El homenaje a James Penny

Si uno mira El nacimiento de una nación, de 1915, presencia el punto de vista del racismo. La película muestra escenas de esclavos viviendo felices en una plantación del sur de Estados Unidos, compartiendo la comida con sus amos. La concordia se quiebra cuando tienen que soltarlos después de la guerra civil, porque los negros son salvajes y no están preparados para ejercer las responsabilidades que implica la libertad. Al adquirir poder político, los negros, numerosos, copan las instituciones y someten a los blancos, que se consideran los legítimos habitantes de la región. El Ku Klux Klan es presentado en la película como una organización heroica que logró amedrentar a los negros y ponerlos en su lugar, permitiendo la restauración del poder de los blancos y poniendo fin al tiempo del terror.

Al adentrarse en la Historia, uno se da cuenta fácilmente de que no es un juego de buenos contra malos, en el que nuestro rol es tomar partido por los buenos, sino que hay texturas, incluso en los debates que se supone que han sido resueltos. Esa película, filmada cincuenta años después de la Guerra Civil, reconstruye la vivencia de los acontecimientos por parte de aquellos que tenían esclavos. Eran distintas visiones del mundo que chocaban. La división no era necesariamente exacta. Había abolicionistas que pensaban que los negros no eran exactamente humanos. Los grandes temas de este debate (que científicamente está cerrado) siguen existiendo con otras manifestaciones.

Hubo épocas en las que se podía ser abiertamente partidario de la esclavitud y ser una persona respetada en la sociedad. Llegó un momento en el que no, porque el zeitgeist se movió hacia otro lado. Algunas ideas que eran aceptadas dejaron de serlo. Y con el correr del tiempo, no quedó nadie que las sostuviera en público. Lo que sí quedó fue el mundo que las generaciones anteriores nos dejaron, que en todas partes muestra huellas del pasado.

Lo que nos lleva a James Penny. Este señor que vivió en el siglo XVIII se dedicaba al comercio de esclavos. Durante décadas los transportó en la ruta del Atlántico, primero como marinero y después como capitán y dueño de flota. Exitoso en su negocio, se convirtió en un hombre notable de su ciudad, porque tal cosa era compatible con los valores de la época.

Ya entonces, no obstante, se cuestionaba la institución de la esclavitud, y existían movimientos abolicionistas. James Penny se convirtió en una de las voces del antiabolicionismo. En tal carácter testificó ante el parlamento británico, donde habló sobre cómo trataba a los esclavos en sus barcos, y mencionó la tasa baja de mortalidad de su empresa (que lo convertía, para los estándares de la época, en un mercader humanitario). Pero el principal argumento era económico. Sostenía que abolir la esclavitud iba a traer un efecto adverso en el comercio, e iba a afectar particularmente a la ciudad de Liverpool, desde siempre uno de los puertos más importantes de Inglaterra.

Posiblemente debido a esa defensa de la ciudad, se convirtió en una de las muchas figuras esclavistas homenajeadas con una calle. Se bautizó con su nombre a una avenida: Penny Lane. Una búsqueda rápida en Google Maps muestra que hay otras calles con el mismo nombre en el mundo, particularmente en Estados Unidos, donde él comerciaba.

Un par de siglos después, surgió una iniciativa en el Reino Unido que proponía renombrar todos los lugares que homenajeaban a figuras de la esclavitud. Entre ellas figuraba Penny Lane, y su presencia hizo que la iniciativa se cayera. El nombre de Penny Lane se había resignificado gracias a la canción de McCartney.

Debido a la canción, no sólo el nombre Penny Lane había adquirido poesía más allá del origen, sino que la avenida se volvió una atracción turística. El argumento para no abolir la esclavitud podía aplicarse ahora para no renombrar Penny Lane: hacerlo implicaría un perjuicio para la economía de Liverpool.

Este fenómeno es una de las consecuencias del hecho de que el lenguaje está vivo. Cuando se pone un nombre a una calle, pasa a formar parte de del día a día de los que transitan la zona. Son pocos los que piensan en el origen del nombre, y menos a quienes les importa ese origen.

La resignificación es más fácil cuando los nombres son concisos. Si esa calle se hubiera llamado James Penny Lane, seguramente habría sido más difícil no sólo ignorar que se trataba de una persona y no de un centavo, sino que McCartney lo encontrara lo suficientemente atractivo como para titular una canción con ese nombre. Los nombres cortos facilitan la poesía.

