Tomate sin fe

Cuando voy a la ópera, siempre me entristece ver el puesto de tomates instalado en la puerta del teatro. Está siempre el mismo tipo, con esa cara de cómplice. Entiendo que él no hace más que su negocio, y que debería enojarme más con los que le compran. Está bien. Pero me parece que lo disfruta demasiado. Es un poco sádico el asunto.
Su negocio es el pesimismo. No me gusta y no le compro. No me van esas cosas. Me da pena verlo ahí, con el puesto lleno de gente, y tomates relucientes listos para su uso. Es triste, y violento. No me gusta su sonrisa. Prefiero la de la chica que tiene la florería del otro lado.

A es por Apple

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Ante es por Garmaz
Bajo es por Nivel
Cabe es por Eskabe
Con es por Trabajo
Contra es por Calabró
De es por Por
Desde es por Hoy
En es por Tres
Entre es por Aquí
Hacia es por África
Hasta es por Yocasta
Para es por Stop
Por es por Por
Según es por Duda
Sin es por Pisingallo
Sobre es por Correo
Tras es por Descenso

Abajo las piernas

Las piernas están para sostenernos. Los pies son la terminación de las piernas, y su forma es uno de los factores que nos mantienen estables cuando estamos parados. Todo ese sistema de extremidades, que tiene a algunos de los huesos más largos de todo el cuerpo, sirve para poder pararnos. Para que estemos levemente lejos del suelo. Sin embargo, estamos separados del suelo. Seguimos pegados a él, porque las piernas y los pies no dejan de ser parte de nosotros.
Las piernas no son imprescindibles. Los pies son más necesarios que las piernas. Por algo nos ponemos de pie, no nos ponemos de piernas. Las piernas se limitan a sostenernos. Pero para que el sistema funcione, tenemos que cuidarlas, nutrirlas. Debemos sostenerlas para que nos sostengan. Es decir que las piernas tienen un costo, que sólo se justifica si las usamos.
Podríamos pensar, entonces, que tenemos que caminar y correr mucho. Pero no es así. El resto del cuerpo también tiene un costo. El corazón, por ejemplo, debe ser mantenido. Y ése sí es imprescindible. Y mientras más corremos, más se molesta. Amortizar las piernas trae gastos colaterales en el resto del organismo, que pueden ser más grandes que la pérdida ocasionada por el poco uso de las piernas.
Puede llegar el momento en el que las piernas sean superfluas. En el que sea más conveniente deshacernos de ellas. Someternos a operaciones que nos las extirpen, nos vuelvan a colocar los pies, y quedar ETéreos. Los movimientos de traslado pueden ser trabajo para máquinas mucho más eficientes que extremidades construidas mediante mutaciones sucesivas.
Si eso ocurre, las partes básicas del cuerpo, las que permiten la supervivencia, quedarían intactas. No sólo eso: serían más eficientes. Ya no tendrían que suplir a las piernas. Entonces necesitaríamos menos alimento, y menos tiempo para distribuirlo a todo el cuerpo. Haría un aporte a la reducción de nuestra demanda energética. Reduciría, si no las huellas de verdad, nuestra huella de carbono.
Para llegar a esta situación no sólo es necesaria la tecnología médica correspondiente, sino también el consenso de la población. Si una sola persona se saca las piernas, quedaría con una gran desventaja respecto de los demás. Hace falta llegar a una masa crítica de despiernados que marquen el rumbo de la sociedad.
Está claro que es difícil. Todo cambio social siempre lo es. Pero una vez lograda esa masa crítica, los demás no tendrán alternativa que seguirlos. Toda la infraestructura va a estar pensada para gente sin piernas, y los que las tengan serán discapacitados. Gigantes deformes que deberán adaptarse, o se verán excluidos de la sociedad.

Manuelita por adultos

Manuelita era una tortuga que residía en la localidad bonaerense de Pehuajó. Era un reptil de paso audaz, que combinaba decisión con miedo. Ambas características le hacían tomar destinos inesperados.
Un día se enamoró de un tortugo anónimo que pasó cerca de ella. Pero Manuelita no se animó a acercarse. Pensó que su aspecto arrugado le iba a causar rechazo. Ya estaba muy vieja para los juegos amorosos. Sin embargo, continuaba pensando en el tortugo. Decidió que tenía que hacer algo.
La inseguridad sobre su aspecto se extendía a la capacidad de poder mejorarlo en el país. Sabía, no obstante, que en Europa había lugares donde podían, con paciencia, embellecerla. Y entonces partió raudamente hacia Francia.
Atravesó el océano un poquito caminando y otro poquitito a pie, porque era una tortuga de tierra, adaptada a la región pampeana. No sabía nadar como las de agua. Aunque sí conservaba el instinto de orientación, que le permitió ubicar el continente Europeo y más tarde caminar hasta París.
Una vez en la capital francesa, se dirigió hacia una tintorería. Se hizo planchar en francés, en el anverso y en el reverso. También le pusieron botas, y una peluca que se complementaba muy bien con su traje de malaquita. Entonces emprendió el regreso.
El camino era largo. A su velocidad, demoraba muchos años. Sin embargo, Manuelita no se preocupaba. La longevidad de las tortugas le permitía darse esos lujos. Cuando se aburría, se ilusionaba con el tortugo que la esperaba en Pehuajó.
Pero la exposición al agua del mar le jugó una mala pasada. Todo el trabajo que le habían hecho en París resultó en vano, porque el agua la arrugó. Volvía igual que cuando se había ido. Pensó en ir a reclamar, y prefirió quedarse, porque ya estaba demasiado lejos.
Tuvo tiempo de pensar, sin embargo. Y decidió que, después de todo, el tortugo podía quererla así, como era. Y que si no la quería arrugada, a ella no le convenía que la quisiera rejuvenecida.

