El éxito del poeta

El poeta escribía a partir de su experiencia. Según lo que veía o vivía, escribía poemas. Los poemas no eran informativos. Tal vez no tenían nada que ver con las experiencias. Pero los escribía la persona que tenía esas experiencias, y una persona es poco más que las experiencias que tiene. Su acumulación, sumada al pensamiento y el talento para la escritura, le permitía escribir poemas muy bien logrados.

Los lectores lo encontraban muy atractivo. Su poesía les significaba, no necesariamente lo mismo que el poeta había querido significar, pero por lo menos algo que hacía que siguieran interesados en lo que tenía para escribir.

El éxito con el público lector se transformó en éxito comercial. El poeta logró hacer dinero a partir de su poesía. Y no sólo le permitió vivir de lo que escribía, sino que logró vivir muy bien. No le faltaba ningún lujo.

Esto, naturalmente, hizo que su poesía fuera aún mejor. Tener más tiempo y no preocuparse por temas económicos hizo que se pudiera concentrar en pensar y escribir. Sus experiencias ahora eran las de una persona privilegiada, pero eso no convirtió su escritura en elitista. Todo lo contrario: el privilegio le daba más posibilidades de conectarse a través de la escritura, porque era la forma en la que siempre se había comunicado con su público. La experiencia poética no cambió: sólo lo hizo la vida del poeta.

Al darse cuenta de esto, el público estuvo muy agradecido con el poeta, y eso redundó en mayores ventas que le permitieron mejorar aún más su estilo de vida. También inspiraron a otros poetas, al ver que a través de la poesía se podía lograr éxito material. El mundo, entonces, se llenó de poetas, y el público lector fue cada día más rico.

Sin aplauso

Existen algunos lugares chicos que se usan como espacios artísticos. Organizan espectáculos de distintas vertientes, que no suelen tener gran convocatoria de público. Son lugares informales, casas que se abren a los artistas. No tienen las comodidades de un auditorio. Es difícil que haya un escenario diferenciado. El público se sienta donde puede, en sillas, sillones o banquitos dispuestos para ese fin. Desde ellas, puede disfrutar del espectáculo que se monta en el mismo suelo, en una situación de igual a igual con los artistas.
Muchos de estos lugares tienen la limitación de no estar acustizados, y es por eso que reciben quejas de los vecinos. Sin embargo, las quejas no son tanto por el contenido artístico, que suele ser música amplificada, sino por su consecuencia inmediata: el aplauso. El ruido del aplauso encanta a los artistas, pero interrumpe el sueño de los vecinos, que lo único que quieren es vivir una vida plácida en su casa.
Sin embargo, no se puede hacer una función artística sin aplausos. Se genera un vacío incómodo, que es inmediatamente llenado por aplausos clandestinos, porque el público entusiasmado no se deja prohibir. Por eso, y para evitar problemas, se ha arribado a una solución creativa: reemplazar el aplauso por el chasquido de dedos. Esto genera un ruido mucho más leve, pero presente y sostenido, que ocupa el lugar del aplauso y permite la convivencia saludable entre artistas y vecinos.
Pero los mayores beneficiarios de esta costumbre no son ellos, sino los mosquitos. Los insectos saben que en estos lugares encuentran abundancia de humanos, y disfrutan de la prohibición del aplauso. Entonces concurren masivamente, como si fueran atraídos por la cultura.
Las personas que concurren a los espectáculos se encuentran con grandes nubes de mosquitos y con el hecho de que están desarmados y no los pueden enfrentar. Además, están más interesados en el espectáculo que en concebir estrategias para librarse de los mosquitos. Sólo atinan a sacudir los brazos cuando ven que alguno se les acerca.
Los mosquitos permanecen en vuelo, amenazantes, durante todo el espectáculo. Los artistas y el público los miran con miedo. Y los vecinos no entienden qué es lo que produce ese zumbido ensordecedor.