En Buenos Aires existe la tendencia opuesta. Se han alargado los nombres de muchas calles, explicándolos. No hay una calle India, sino República de la India. No hay calle Israel, sino Estado de Israel. Veinte años atrás a un tramo de Rawson se lo renombró Palestina, y hace poco se completó: Estado de Palestina (que se cruza con Estado de Israel, y debe haber legisladores que consideraron que crear esa esquina era un aporte a la paz en Medio Oriente). Lo mismo ocurrió con Venezuela y Bolivia, que recibieron los nombres oficiales actuales de esos países. Por el momento no ha corrido la misma suerte la calle que homenajea a los Estados Unidos Mexicanos.

Con los nombres de personas ocurre lo mismo. Para homenajear a Ringo Bonavena, se dio su nombre a una calle de Parque Patricios, que pasó a llamarse Oscar Natalio Bonavena. Alguien decidió que el apodo o el apellido no era suficiente para el nombre de una calle, y decidieron usar lo que figuraba en su DNI. Cerca está la calle Prof. Dr. Pedro Chutro, para la que se consideró que era imprescindible que los transeúntes se enteraran de que el homenajeado no sólo era doctor sino también profesor.

Por su parte, hay muchas calles que recuerdan combates, como Piedras, Suipacha, Pasco, Ayacucho o Tacuarí. Nadie se entera de que fueron combates por el nombre. Hay que conocer Historia o leer las placas colocadas en el nacimiento. A este autor le gusta que exista una calle que se llame Piedras, independientemente de cuál fue el origen. También que sea continuación de Esmeralda. Le gusta además que haya una calle llamada Pozos, sin embargo las autoridades consideraron pertinente alterar ese nombre, y desde hace décadas se ha llamado Combate de los Pozos. Algunos vecinos ahora la llaman, simplemente, “Combate”.

La adición de complicaciones innecesarias en la nomenclatura urbana no sólo puede causar confusiones. También, y más importante, dificulta la poesía. Tal vez nadie iba a escribir una canción titulada Chutro, pero es mucho más difícil que se escriba la balada Profesor Doctor Pedro Chutro.

El homenaje no es tan importante. Sólo existe para aquellos que se toman el trabajo de averiguar de quién se trata, y usted, querido lector, ha de saber que este autor está mencionando por tercera vez a Pedro Chutro sin haberse molestado en averiguar quién fue ese buen señor.

Pero no hace falta ensañarnos con el profesor doctor. Se puede eliminar no sólo títulos o cargos, también los nombres de pila de las personas que donan la denominación. No hace falta que exista la avenida Juan de Garay cuando puede ser Garay, del mismo modo que Rivadavia no necesita el Bernardino. Nadie le dice Jerónimo a Salguero. Figueroa Alcorta tiene un nombre suficientemente largo como para agregarle que fue presidente. Seguí sería una calle magnífica si no le agregaran el Juan Francisco. Lo mismo Oro sin el Fray Justo Santamaría. Y no se limita a los nombres de personas: Ciudad de La Paz se ocupa de aclarar que es por la ciudad, por si alguien llega a confundirse y pensar que es por la paz.

Los nombres no tienen por qué ser algo importante en sí mismo. Dar el nombre de alguien o algo a una calle, o a un edificio público o estación de subte, es invitarlo a formar parte del paisaje público. A integrarse en la vida de una ciudad, a dejar de ser lo que fue para ser un lugar específico, con personalidad, cultura, idiosincrasia. Al darle excesiva importancia al nombre, esa integración se perjudica. Y es una lástima.

Este autor se permite presentar una serie de reglas que podrían seguirse para conseguir más armonía en la nomenclatura:

  • Sólo usar la parte más distintiva de un nombre. Nada de aclaraciones sobre de qué se trata. Nada de nombres de pila. Únicamente utilizarlos cuando no hacerlo pueda inducir a confusión, habiendo considerado previamente si vale la pena tener nombres casi repetidos.
  • Tener en cuenta el uso. A veces los habitantes llaman a un lugar con un nombre que no es el oficial, que sólo sirve para que los pedantes digan “es la plaza Cortázar, no la plaza Serrano”. En esa plaza, por otra parte, nace la calle Jorge Luis Borges, cuyo homenajeado se llamaba a sí mismo simplemente Borges.
  • Evitar los cambios caprichosos de nombres. Serán resistidos, porque es alterar ese paisaje público. Es también una interrupción del imaginario, en el que se ve la mano de las autoridades. Una ruptura de la cuarta pared que sólo debe ocurrir por buenas razones y debe ser manejada con elegancia.
  • Considerar el daño a las curiosidades. Es una lástima que se haya eliminado la esquina de Gallo y Cangallo. También que ya no se pueda vivir entre Lavalle y Lavalleja. O entre Europa (hoy Carlos Calvo) y Estados Unidos. Sí se puede, por ejemplo, vivir en la franja mesopotámica entre Paraná y Uruguay (este autor desconoce si el nombre de esas calles proviene de los ríos, y desea que sea así). Pero si, de pronto, la calle pasara a llamarse República Oriental del Uruguay, esa adición sería una pérdida.
  • Valorar los nombres naturales. Existía en Buenos Aires una calle llamada Arena, porque su suelo era muy arenoso. Más tarde pasó a ser Sánchez de Loria y su continuación Almafuerte. Cien años después se decidió construir un subte bajo Almafuerte. Y la construcción sigue teniendo muchas dificultades, demoras y costos innecesarios debido al suelo arenoso.

