Coca natural

El otro día quise tomar un vaso de Coca-Cola. Entonces fui a la heladera y me serví. Pero se ve que esa botella recién llegaba, y la bebida no estaba fría, sino natural. Pero tomé el vaso de todos modos, y el sabor me resultó extrañamente familiar. Rápidamente me transportó, como la magdalena, a las fiestas infantiles de los ’80.
En esa época, al menos para mí, la Coca-Cola no era algo de todos los días (en realidad ahora tampoco). Se trataba de la bebida de los momentos excepcionales. Un cumpleaños era uno de ellos, y ameritaba la inversión en bebidas. Sin embargo, cuando uno va a la escuela y tiene alrededor de 25 compañeros, las fiestas infantiles se dan en un promedio de dos por mes, y es posible notar algunas regularidades.
Además de la Coca-Cola, el menú consiste en papas fritas, palitos salados, sánguches de miga, chizitos y maní japonés. Son pocas las fiestas que ofrecen algo distinto, y si eso llega a ocurrir es una decepción. Porque las fiestas de cumpleaños infantiles tienen una expectativa clara: ser los momentos adecuados para comer todas esas cosas.
La estructura básica de todas las fiestas es común. Hay mesas con estas delicias, y mucho tiempo para el juego. Tarde o temprano, algún adulto llama al orden y organiza actividades para que los chicos se entretengan, con más o menos éxito. A estas actividades, que son el momento en el que los niños se quedan más quietos, se las llama “animación”. Pueden consistir en juegos interactivos, en los que se armarán dos equipos que competirán por honor, o ser meros espectáculos. A mí me gustaba cuando traían un mago. Me parecía que los que hacían eso pensaban en nosotros.
Los animadores entregaban al final de la fiesta su tarjeta, para aquellos que desearan adquirir sus servicios. De esta manera, muchos se repetían, por reclamos de los niños o porque era fácil para los padres conseguir el dato. Y gracias a eso nos podíamos dar una idea de la calidad de la animación venidera cuando veíamos llegar a los animadores y nos dábamos cuenta de quiénes eran. Además de los magos, yo era parcial hacia los que tenían mayor despliegue técnico, y traían teclados electrónicos, luces y esas cosas. Por suerte, las máquinas de humo no se usaban a esa edad. Más tarde las padecí.
Siempre había pausas en las que se podía comer las distintas comidas. Si bien las papas fritas y similares permanecían en la mesa, en algunos casos aparecían más tarde platos más suculentos, como las empanadas copetín. Siempre había botellas de Coca-Cola o de 7-Up para reponer la bebida a los que se les terminara. Y siempre había un adulto cerca, dispuesto a servirla. Los vasos eran de plástico, lo que evitaba masacres con vidrios en el frenesí producido por la emoción de todos los presentes.
Los vasos eran todos iguales y estaban todos en la misma mesa. Se hacía necesario, por lo tanto, desarrollar estrategias para conservar el vaso propio. La experiencia ya había enseñado que a muchas personas no les importa y agarran cualquier vaso que esté cerca, lo que obliga a su legítimo propietario a buscar otro vaso, si es que hay, y volver a servirse.
Una estrategia era mantener el vaso en la mano. Pero traía severos problemas de movilidad. No era algo práctico. Otra era esconder el vaso en algún lugar poco accesible, por ejemplo en el baño, atrás de un árbol del jardín (si es que había). Eso tampoco daba buenos resultados. Lo mejor, en mi experiencia, era dejar el vaso colocado en un lugar remoto de la mesa, preferentemente contra la pared. De esta manera, sería poco accesible para quienes buscan lo cómodo, y fácilmente identificable para mí.
Y al encontrarlo, podría tomar otro vaso de gaseosa. La que, me doy cuenta ahora, en los cumpleaños siempre estaba natural. Si no, no me habrían venido todas estas cosas a la cabeza el otro día, al tomar un vaso de Coca-Cola sin refrigeración.

