necesario tener conciencia de lo que está escrito, por nosotros o por ajenos. De cualquier modo, aunque lo ignoremos, seremos consecuentes.
La hoja llena presenta una gran responsabilidad. Puede percibirse como una restricción a la libertad de escribir, pero esa restricción es muy menor. Se restringe un poco la forma y un poco los temas. La libertad para escribir nos la damos nosotros mismos. La hoja llena nos condiciona. Nos hace cuestionar nuestra propia libertad. Nos fuerza a elegir algo que tal vez no habríamos elegido.
Pero también nos permite continuar un diálogo. Participar en la comunicación entre generaciones. Continuar el trabajo hecho por los demás.
El mundo ya está empezado. No lo vamos a empezar otra vez. Lo vamos a continuar de acuerdo a cómo es. Podemos retocarlo, transformarlo o destruirlo. Ésa es nuestra elección, hasta que entreguemos esa hoja llena a los que nos sucedan.

Es un fósforo

Sí, es un fósforo. Y está listo para largar su chispa de calor.
Se enciende mediante el contacto. Pero no cualquier contacto. Necesita el adecuado. No se enciende con cualquier cosa. Es menester tratarlo bien. Arrastrarlo contra la superficie una o más veces, hasta que la chispa se hace presente en forma abrupta.
La chispa, una vez que enciende, es imparable. Toma todo. Quema lo que haya cerca, y enciende lo inflamable. La llama arranca pequeña, pero muy rápidamente alcanza un tamaño considerable.
Pero la misma llama lo va consumiendo. El calor destruye la estructura, hasta que ya no se sostiene más. La llama es breve e intensa. Una vez que cumple su ciclo, sólo quedan vestigios. Leves brasas iluminadas durante unos momentos, y una base que recuerda la etapa prístina, que nunca volverá.

Indique su Destino

Subí al colectivo. Lo primero que vi fue un cartel que decía “indique su Destino al chofer”. Y yo sabía adónde me tenía que bajar, pero no mi Destino. No estaba seguro de que nadie lo supiera. Uno puede tener toda la vida planificada, pero cualquier imprevisto cambia todo. Tal vez alguien que ya vivió casi toda su vida conoce la generalidad de su Destino, aunque no sepa exactamente cómo va a ser el tiempo que le queda. Pensé que tal vez el cartel se refería a los jubilados, y era para poder adjudicar algún tipo de descuento.
Iba a decirle todo esto al chofer cuando vi un cartel que decía “prohibido conversar con el conductor”. No especificaba monologar, es cierto. Pero yo necesitaba una respuesta, porque toda mi ponderación era para poder saber los pasos inmediatos a seguir. Esos pasos podrían, incluso, marcar mi Destino. No podía descartarlo. Sin embargo, lo que podía descartar era que el chofer me fuera a dar alguna respuesta útil, justamente porque tenía prohibido conversar.
Entonces hice trampa: le dije dónde me iba a bajar. El chofer marcó el valor del boleto y pagué. Después fui a sentarme atrás. Había resuelto el dilema pequeño, pero me quedé pensando en mi Destino, y en la posibilidad de conocerlo.
Tal vez, pensé, uno puede tener cierta visión. Tal vez podemos ver el presente, y por qué no el futuro inmediato, y hacernos una idea. Podemos ir pispeando el Destino de nuestra vida tal como es ahora, y corregir la vida de acuerdo a lo que nos da. Tal vez nos podemos asomar al Destino.
Pero cuando pensaba eso, otro cartel despiadado terminó con mi esperanza: “prohibido asomarse”

