El presentimiento de Pandora

Prometeo amaba profundamente a los hombres, quienes, a su vez, lo amaban a él. Tan fuerte era ese lazo que “el que presiente las cosas” robó para ellos el fuego hasta entonces sólo perteneciente a los hombres. Zeus, celoso y enojado, decidió castigarlo y mandó a Hefestos a crear la mujer más perfecta que jamás hubiera existido sobre la Tierra. Cada dios fue otorgándole un don: Atenea le dio sabiduría, Afrodita le dio belleza, Eros le dio amor. Así nació “la dueña de todos los regalos”, Pandora. Sin embargo, fue rechazada por Prometeo, que intuía que entre tantas cosas buenas, algo malo se traía entre manos.
Entonces Zeus recurrió al plan B, y le entregó a Pandora en concesión a Epimeteo, “el que presiente tarde”, hermano de Prometeo. Epimeteo no presintió nada y la aceptó gustoso. Pandora tenía instrucciones de entregar a Epimeteo la caja que llevaba en sus manos, pero la sabiduría que le había dado Atenea hizo que le pareciera prudente ocultarla.
Antes de que pudiera hacerlo, la caja llamó la atención de Epimeteo. Quiso saber qué había adentro. Epimeteo, sin presentir nada, quiso saber qué había en la caja y le pidió a Pandora que se la entregara. Pero ella no quería que él abriera la caja. Le decía que no sabía cuál era el contenido, y para Epimeteo el misterio era cada vez más tentador.
Epimeteo decidió entonces arrebatarle la caja a Pandora. Ella la retuvo con la fuerza que le había dado Ares y se produjo un forcejeo. Epimeteo estaba resuelto a abrir la caja, Pandora quería protegerlo de su curiosidad. Ninguno daba el brazo a torcer hasta que, en el medio del forcejeo, la caja se le zafó de las manos a Pandora, se cayó al suelo y se rompió, liberándose de ella todos los males del mundo.
Minutos después, Pandora barría los pedazos de la caja rota y le reprochaba su curiosidad. Epimeteo, mientras se lamentaba de que a partir de ahora tendría que soportar la inconformidad de su mujer, pensó “debí haberlo presentido”.