Humor sucio

El chiste por el chiste en sí mismo puede ser una experiencia maravillosa. Un chiste bien construido no necesita más que esa construcción. Los elementos que hacen que sea gracioso son el esqueleto del chiste, y no se necesita nada más. Es perfectamente suficiente y razonable parar ahí.
Sin embargo, cada vez más gente está tratando de agregar elementos. Construyen chistes, y no les parece suficiente el chiste en sí. Necesitan que haya otra clase de ingredientes. Necesitan comentario social, sátira, cargar a alguna persona, insinuaciones sexuales, o todo eso. Y el chiste se opaca por todos los agregados, al punto que muchas personas lo dejan de ver como un chiste.
El humor se contamina con contenido. A veces, es cierto, el contenido permite que el humor brille más. Otras veces, el humor es un accesorio del contenido que estaba. Pero si el objetivo es humor, no es necesario contenido. Es necesaria sólo la construcción.
Es difícil. Muchos no saben hacerlo. Muchos más creen que saben hacerlo. El oficio del humor no tiene reglas fijas, y cambia a través del tiempo, incluso de chiste en chiste. Algunos se quedan con fórmulas que encontraron que funcionaban, y con el correr de las décadas van siendo cada vez menos efectivas. Entonces compensan con contenido.
El público se impresiona. El humor que recibieron también venía con lecciones para la vida. Reflexiones para masticar. Cuestionamientos al orden establecido. Todo eso está muy bien, pero no es el humor. El humor es otra cosa. Es necesario tener en cuenta. Si para hacer un chiste debe tergiversarse la realidad, está permitido. Lo mismo si debe llegarse a conclusiones falsas, o que no son de la opinión del humorista. En estos casos, si el creador de chistes se abstiene de hacerlos, ha fallado en su misión.
Los chistes tienen su lugar. Pueden ir de tema en tema sin modificar su estructura básica. Pueden modificar el contenido, sí, porque hemos dicho que el contenido no es el chiste. Pero el chiste en tanto construcción humorística es trasladable.
No siempre parece. Hay gente que sabe esconderlo muy bien. Hay humoristas que tienen un solo chiste en su repertorio, y han construido carreras longevas que consisten en encontrar nuevas aplicaciones para ese mismo chiste.
Esas personas no deberían llamarse humoristas. Humorista es el creador de chistes, no el que los coloca en otro lado. Del mismo modo, sastre es el que hace la ropa, no el que se viste con ella, ni el que viste a varias personas con la misma prenda.
Tratemos de identificar bien lo que vemos y hacemos. Sepamos qué es y qué no es el humor. No lo confundamos con el colorido, que son las parafernalias que nos distraen para que no prestemos atención a la estructura, y así nos pueda sorprender.
El humorista se parece al mago. Debe construir trucos, desviar la atención del público, manejar su expectativa, y rellenar con todo el contenido necesario para poder hacerlo.

Curso de espectador

Hasta ahora, las escuelas de teatro ignoraban al segmento más grande del mercado: la gente que quiere ir al teatro, pero no dedicarse a las tablas. Los espectadores no tenían más remedio que ir sin conocer los códigos del teatro, ni las razones por las que esos códigos fueron establecidos. Los únicos espectadores que cumplían con todos los protocolos eran los que además se dedicaban a alguna tarea relacionada con el teatro.
Pero ya no será más así, gracias al nuevo curso de espectador que arranca este lunes.
Los alumnos aprenderán:

  • Las mejores técnicas para elegir butaca.
  • Interpretación de los horarios anunciados según el teatro.
  • Cuándo es correcto toser.
  • El significado del oscurecimiento inicial.
  • Cuándo está permitido hablar y cuándo no.
  • De qué manera hacer comentarios a la persona de al lado durante las representaciones.
  • Qué hacer cuando uno de los actores es un conocido al que se quiere saludar.
  • Por qué en las obras infantiles los actores usan voces extrañas.
  • Cuándo es correcto aplaudir y cuándo no.
  • Qué significa ser un “gran público”, y qué responsabilidades acarrea.
  • Protocolos para casos de confusión en las entradas.
  • Etiqueta del tomatazo.
  • Técnicas para no olvidarse de apagar el teléfono.

Luego de los dos meses del curso, el egresado podrá rendir un examen y convertirse en espectador diplomado. Con los estudios completos, se hará acreedor a descuentos y funciones exclusivas para públicos recibidos en los mejores teatros de la ciudad.

