Medias finas

Se acercaba el verano, ya estaba haciendo más calor. Ese día decidí alterar la rotación habitual de las medias. Hurgué en el cajón y encontré unas que hacía mucho que no me ponía. Eran medias muy finas que con el uso se habían vuelto aún más finas. Justo lo que necesitaba para un día de calor.
Me puse las medias y los zapatos. Cuando empecé a caminar noté que los zapatos se iban de mis pies. Las medias no eran lo suficientemente anchas como para mantenerlos en el lugar. Pero no quería cambiarlas, eran muy refrescantes. Decidí vivir con ese pequeño problema.
Salí de casa. Tenía que ir al supermercado. En el camino tuve dificultad para controlar el escape de los zapatos. Me hubiera ajustado los cordones, pero eran mocasines. Llegó un momento en el que los zapatos lograron su cometido y se escaparon. Los seguí, pero al haberse liberado de mi peso iban mucho más rápido y los perdí de vista.
Llegué al supermercado. Antes que nada me compré un par nuevo, más ajustado. Hice todas las compras, la cola de la caja, los trámites del envío a domicilio, pagué y me fui. Tenía que ir al banco a pagar una factura. También, ya que estaba, pasé por el agente de mi celular para que me cambiaran el chip. Antes de volver a casa, como gracias a las medias finas no sentía calor en los pies, aproveché para comprar cartuchos para la impresora y cambié monedas para poder viajar en colectivo al día siguiente.
Cuando volví a casa, en el umbral estaban mis zapatos. Habían vuelto. Me dio alegría, porque suponía que no los iba a ver más. Así que los agarré con las manos y los entré.
Cuando los iba a dejar en el piso, noté que las suelas tenían restos de papel picado. Miré con más atención y encontré enganchado en la hebilla el talón de una entrada. La reconocí: era la entrada a la montaña rusa a la que me gustaba ir, aunque no podía hacerlo seguido. En ese momento me dí cuenta de que mis zapatos acababan de tener un día mucho más interesante que el mío.