Campanas íntimas

Empecé un diario íntimo. No sé por qué lo hice. Supongo que quería registrar mis pensamientos, para poder recordarlos después. Aunque tenía la ligera suposición de que no era para mí, sino para otras personas. Para “la posteridad”. Con el diario, los interesados en mi pensamiento podían acceder a su día a día.
Me pareció que, si me ponía a pensar en la posteridad, el diario íntimo perdería esa intimidad que debería caracterizarlo. Entonces decidí hacerlo bien sincero. Tenía que mostrar mis pensamientos oscuros, mis miedos, todo lo que no me animaba a decir. La posteridad se enteraría de quién era yo. No escondería nada.
Tuve cuidado. Y tanto cuidado tuve, que me exageré en la óptica. Mi diario íntimo se volvió mi principal enemigo. De acuerdo a su línea editorial, nada de lo que hacía estaba bien. Todo era mal intencionado, y además lo hacía mal. Yo era un inútil, y todo lo que me salía bien era por errores propios o ajenos. Era cuestión de tiempo para que el mundo se diera cuenta de que yo no servía para nada.
En el momento en el que ocurriera el despertar de todos los demás, el diario íntimo perdería potenciales lectores, porque ya nadie se interesaría en mí ni en lo que podía pensar. Pero eso no era motivo para que el diario abandonara su conducta y su punto de vista. Al contrario, si al hacerlo podía convencerme a mí de mi propia inutilidad, el diario habría cumplido un propósito distinto del inicial, pero valioso para la sociedad.
Y ocurrió que me empecé a creer muchas de las cosas que decía el diario. Porque representaban miedos que tenía. No pensaba que todo fuera así, pero tenía algún temor de que en realidad todo lo mío fuera una mentira. El diario lo capturaba a la perfección. Su nivel periodístico era excelente. Yo pasaba largo tiempo escribiéndolo, y también leyéndolo. Me empecé a obsesionar con el contenido, y con cómo el diario iba a reflejar las cosas que hacía durante el día. Que cada vez eran menos, porque estaba dedicando mucho tiempo al diario.
Algo tenía que cambiar. Decidí entonces que necesitaba otra campana. Otro punto de vista. No todo lo que tenía yo era negativo. Me pareció apropiado abrir otro diario, pero esta vez que tuviera en cuenta no mis miedos, sino mis ilusiones. Un diario que me dijera que yo era como quería ser, y que lo que lograba era por mi mérito.
De esta manera, pasé a tener dos diarios. Uno marcaba la línea optimista, y el otro la pesimista. Ninguno tenía razón siempre, y ambos tenían razón en distintos momentos, y a veces en los mismos. La existencia de los dos diarios proporcionaba un panorama más completo sobre mi persona, y por eso me dediqué a sostenerlos. Toma mucho tiempo, pero vale la pena. Ahora tengo una cobertura mucho más equilibrada. Y si bien sigo teniendo miedo de que el diario pesimista sea el que tiene más razón, el otro es el que me permite creer en mí.

El lugar más feliz de los autos

En la avenida Warnes los autos disfrutan de una total emancipación. Las normas de tránsito, que siempre limitan sus movimientos, ahí no se aplican. Los autos aprovechan y copan las calles y las veredas, gozando de la libertad que saben que no pueden encontrar en otros lados.
Sus dueños los llevan, no porque ellos quieran ir, sino porque saben que es bueno para ellos. Warnes es Autolandia, y los autos se divierten. Saben que, si llegan a tener algún problema, muy cerca hay alguien que los puede ayudar. Entonces no se preocupan, y dan rienda suelta a sus instintos.
Cuando los autos llegan a la zona, se palpa el descontrol. Quieren unirse a los otros autos, perder las rigideces, encontrarse con los otros autos que también se divierten. Andan en diagonal, marcha atrás, estacionan en dos, tres, cinco filas, esquivan a los otros. Es réquetedivertido.
Los conductores muchas veces los dejan en manos de otros conductores, nativos de la zona, que saben tratar a los autos de otra manera. Los autos, promiscuamente, disfrutan el cambio, les gusta sentir que les tocan los pedales con pies distintos. A veces van para que les hagan arreglos, pero no es como ir al médico. Es una experiencia inolvidable y positiva.
Los autos salen de Warnes renovados. Durante un buen rato los conductores no los reconocen. Saben que es el mismo auto, pero lo sienten distinto. Lo atribuyen a los repuestos que le pusieron. Pero no es así. Lo que ocurre es que los autos están volviendo de las vacaciones.

Sé yo

Vení, y te cuento cómo ser yo. Si te acercás, si escuchás bien lo que te digo, si seguís todos mis consejos, podrás aspirar a ser como yo soy, que es como se debe ser. No es tan difícil. No entiendo por qué más gente no es como yo, pero vos tenés el privilegio de esta oferta. Tenés la posibilidad de que te cuente el secreto.
No tengas miedo. No es que tengas que dejar de ser vos. Sólo tenés que ser vos pero como yo. Nadie te va a confundir conmigo, y ciertamente nadie me va a confundir con vos. Está claro quiénes somos. Y también está claro quién es mejor. Por eso tenés que ser más como yo. Porque ahora te estás privando de todos los placeres que tiene mi personalidad.
Es un placer ser yo. Quisiera que más gente pudiera acceder a él (a mí). Y sé que todos pueden. No es tan extraordinario lo que hago. El asunto es cómo pienso, cómo encaro las cosas. Cualquiera puede. Sólo tienen que asimilarme. Ver qué es lo que hay detrás de mis acciones. Estudiarme. Poder predecir mis movimientos es el primer paso. Luego viene la imitación, y más tarde llega la espontaneidad. Ser como yo naturalmente, sin siquiera intentarlo.
Vamos, anímense. ¿Quién quiere ser como yo? ¿Quién está dispuesto a comenzar esta maravillosa aventura? ¿Nadie? Bueno, ustedes se lo pierden.

