Suelta de globos

Un grupo de globos permanecía en el mismo lugar. Todos tendían a elevarse, pero cada uno tenía un hilo que lo sostenía. Los hilos convergían en un caño, donde un nudo común sujetaba a todos.
Los globos se mantenían más o menos en el mismo lugar, sólo empujados por las suaves corrientes de aire. Ocasionalmente, alguna persona pasaba cerca y en su camino chocaba contra los globos. Eso hacía que se movieran todos, como si se barajaran, y cambiaba la posición general. Así se conocían, y veían que sus distintos colores no impedían un objetivo común.
Querían ir hacia arriba. No necesariamente todos juntos, ni hacia el mismo lugar, pero no querían seguir trabados por fuerzas externas. Buscaban liberarse, y cada vez que algo los movía intentaban destrabar el nudo. Pero estos esfuerzos no siempre eran fructíferos. A veces los nudos se trababan más.
Los globos no se desanimaban ante la adversidad. Estaban inflados con optimismo. Uno o dos, sin embargo, se permitieron vencer. Dejaron ir las ganas, y al desanimarse se fueron hacia abajo. Quedaron irreconocibles, putrefactos y oscuros.
El nudo común no era infranqueable. Cada tanto algún globo se escapaba. Pero, como eran vigilados de cerca, rápidamente los guardias lo volvían a su lugar y reforzaban la atadura. Entonces los globos regresaban a su posición anterior, decepcionados pero no vencidos.
Estaba claro que la salida era colectiva. A pesar de sus diferencias, tenían que unirse para poder salir todos juntos hacia el cielo. Debían cooperar, aunque no estaba necesariamente en su naturaleza hacerlo. Comenzaron movimientos sutiles con este objetivo. De a poco, los hilos que llegaban al nudo fueron desenganchándose. Lo hacían despacio, con paciencia, de manera de no alertar a la vigilancia.
Los globos se movían como si hubiera una brisa. Uno a uno, se iban liberando. Pero no se quedaban. Sus hilos daban una vuelta al caño hasta llegar al momento en el que todos estuvieran en condiciones de irse. Si alguno se iba antes de tiempo, iba a arruinar el escape de todos.
Así, cuando fue el momento, todos los globos se elevaron al mismo tiempo. Lo hicieron a una velocidad no muy alta, pero con tanta sorpresa que los guardias demoraron su reacción. Intentaron tomar algunos por el hilo, y aunque tocaron un par de cuerdas, se les escurrieron de los dedos.
Los globos, libres por fin, se mantuvieron juntos durante algunos metros y después se desperdigaron por todo el cielo de la ciudad. Exploraron individualmente, haciendo cada uno su camino. Cada tanto un par de globos se encontraban, y con dos o tres rebotes celebraban la unión que permitió su libertad.

Vía aérea

Los hermanos Wright deben haber creído que cumplían el sueño del hombre. Que la humanidad iba a celebrar lo extraordinario de elevarse más allá de las nubes y trasladarse por el aire, como los pájaros.
Sin embargo, con intrépidas excepciones, resultó que a nadie le interesa volar. Sí, volar puede ser una experiencia fascinante, pero nadie se sube a un avión para eso.
Resultó que a la gente lo que le gusta es trasladarse. Y el avión es una manera muy práctica de llegar rápido a lugares distantes. Que lo haga por aire es secundario. Es la misma razón por la que no continuaron los viajes a la luna. Se logró, fue una hazaña. Pero en la luna no hay nada.
Se generó, entonces, una enorme industria de traslado de personas por aire, que se sumó a las que trasladan por agua, tierra o bajo ambas. Pocos pueden acceder a aviones privados, y aun los que tienen, deben moverse entre aeropuertos. Los hay grandes y chicos. Muchas veces la ruta que una persona quiere hacer no existe en forma directa, y es necesario tomar dos o tres vuelos sucesivos. Puede ser cansador esperar muchas horas en aeropuerto para después subirse a un avión y sentarse a esperar que llegue a destino. La gente se distrae con lectura, juegos, películas, sueño o mirando por la ventana hasta que se produce la llegada. Y al llegar, cada pasajero se alegra de, por lo menos por ese día, haber terminado de volar.