La nomenclatura pública no es sólo un espacio disponible para los homenajes que se determinen apropiados. Es parte de lo que se puede hacer, no lo único. Es sano tener en cuenta la elegancia y la armonía. Evitemos poner obstáculos donde no hay. Los nombres de los espacios deben contribuir a hacer más rica la vida.

La gallina antropomórfica

Una gallina antropomórfica vivía plácidamente en su casa. Todos los días subía a su auto e iba hasta su lugar de trabajo. Su profesión de ponedora era sencilla. No le exigían más que lo que podía dar. Al final del día volvía a su casa, satisfecha de hacer su aporte a la sociedad.
La gallina no tenía mucha vida social. A pesar de que le interesaba, en la ciudad donde vivía no había muchas gallinas. Sólo hombres. Las otras gallinas que trabajaban con ella se quedaban en el corral. Nunca volvían a la ciudad.
Ella a veces intentaba quedarse con sus compañeras de trabajo, pero no daba resultado. Ninguna de las otras gallinas le prestaba atención, y ella tampoco se sentía a gusto. Era demasiado antropomórfica como para estarlo. Las demás gallinas no podían sostener una conversación con ella.
Tenía ganas de abandonar sus características humanas para integrarse de lleno en la sociedad de las gallinas. Estaba dispuesta a perder comfort si eso significaba estar en contacto con las otras gallinas.
Sin embargo, no sabía cómo podía hacer para convertirse en gallina a secas. Toda su vida había sido una gallina antropomórfica, desde el momento en el que rompió el cascarón fue diferente.
No sabía si sus padres eran también gallinas antropomórficas como ella. Nunca los había conocido. Razonaba que su madre era gallina. Pensaba que tal vez su padre fuera un hombre. De ese modo se explicaría su situación.
Entre los humanos tampoco era aceptada. La veían sólo como una gallina. Nadie estaba dispuesto a tomarla en serio ni a intercambiar opiniones con ella. Las personas a las que les hablaba en general se asustaban y salían corriendo. Sólo en los circos expresaban algún interés, pero a la gallina no le gustaba ese mundo.
Finalmente, tomó una decisión. Si ella quería ser gallina, tendría que comportarse como una. Pensó que así podría ser aceptada por sus compañeros de trabajo y, tal vez, podría atraer a los gallos. Hacerlo implicaba renunciar a todo lo que la hacía única. Pero, como no era feliz siendo única, tal vez eso era una buena noticia.
Con mucho esfuerzo, logró adaptarse a la sociedad. Debía resistir sus ansias de actuar como un humano. Le era difícil lograrlo. Su espíritu antropomórfico no se resignaba fácilmente a ser ignorado. Hasta que, con el tiempo, se acostumbró. Fue la última actividad humana que realizó. Después se dedicó a corretear por el corral, comer lombrices y relacionarse.
Sin embargo, un día todo cambió. De repente la gallina oyó voces que se parecían a la de ella. Eso despertó su instinto humano, y fue a ver qué era. Para su sorpresa, un grupo de pollitos conversaba animadamente.
En seguida intervino en la conversación. Expresó su opinión sobre la calidad de las migas que se encontraban en el corral. Los pollitos la integraron a la conversación y rápidamente trabaron amistad con ella.
A partir de ese momento, la gallina antropomórfica empezó a pasar el tiempo con los pollitos. Mientras crecían, ella les enseñaba lo que había aprendido en la época en la que vivía entre los humanos.
Con el tiempo, los pollitos, que sin saberlo eran sus hijos, crecieron, se reprodujeron y fueron cada vez más. En un momento decidieron independizarse del corral. Se escaparon y, con lo que habían aprendido de su madre, armaron una nueva sociedad pensada para gallinas antropomórficas.