Indique su Destino

Subí al colectivo. Lo primero que vi fue un cartel que decía “indique su Destino al chofer”. Y yo sabía adónde me tenía que bajar, pero no mi Destino. No estaba seguro de que nadie lo supiera. Uno puede tener toda la vida planificada, pero cualquier imprevisto cambia todo. Tal vez alguien que ya vivió casi toda su vida conoce la generalidad de su Destino, aunque no sepa exactamente cómo va a ser el tiempo que le queda. Pensé que tal vez el cartel se refería a los jubilados, y era para poder adjudicar algún tipo de descuento.
Iba a decirle todo esto al chofer cuando vi un cartel que decía “prohibido conversar con el conductor”. No especificaba monologar, es cierto. Pero yo necesitaba una respuesta, porque toda mi ponderación era para poder saber los pasos inmediatos a seguir. Esos pasos podrían, incluso, marcar mi Destino. No podía descartarlo. Sin embargo, lo que podía descartar era que el chofer me fuera a dar alguna respuesta útil, justamente porque tenía prohibido conversar.
Entonces hice trampa: le dije dónde me iba a bajar. El chofer marcó el valor del boleto y pagué. Después fui a sentarme atrás. Había resuelto el dilema pequeño, pero me quedé pensando en mi Destino, y en la posibilidad de conocerlo.
Tal vez, pensé, uno puede tener cierta visión. Tal vez podemos ver el presente, y por qué no el futuro inmediato, y hacernos una idea. Podemos ir pispeando el Destino de nuestra vida tal como es ahora, y corregir la vida de acuerdo a lo que nos da. Tal vez nos podemos asomar al Destino.
Pero cuando pensaba eso, otro cartel despiadado terminó con mi esperanza: “prohibido asomarse”

Para sacar una foto

  1. Tengo que pasar cerca de algo relevante.
  2. Tengo que darme cuenta de que es relevante.
  3. Además, es necesario que me dé cuenta de que es algo fotografiable.
  4. Tengo que tener la cámara encima.
  5. Tengo que acordarme de que estoy con la cámara.
  6. Tengo que decidir sacar una foto.
  7. Tengo que sentirme seguro del lugar donde estoy como para sacar la cámara.
  8. La cámara tiene que tener pilas y/o espacio en la memoria/rollo.
  9. Tengo que tener suficiente distancia como para poder encuadrar.
  10. Tengo que tener tiempo para hacer todo el proceso sin que se pierda la oportunidad.

Miguel de Palermo

Miguel de Palermo se llama Miguel y vive en Palermo. No es el único Miguel que vive en Palermo, pero es el único Miguel de Palermo. Es su marca registrada. Siempre se presenta como Miguel de Palermo, por más que su apellido es Gómez. Lo que pasa, explica, es que hay muchos Miguel Gómez, incluso hay varios en Palermo. Entonces necesita un alias más abarcativo.
Pero, ¿cómo lograr que los otros Miguel que viven en Palermo no se identificaran igual que él? Miguel de Palermo urdió un plan. Empezó a llamar a todas las radios para participar en los programas que invitaban oyentes al aire. No llamaba porque tuviera algún interés en el contenido de esos programas. Sólo le interesaba imponer su nombre. Y funcionó: no hay otro Miguel de Palermo que no sea él.
El método se popularizó. Muchas personas vieron la necesidad de registrar su nombre con su barrio, de manera que nadie se los pudiera usurpar. Se inició así un registro que incluyó nombres célebres como Diego de Martínez, Andrés de San Cristóbal, Romina de Once, Pedro de Pablo Nogués y Rosario de Córdoba.
Los que se llaman igual que ellos y viven en los mismos barrios ya no pueden hacer nada. Tienen que buscarse otro nombre, o vivir para siempre en el anonimato.

