Baños del subte

La ciudad se caracterizaba por una gran limpieza. Los baños del subte no eran la excepción. Todos estaban acostumbrados a encontrar instalaciones relucientes en los lugares donde iban, y por más que el transporte público no pudiera ser demasiado elegante, había una gran inversión en limpieza. Fue fácil obtener el título de la ciudad con mejores baños en su sistema de transporte público.
Sin embargo, pronto el sistema de transporte empezó a tener problemas para financiarse. Era difícil encontrar maneras de expandir los servicios, porque en esa ciudad eran conscientes de que inaugurar nuevas estaciones de subte implicaba un costo de operación permanente. Cada tanto había aumentos en la tarifa, que no llegaban a cubrir todos los costos.
Hasta que el intendente dio con la solución. La propuesta fue clausurar los baños del subte que eran orgullo de la ciudad. Pero el análisis económico era contundente: había tanto esmero en el mantenimiento de los baños que, con los mismos fondos, se podría pagar la operación de estaciones nuevas para cubrir un 25% más de la ciudad.
Lo que se implementó fue una contrapropuesta que permitía una expansión del 20% en lugar del 25%, pero contemplaba dejar un mantenimiento mínimo en los baños. Ya no sería política de la ciudad encerar los pisos diariamente, pero sí se planificó limpiar con detergente, una vez por semana, el baño de cada estación. Además, se implementó el programa “adopte un baño”, según el cual los ciudadanos que estuvieran interesados podían auspiciar la limpieza del baño de alguna estación para que se hiciera con el estándar anterior.
A pesar de la reducción de la limpieza, el hecho de que las demás ciudades no tenían baños limpios en los subtes, o directamente no poseían esas instalaciones, hizo que la ciudad no perdiera el codiciado título de tener los mejores baños en su sistema de transporte público. Los turistas que iban para mirar esa limpieza, aunque no eran muchos, continuaron llegando, y pudieron disfrutar, junto con los residentes, de una red ampliada.

Polvo de mochila

No sé si mi mochila viene del polvo. Seguramente viene de China, y no sé qué materiales usan para fabricarla. Pero sí sé que va hacia el polvo. Lo veo todos los días. Cuando saco cosas, salen cubiertas de polvo de mochila. El viaje en su interior deja huellas.
A veces, el polvo vuelve a la mochila. Nunca todo. El polvo es, por naturaleza, huidizo. Y por eso cada vez queda menos mochila. La pared que alguna vez fue robusta se va haciendo levemente más fina con cada partícula que escapa.
No sé cuánto tiempo queda hasta que la mochila deje de ser mochila. Es inexorable, tarde o temprano perderá sus propiedades de transporte de objetos, y tendré que comprar otra.
Como no sé en qué momento exacto ocurrirá eso, me encuentro que vigilo la espalda, a ver si sigo teniendo la mochila. Temo que algún día se desintegre por completo y todo lo que llevo caiga a la calle, dejándome sólo con la correa que sostiene su recuerdo.