La gallina antropomórfica

Una gallina antropomórfica vivía plácidamente en su casa. Todos los días subía a su auto e iba hasta su lugar de trabajo. Su profesión de ponedora era sencilla. No le exigían más que lo que podía dar. Al final del día volvía a su casa, satisfecha de hacer su aporte a la sociedad.
La gallina no tenía mucha vida social. A pesar de que le interesaba, en la ciudad donde vivía no había muchas gallinas. Sólo hombres. Las otras gallinas que trabajaban con ella se quedaban en el corral. Nunca volvían a la ciudad.
Ella a veces intentaba quedarse con sus compañeras de trabajo, pero no daba resultado. Ninguna de las otras gallinas le prestaba atención, y ella tampoco se sentía a gusto. Era demasiado antropomórfica como para estarlo. Las demás gallinas no podían sostener una conversación con ella.
Tenía ganas de abandonar sus características humanas para integrarse de lleno en la sociedad de las gallinas. Estaba dispuesta a perder comfort si eso significaba estar en contacto con las otras gallinas.
Sin embargo, no sabía cómo podía hacer para convertirse en gallina a secas. Toda su vida había sido una gallina antropomórfica, desde el momento en el que rompió el cascarón fue diferente.
No sabía si sus padres eran también gallinas antropomórficas como ella. Nunca los había conocido. Razonaba que su madre era gallina. Pensaba que tal vez su padre fuera un hombre. De ese modo se explicaría su situación.
Entre los humanos tampoco era aceptada. La veían sólo como una gallina. Nadie estaba dispuesto a tomarla en serio ni a intercambiar opiniones con ella. Las personas a las que les hablaba en general se asustaban y salían corriendo. Sólo en los circos expresaban algún interés, pero a la gallina no le gustaba ese mundo.
Finalmente, tomó una decisión. Si ella quería ser gallina, tendría que comportarse como una. Pensó que así podría ser aceptada por sus compañeros de trabajo y, tal vez, podría atraer a los gallos. Hacerlo implicaba renunciar a todo lo que la hacía única. Pero, como no era feliz siendo única, tal vez eso era una buena noticia.
Con mucho esfuerzo, logró adaptarse a la sociedad. Debía resistir sus ansias de actuar como un humano. Le era difícil lograrlo. Su espíritu antropomórfico no se resignaba fácilmente a ser ignorado. Hasta que, con el tiempo, se acostumbró. Fue la última actividad humana que realizó. Después se dedicó a corretear por el corral, comer lombrices y relacionarse.
Sin embargo, un día todo cambió. De repente la gallina oyó voces que se parecían a la de ella. Eso despertó su instinto humano, y fue a ver qué era. Para su sorpresa, un grupo de pollitos conversaba animadamente.
En seguida intervino en la conversación. Expresó su opinión sobre la calidad de las migas que se encontraban en el corral. Los pollitos la integraron a la conversación y rápidamente trabaron amistad con ella.
A partir de ese momento, la gallina antropomórfica empezó a pasar el tiempo con los pollitos. Mientras crecían, ella les enseñaba lo que había aprendido en la época en la que vivía entre los humanos.
Con el tiempo, los pollitos, que sin saberlo eran sus hijos, crecieron, se reprodujeron y fueron cada vez más. En un momento decidieron independizarse del corral. Se escaparon y, con lo que habían aprendido de su madre, armaron una nueva sociedad pensada para gallinas antropomórficas.

Calle Rivadavia

La avenida Rivadavia tiene orígenes humildes. Es una de las arterias más importantes de Buenos Aires. Puede haber sido la avenida más larga del mundo. Sin embargo, si uno la encuentra en el centro, donde tiene numeración de tres dígitos, es una calle más, igual a las otras, sin atisbo de su grandeza posterior. En realidad, con uno solo: al cruzarla, las otras calles cambian de nombre. Se convierten en calles que no eran. Rivadavia es influyente desde el principio. Una base sólida para después convertirse en lo que llega a ser.

Vía aérea

Los hermanos Wright deben haber creído que cumplían el sueño del hombre. Que la humanidad iba a celebrar lo extraordinario de elevarse más allá de las nubes y trasladarse por el aire, como los pájaros.
Sin embargo, con intrépidas excepciones, resultó que a nadie le interesa volar. Sí, volar puede ser una experiencia fascinante, pero nadie se sube a un avión para eso.
Resultó que a la gente lo que le gusta es trasladarse. Y el avión es una manera muy práctica de llegar rápido a lugares distantes. Que lo haga por aire es secundario. Es la misma razón por la que no continuaron los viajes a la luna. Se logró, fue una hazaña. Pero en la luna no hay nada.
Se generó, entonces, una enorme industria de traslado de personas por aire, que se sumó a las que trasladan por agua, tierra o bajo ambas. Pocos pueden acceder a aviones privados, y aun los que tienen, deben moverse entre aeropuertos. Los hay grandes y chicos. Muchas veces la ruta que una persona quiere hacer no existe en forma directa, y es necesario tomar dos o tres vuelos sucesivos. Puede ser cansador esperar muchas horas en aeropuerto para después subirse a un avión y sentarse a esperar que llegue a destino. La gente se distrae con lectura, juegos, películas, sueño o mirando por la ventana hasta que se produce la llegada. Y al llegar, cada pasajero se alegra de, por lo menos por ese día, haber terminado de volar.