El silencio de la bandera

Hay dos clases de banderas: la bandera y la bandera de ceremonia. Una se iza todos los días, al comenzar la jornada escolar. La otra se usa sólo en los actos patrios. Es una bandera más gruesa, pesada, que requiere ser transportada por un abanderado y dos escoltas.
La bandera normal está en la puerta, o en el patio, y como es parte del paisaje es fácil de ignorar. Flamea sin que la miren. Sólo es observada en el momento de ser izada, por los que llegan suficientemente temprano. El ritual es recibido con beneplácito porque implica una demora de unos minutos en el inicio de las clases.
A nadie le molesta la bandera. Pero pocos se darían cuenta si faltara. La vida en la escuela seguiría igual, con sólo la indignación del personal directivo y algunos padres como reemplazo del pabellón.
La bandera de ceremonia es otra cosa. Todos quieren acercarse a ella. Ser el abanderado es considerado un honor. Hay distintos métodos para elegir quién será la persona afortunada que llevará el peso de la insignia patria. En algunos casos es la maestra quien elige al mejor alumno. Se vale de herramientas numéricas como las notas, y subjetivas como el concepto o la conducta.
En las escuelas donde cunde la democracia, el abanderado es elegido por voto popular. En estos casos, se designa a un curso como “grado abanderado”, y se organizan comicios entre sus alumnos. Quien sale elegido será el representante de sus compañeros ante la bandera, y la portará en el siguiente acto escolar.
El acto empieza con el murmullo de los asistentes. Es un día especial. Un horario que habitualmente está destinado a clases ese día se dedica a recordar algún suceso patrio. Están presentes los alumnos de todos los cursos, y también los familiares de los alumnos que participan del programa. Todos hablan a la hora señalada. Les gusta compartir la jornada cívica. Los organizadores del acto, directivos y docentes, piden silencio en forma sutil. Pero nadie obedece. Es el pueblo el que determina la hora exacta del comienzo del acto.
En un momento dado, el público se decide a hacer silencio y la celebración puede comenzar. Arranca con palabras alusivas de la señora directora, y tal vez alguna otra autoridad. Pronto llega el momento esperado: se anuncia la entrada de la bandera de ceremonias. La bandera que no se ve todos los días. La elegante. La del honor.
La bandera entra junto al abanderado, los escoltas y el grado abanderado todo, en medio de un estruendoso aplauso que se mantiene durante todo el recorrido. Cuando todos están en sus puestos, suenan los acordes del himno nacional. Aquellas personas que están sentadas saben que es hora de pararse, y los que tienen sombreros saben que deben quitárselos.
La larga introducción del himno es escuchada con entusiasmo. Pero para cuando termina, todos están cansados, y ese cansancio se nota en la manera desganada en la que se canta. El grito sagrado de “libertad libertad libertad” no recibe el honor correspondiente en la entonación. Más bien parece un canto obligatorio, de un pueblo tan acostumbrado a la libertad que no tiene la necesidad de proclamarla. Y para cuando se llega a la parte en la que los libres del mundo responden al gran pueblo argentino salud, el gran pueblo argentino está cansado de la cantidad de repeticiones de esa frase, y ante cada una se va oyendo el hartazgo.
Después de una pausa instrumental, viene el estribillo, que sí entusiasma a los presentes. Coronados de fervor patriótico, la escuela toda pide que sean eternos los laureles que supimos conseguir. Un pequeño bajón posterior en la melodía no impide que el final sea enérgico, y que todo el coro se proponga jurar con gloria morir, jurar con gloria morir, jurar con gloria morir. Antes de que terminen los acordes finales se oye un gran aplauso. Todos aplauden a todos, orgullosos de compartir patria, himno y escuela con los presentes.
En ese momento, la persona encargada del protocolo anuncia que se retira en silencio la bandera de ceremonia. Pero, luego del estribillo del himno, el fervor patriótico es demasiado como para permitirlo. El pueblo quiere demasiado a la patria como para obedecer los designios de las autoridades. La bandera, entonces, se retira en medio de una ruidosa ovación.

Mensaje al público

Mensaje al público
 
Estimado público:
se solicita que tenga a bien no hacer una lectura ligera de este texto y todo lo que lo rodea. Debe saber que prefiero tener un público entendido, no casual, aunque me cueste la masividad. Busco que las partes más atractivas de los textos sean suficientes como para despertar en usted el interés necesario para que terminar la lectura sea el inicio de una exploración, no el final.
Quiero complicidad, entendimiento mutuo con mi público. Cuando hago guiños, pretendo que todos los entiendan. Los hago como una especie de examen, para ver si efectivamente ocurre. Quiero merecerlos y que me merezcan. Los que no entienden, los que se quedan con cara de “qué es esto”, considero que no son parte de mi público. Son el público en general.
Cabe aclarar, estimado lector, que cuando hablo de público no me refiero a usted. Usted ya sabe que es alguien que entiende. Hablo de aquellos que se reconocen no como lectores individuales sino como público. Los que tienen ganas de ser parte de masas, y entonces hacen lo que ven que el resto de la masa hace. Porque si no, piensan, no pertenecerían a ella.
Si usted está leyendo por esa razón, para no quedarse afuera, le informo que ya quedó afuera. El público de estos escritos es el que no le interesa quedarse afuera o adentro, sino que quiere conectarse con texto y/o el autor. Le solicito que no pierda el tiempo, y si puede, entregue su copia a alguien que sepa apreciar lo que usted no.
Aunque no sé si esto será posible. Porque muchos integrantes del público en general, sospechamos, pensarán que es un chiste, y se reirán mientras exclama “mirá lo que dice éste”. Pero no es así. Lo digo muy en serio. Es muy feo que un libro caiga en las manos equivocadas. Es un desperdicio de libro, e implica que alguien que podría aprovecharlo no se encuentra con él. Es una lástima.
Pero bueno, no hay muchos atajos. Para llegar a los individuos, primero hay que atravesar el público en general. Esa gran barrera que filtra no contenido, sino lectores. Espero que usted sea de aquellos lectores que tienen ganas de leer.