Celos de autor

El autor tenía una imaginación activa. La volcaba en sus textos, que como resultado eran muy imaginativos. Los personajes realizaban todo tipo de acciones posibles, poco posibles y nada posibles. Ellos llevaban a la práctica lo que el autor se imaginaba.
Sin embargo, el autor tenía una vida monótona y aburrida. Su actividad más frecuente, luego de escribir, era leer. Lo más jugado que hacía era comer cada tanto algo picante. Los personajes, por su parte, eran mucho más activos que él.
El autor se dio cuenta de ese hecho y decidió que no podía ser. Quiso tener una vida más variada. No quería que sus personajes se divirtieran más que él. Entonces comenzó a hacer deportes extremos, experimentos sociales y otras actividades que antes no hubiera siquiera pensado en hacer.
Su vida se llenó de estímulos, que fueron aprovechados por su imaginación para expandirse, y como resultado los personajes fueron aún más activos. El autor estaba contento con los nuevos textos, pero no con su vida. Y sabía que era imposible solucionarlo, porque sus personajes hacían cosas que para un humano existente era imposible.
El autor deseó ser él también un personaje, el fruto de la imaginación de alguien, pero sabía que no lo era. Con el correr de los meses se aburrió de la vida renovada y volvió a sus rutinas habituales. Los personajes se beneficiaron de su experiencia, pero él les empezó a tener bronca.
Para vengarse, comenzó a escribir textos sin personajes. Las ideas imaginativas seguían estando, ya sin nadie que las protagonizara. Sin embargo, no podía eliminar a los personajes de los textos anteriores, que aún tenían vidas mucho más interesantes que la suya. También lo irritaba ser consciente de que, como autor, él conocía la razón de la existencia de esos personajes y no la suya.
Finalmente, decidió volver a usar personajes pero darles una vida más aburrida que la suya. Las ideas imaginativas quedaron en los textos, pero ya no eran los personajes los que las llevaban a cabo. Decidió también que los personajes tuvieran celos de las ideas que los rodeaban. A algunos les dio consciencia de que eran personajes y los hizo envidiar los platos picantes que el autor comía.
Siguió con ese plan destructivo hasta que se le ocurrió algo mejor. Decidió comenzar un diario de escritor. En él escribía aventuras imaginarias que lo tenían a él mismo como protagonista. Las presentaba como verdaderas. Él era el único que sabía que eran falsas. También sabía que un día iba a morir y, cuando sus diarios fueran leídos, se convertiría él también en un personaje, y podría concretar así sus fantasías.