Vintage Coke

El World of Coca-Cola de Atlanta no es sólo una atracción turística. Es un museo con todas las letras, donde estudiosos de todo el mundo concurren para obtener una sabiduría más completa sobre la Coca-Cola y otros productos de la misma compañía. La biblioteca del museo alberga toda clase de documentos históricos que pueden ser consultados por cualquier persona que posea las credenciales adecuadas.
La exhibición de envases y avisos de Coca-Cola que está disponible para el público en general es sólo una porción del material con el que cuenta el museo. Los salones de investigación tienen muchos elementos que aún no han sido inspeccionados por expertos. A cada paso aparece un descubrimiento nuevo. Un logo rechazado de la época del origen de la gaseosa. Un aviso olvidado por su contenido racista. Experimentos de envases. Fórmulas alternativas.
No es raro encontrar alguna novedad. Lo que sí es raro es que se abra una puerta escondida y aparezca una bodega con botellas envasadas en 1912, aún llenas, tapadas y con gas. Esto ocurrió el año pasado y el movimiento del museo se revolucionó gracias al hallazgo de Coca-Cola original de un siglo de antigüedad.
Las autoridades de la Coca-Cola Company, al enterarse del descubrimiento, tomaron cartas en el asunto. Muchos investigadores querían abrir las botellas para hacer experimentos químicos, o incluso probar el contenido. Las autoridades bloquearon el acceso a la bodega, pero se filtró la información de que algunas botellas fueron retiradas subrepticiamente por investigadores, que las sirvieron en funciones privadas. Corrió el rumor de que el sabor de la Coca centenaria era extraordinario. Que el paso del tiempo, siempre que no se perdiera el gas, mejoraba la gaseosa como ningún químico podía.
Los rumores fueron desmentidos, pero siguieron propagándose. Cobraron tanta fuerza que las autoridades se vieron obligadas a hacer algo. Se decidió organizar un concurso para que unos pocos privilegiados tuvieran el placer de probar la bebida añeja. Sólo una porción mínima de la bodega fue destinada a los gandaores del concurso. Varias botellas quedaron en el museo. Resultó la parte de más demanda del complejo, y el miedo al vandalismo hizo que fueran exhibidas detrás de un vidrio reforzado, como la Gioconda.
También se convocó a un panel de cocacólogos de renombre para que dieran su veredicto respecto del sabor. Ellos confirmaron los rumores: “nunca probé algo semejante”, afirmó el presidente del panel. El Laboratorio de la compañía fue encargado de replicar químicamente el sabor para el lanzamiento de la Vintage Coke, versión de lujo de la Coca-Cola destinada a mercados de alta gama. Pero se determinó que el sabor estaba dado por el decaimiento de las partículas que formaban la bebida original, que era prácticamente la misma que se vendía actualmente. Para replicar el sabor, hacía falta confeccionar la bebida nueva con partículas ya decaídas, que eran difíciles de conseguir y ensamblar, porque no necesariamente tenían las mismas propiedades que las originales.
Se debió abandonar el proyecto, pero fue reemplazado por otro más ambicioso a largo plazo. A partir de ahora, cada año se guardará una parte de la producción de Coca-Cola en una bodega especialmente ambientada. La bebida no se guardará en botellas, como antes, sino en barriles de vidrio herméticos, porque el consenso entre los cocacólogos es que el envase de vidrio es el que mejor conserva el sabor de la bebida. Cuando pase suficiente tiempo, se lanzará al mercado la Vintage Coke. Cada botella (o el envase que se use en ese momento) estará marcada con el año de origen de la bebida que contenga, lo que permitirá disfrutar a las futuras generaciones de la Coca-Cola añeja, a la que hoy tienen acceso sólo unso pocos privilegiados.