Calle Rivadavia

La avenida Rivadavia tiene orígenes humildes. Es una de las arterias más importantes de Buenos Aires. Puede haber sido la avenida más larga del mundo. Sin embargo, si uno la encuentra en el centro, donde tiene numeración de tres dígitos, es una calle más, igual a las otras, sin atisbo de su grandeza posterior. En realidad, con uno solo: al cruzarla, las otras calles cambian de nombre. Se convierten en calles que no eran. Rivadavia es influyente desde el principio. Una base sólida para después convertirse en lo que llega a ser.

En el cielo

El dibujo del paciente Julian Lennon desnuda implacablemente algunas características imperecederas de su personalidad.
Debe tenerse en cuenta que la temática del dibujo era libre. El resultado no fue impuesto por ninguna consigna restrictiva por parte del profesional. La escena que el paciente eligió hacer retrata, según él mismo, a una de sus compañeras, Lucy.
La figura que representa a Lucy presenta una variedad importante de colores, muchos más que los que suelen tener los seres humanos, incluso los de esa edad. Esto muestra una imaginación aplicada forzosamente sobre los demás. Julian no sólo ve a sus compañeros con colores que no tienen, sino que espera esos colores de ellos.
Del mismo modo, el cielo no está dibujado de color celeste. Es más bien de un tono amarillento, extraterrestre. Sumado a la excesiva luminosidad de la figura humana, exhibe una clara indicación de un problema perceptivo. El paciente no ve la realidad, sino lo que quiere ver.
Unos rayos misteriosos, de color rojo, acechan a la figura humana. Constituyen un peligro, el abismo que sólo Julian ve, y al que expone no a sí mismo sino a su compañera, la inocente Lucy. Ella, en tanto, no tiene los pies sobre la tierra. De hecho, no se ve suelo alguno. No ubicar los pies sobre la tierra es una clara muestra de que el autor del dibujo es un desquiciado.
Otro detalle importante es la presencia de diamantes en el cielo. De más está decir que el cielo verdadero no tiene diamantes, sino estrellas. Y sólo cuando es de noche. De día hay nubes, o no las hay. Julian presenta a Lucy en un cielo con diamantes, porque su visión de los demás es que tienen una codicia enorme. Probablemente tema que las personas de otras familias vayan tras la fortuna de la suya. Conviene que los padres dediquen tiempo a explicarle que eso no sucederá.
Se recomienda que Julian inicie inmediatamente sesiones de terapia, antes de que empiece la escuela primaria y ponga en peligro a los otros niños. De no ocurrir así, su psique corre peligro de llevar a cabo las insinuaciones que hoy se plasman en el dibujo. Y más allá de la fortuna familiar, es posible que el paciente nunca pueda estar en condiciones de acceder a un trabajo.

La época colonial

En la época de la colonia, las calles eran de tierra y no había locales a la calle. Los negocios se hacían en la calle. En la Plaza que todavía no era de Mayo, los vendedores proclamaban sus productos. Vendían velas, porque no había luz eléctrica. También vendían mazamorra, y empanadas calientes para viejas sin dientes (también para otras personas, se trataba de un slogan). Algunos de los vendedores eran negritos.
Era una vida bastante plácida, sin preocupaciones, pero con la conciencia de que se encontraban bajo el yugo de España, que había conquistado este territorio algunos siglos antes. Sin embargo, ellos eran descendientes de españoles, y algunos en parte lo eran de indios (menos los negritos, que venían de África, donde la gente es negra, y hay jirafas y leones).
Éramos una colonia española, pero no éramos España. En una ocasión, unos ingleses invadieron el territorio, y lo defendimos como si fuera nuestro. Les tiramos aceite hirviendo, y los ingleses se subieron a sus barcos y no volvieron más.
Con el tiempo, nos dimos cuenta de que así como habíamos podido repeler al invasor, también podíamos hacernos cargo nosotros de nuestros asuntos. No necesitábamos a los virreyes que mandaba el rey de España, que encima nos enteramos de que había sido depuesto por Napoleón. Entonces un grupo de patriotas se reunió en el cabildo, que estaba abierto, y decidió que había que hacer algo.
Los patriotas no eran negros. Eran bien blancos. Sabían lo que estaban haciendo. Pero el pueblo no. Y durante una de las reuniones el pueblo se agolpó en la plaza frente al Cabildo. Los vendedores dejaron de proclamar sus productos, y se unieron al pueblo, que quería saber de qué se trataba.
Los patriotas, al ver el clamor del pueblo, se dieron cuenta de que se estaban reuniendo muy en secreto, y difundieron sus planes mientras tres de ellos (French, Juncal y Beruti) repartían cintas celestes y blancas, porque había nacido una nueva nación. Poco después, Manuel Belgrano crearía con los mismos colores la bandera de esta patria, y la nación, flamante y flameante, marcharía hacia el futuro.