Cómo inventé la rueda

Lo que pasa es que yo vivo en un grupo muy creativo. Mucha gente que conozco inventó cosas. Un amigo mío inventó el cuchillo, otro la punta de flecha. Hubo otro que agarró esa misma punta y la colocó en un palo, y creó así la lanza. Entonces hay bastante presión como para que todos inventemos algo que beneficie a los demás.
Yo, como no soy amigo de la violencia, no tengo mucho talento para inventar armas. Siempre me interesó el transporte de objetos. Fui yo quien domesticó al caballo, hace algunos años. Pero la capacidad de carga del caballo tiene un límite, y si le atamos las cosas no pueden ser muy pesadas. Siempre me pareció que se podía hacer algo.
Hasta que, un día, uno de mis compañeros estaba probando un invento suyo: el hacha. Para ver si podía, quiso cortar un árbol. Y eligió un árbol que estaba en la pendiente de una colina. Cuando el tronco cayó, el árbol se arrastró sobre la colina, haciendo una serie de giros.
De ahí me vino la idea. En realidad, no hice más que trasladar el concepto. Alcancé el árbol y, con la misma hacha que había usado mi amigo para cortar el árbol, corté dos rodajas del tronco. Las uní con el tronco de un árbol más fino. Subí a la colina y lancé el prototipo: bajó girando, igual que había hecho el árbol.
Cuando volví al grupo principal mostré mi invento y se generó un gran entusiasmo. De inmediato salió mucha gente a hacer lo mismo. Algunos hicieron aparatos con cuatro ruedas que resultaron muy prácticos para arrastrarlos con los caballos. Así empezaron los vehículos, que desde entonces se hacen cada vez más grandes y más rápidos. Mucha gente se dedica a experimentar con mi invento. Hacen vehículos con ruedas grandes, chicas, anchas, angostas y de diferentes materiales. Han encontrado aplicaciones que nunca pensé que podía tener la rueda. Es muy satisfactorio saber que inventé algo tan útil para todos.
Desde que inventé la rueda, dejé a los demás el desarrollo posterior del concepto. Muchas veces me vienen a pedir opinión porque soy una figura de autoridad para todos los que admiran la rueda. Yo le doy los datos que quieran sin problemas. Sin embargo, estoy envejeciendo. En algún momento no voy a estar en condiciones de contarles la historia de cómo inventé la rueda ni proporcionar los datos que los demás me piden. Debería haber alguna forma de conservar estos datos, que queden guardados en un lugar y alguien, años después, los pueda consultar. No sé, capaz que estoy delirando, pero me parece que se puede hacer algo.

En el cielo

El dibujo del paciente Julian Lennon desnuda implacablemente algunas características imperecederas de su personalidad.
Debe tenerse en cuenta que la temática del dibujo era libre. El resultado no fue impuesto por ninguna consigna restrictiva por parte del profesional. La escena que el paciente eligió hacer retrata, según él mismo, a una de sus compañeras, Lucy.
La figura que representa a Lucy presenta una variedad importante de colores, muchos más que los que suelen tener los seres humanos, incluso los de esa edad. Esto muestra una imaginación aplicada forzosamente sobre los demás. Julian no sólo ve a sus compañeros con colores que no tienen, sino que espera esos colores de ellos.
Del mismo modo, el cielo no está dibujado de color celeste. Es más bien de un tono amarillento, extraterrestre. Sumado a la excesiva luminosidad de la figura humana, exhibe una clara indicación de un problema perceptivo. El paciente no ve la realidad, sino lo que quiere ver.
Unos rayos misteriosos, de color rojo, acechan a la figura humana. Constituyen un peligro, el abismo que sólo Julian ve, y al que expone no a sí mismo sino a su compañera, la inocente Lucy. Ella, en tanto, no tiene los pies sobre la tierra. De hecho, no se ve suelo alguno. No ubicar los pies sobre la tierra es una clara muestra de que el autor del dibujo es un desquiciado.
Otro detalle importante es la presencia de diamantes en el cielo. De más está decir que el cielo verdadero no tiene diamantes, sino estrellas. Y sólo cuando es de noche. De día hay nubes, o no las hay. Julian presenta a Lucy en un cielo con diamantes, porque su visión de los demás es que tienen una codicia enorme. Probablemente tema que las personas de otras familias vayan tras la fortuna de la suya. Conviene que los padres dediquen tiempo a explicarle que eso no sucederá.
Se recomienda que Julian inicie inmediatamente sesiones de terapia, antes de que empiece la escuela primaria y ponga en peligro a los otros niños. De no ocurrir así, su psique corre peligro de llevar a cabo las insinuaciones que hoy se plasman en el dibujo. Y más allá de la fortuna familiar, es posible que el paciente nunca pueda estar en condiciones de acceder a un trabajo.

Esto no es un asalto

No hay motivos para asustarse. Todo va a salir bien. Mi objetivo no es otro que hacer una extracción. Quiero extraer dinero de mi cuenta, que tengo en este banco, y retirarlo en efectivo.
No estoy armado. No es necesario llamar al guardia, ni activar las alarmas silenciosas que pueden o no tener con algún botón oculto. No hace falta que abran la bóveda y retiren todo el dinero para dármelo a mí. Con sólo un poco de mi dinero alcanza.
Nadie va a salir lastimado. No es necesario correr ni hacer nada fuera de lo normal. Soy sólo un cliente que hizo la cola adecuada, y ahora que llegó mi turno quiero utilizar uno de sus servicios. No hay por qué entrar en pánico.
Ahora mismo, en otro papel, pasaré el número de cuenta y el monto. También mi identificación. Como pueden ver, soy quien digo ser.