Marea negra

El barco que transportaba jarabe de Coca-Cola chocó contra una barrera de coral. El jarabe se volcó lentamente sobre el mar. La tripulación no pudo hacer nada para salvar el cargamento. Prefirieron salvar sus vidas. Escaparon a bordo de los botes, antes de ser alcanzados por la masa de jarabe que cubría el mar.
El agua se volvía negra gradualmente. Los peces primero se vieron envueltos en una extraña noche. No era como todas las noches. El mar estaba dulzón. Los peces no sabían qué era lo que les daba la energía que sentían. Se encontraron muy activos. Disfrutaban la noche y se adentraban en ella.
Pronto empezó a haber gran cantidad de vida en el jarabe, que gradualmente se iba mezclando con el agua del mar. Tenía un sabor extraño, porque habitualmente la Coca-Cola no se hacía con agua salada. Pero los peces nunca la habían probado. Para ellos era un placer nuevo. No se enteraron de que podía ser todavía mejor. Y como eran aguas tropicales, ni siquiera la disfrutaron bien helada.
Sin embargo, la experiencia les resultó divertida. La actividad frenética de los peces hizo que respiraran con más frecuencia. Sólo que en lugar de extraer el oxígeno del agua, como era habitual, lo extraían del agua mezclada con jarabe. Y exhalaban dióxido de carbono, entonces la Coca-Cola obtenía burbujas.
Los peces, de repente, destaparon felicidad. Se vieron nadando en el medio de burbujas que se desplazaban hacia arriba, para efervescer en la superficie. Algunos, al verlas las comieron, pero rápidamente las devolvieron al agua en forma de eructo. Los que estaban alrededor de ellos los imitaron, y pronto el mar se llenó de un sonido grave que competía con el canto de las ballenas.
El frenesí duró hasta que la Coca-Cola se disolvió en el mar. Lentamente, el agua volvió a su azul habitual. Los peces retomaron sus costumbres. Aunque algunos se quedaron añorando la marea negra. Buscaban que se repitiera la experiencia. Aprendieron a detectar la presencia de barcos que transportaban jarabe. Pero no podían acceder a él. Entonces empezaron a coordinar esfuerzos.
Se transformaron en un peligro. Cuando se acercaba un carguero, miles de peces lo rodeaban. Formaban una masa que desviaba el enorme barco hacia la barrera de coral donde se había estrellado el primero. Los timoneles debían estar muy atentos a los movimientos de los peces, porque corrían el riesgo de encallar si no los compensaban.
La presión de los peces se hizo tanta que lograron derramar un par de barcos. La experiencia de frenesí se repitió. Pero no por mucho tiempo. Las autoridades de la Coca-Cola Company decidieron cambiar la ruta de sus cargueros. Los hicieron ir por el ártico. Existía el riesgo de chocar contra icebergs, pero valía la pena tomarlo. En los pocos casos de choques, la Coca-Cola derramada se congeló rápidamente. Los marineros sabían que podían flotar en ella mientras el barco se hundía. Estaban seguros mientras no apareciera ningún oso polar que hubiera probado azúcar.

La transacción del elefante

El elefante bucea. Quiere pasar desapercibido, y sabe que la única manera de lograrlo es ir bajo el agua. Su trompa le permite tomar aire con disimulo mientras se acerca a su objetivo. Y, después de todo, su objetivo sólo puede ser alcanzado a través del agua.
Allí está su deseo, el objeto que quiere obtener. Sabe que no es suyo, y también sabe que nadie le va a convidar. Nadie se imagina que puede querer desear una botella de Coca-Cola. Por eso la mujer que toma sol en la colchoneta no está preocupada por la posibilidad de que un elefante se acerque a beberle el refresco.
Sin embargo, el elefante se acerca, sigilosamente. Hace lo posible por disimular las olas que produce su cuerpo. Se mueve con lentitud. Pero paso a paso, se acerca. La mujer no lo ve. Está ocupada tomando sol. El elefante aprovecha la oportunidad y agarra la botella con su trompa. Se aleja furtivamente, manteniendo la lentitud para que nadie se percate de su presencia.
Pero después siente remordimiento. Luego de beber la Coca-Cola, el sabor no está completo, porque sabe que no es una Coca-Cola propia. El elefante ha privado a otro ser vivo de una Coca-Cola, y está en condiciones de saber que eso está mal. Pero no puede pedir disculpas. No sabe entenderse con no elefantes.
Decide, entonces, hacer lo único que está a su alcance: compensar a la mujer de alguna forma. No puede devolverle la Coca-Cola, porque ya ha sido bebida, ni darle otra, porque implicaría otro hurto. Pero puede darle algo a cambio. Algo valioso. Algo que tenga un significado equivalente para el elefante que la Coca-Cola tenía para la mujer.
Entonces vuelve a la pileta, convencido de estar haciendo lo correcto. Sin que nadie lo vea, logra llegar una vez más hasta la colchoneta donde la mujer sigue tomando sol. Y deposita con su trompa, como pago por la botella, unos buenos maníes de su provisión privada.
Ahora sí, conforme con haber hecho un trato justo, el elefante se aleja.