A 20 años de la última gambeta

En pocos días se cumplirán dos décadas del último partido de uno de los más grandes jugadores que vio el planeta: Diego Maradona.

Nadie imaginaba aquel 2 de diciembre de 1990, que el triunfo del Napoli 2-1 frente a Torino, con un gol de Maradona, sería el último partido del astro. Se sabía, sí, que estaba atravesando tiempos difíciles, pero no que la presión fuera tanta que lo llevara a decidir el retiro así como así, sin siquiera anunciarlo previamente.

Maradona no quería más. A pesar de que con treinta años le sobraba talento para brillar en el fútbol más exitoso del mundo, ya no tenía ganas de participar de todo el circo de alrededor. No estaba harto del fútbol, estaba harto de la industria del fútbol. De los entrenamientos, las negociaciones, los viajes, las dirigencias, los periodistas, la adoración desmedida de los hinchas que invadía su privacidad a niveles que nadie que no lo vivió puede entender.

Ya desde hacía tiempo venía expresando su hartazgo. Un par de años antes, se había mostrado interesado en una oferta del Olympique de Marsella que le hubiera dado la posibilidad de jugar en un ambiente más tranquilo y menos eficiente. Pero el Napoli no quiso venderlo. Tiempo después, se mencionó la posibilidad de pasar a un equipo italiano más chico, con menos pretensiones, como el Bologna. Pero para entonces Maradona ya había tomado la decisión: se iba de Italia, y se iba del fútbol.

Ni siquiera una oferta de Boca a principios de 1991 lo persuadió de volver. La verdad era que tampoco podía: el Napoli tenía contrato con él por un par de años más y la única salida era el retiro. Si un equipo quería contar con sus servicios primero debía comprarlo a los italianos. Pero Maradona les dijo que no se molestaran. Pensaba tomarse esos años como sabáticos, para reflexionar, para estar con sus seres queridos, y en todo caso volver fresco en 1993.

Nunca ocurrió. Maradona hizo todo lo posible para ser olvidado. Salió de la luz pública, dejó de hacer declaraciones y rechazó todas la ofertas de actividades que implicaban mostrarse ante cámaras. Ni siquiera tuvo un partido homenaje, como se estilaba entonces con las estrellas que se retiraban. No, Maradona se fue del fútbol y cortó toda relación con esa industria.

¿A qué se dedicó desde entonces? No se sabe muy bien. Se habla de que se dedicó a invertir en gastronomía, inmobiliarias, incluso en ropa deportiva. Pero no se sabe a ciencia cierta. Lo que se sabe es que, por lo menos para lo que respecta a la prensa, se volvió un recluso. Se negó a contestar reportajes, y dejó esperando a muchos periodistas de todas partes del mundo que acamparon frente a su casa para ver si podían ser recibidos. La actitud recordaba a Obdulio Varela, otro grande que durante décadas hizo lo mismo.

Ante la falta de exposición pública, los hinchas podrían haberlo olvidado rápidamente. Pero su estrella era tan grande que no era fácil. A pesar de que no jugaba en Argentina desde 1981, los dos Mundiales en los que llevó a la Selección a sendas finales, ganando una, eran muy apreciados por todos.

Cuando se acercaba el Mundial de 1994, se hablaba de la posibilidad de que regresara, por lo menos a la Selección. Desde la dirigencia de la AFA se le ofreció jugar como amateur, con una cantidad de privilegios que los otros jugadores no recibían: entrenar en forma particular, elegir el número de la camiseta, no participar de las conferencias de prensa, vetar integrantes del cuerpo técnico y también del plantel mundialista. Pero no aceptó. Dejó claro que no sólo no estaba interesado en esa clase de privilegios, sino que el Maradona jugador había terminado.

La negativa no impidió a la AFA volver a tentarlo tras ese Mundial para ser el nuevo DT de la Selección. Pero Maradona se negó, aduciendo que no estaba preparado para el cargo ni tenía ganas de sostener semejante responsabilidad. En una de sus últimas apariciones públicas, desde la ventanilla de su auto deseó suerte a quien fuera a tomar el puesto, mientras forcejeaba con los camarógrafos para poder entrar a la cochera de su quinta de Moreno.

Ha trascendido que rechazó toda clase de cargos públicos, honores que implicaban fotos con presidentes, programas de televisión, campañas solidarias, etc. Era bastante claro el mensaje de que quería que lo dejaran en paz, pero la fuerza de su imagen era tal que, aún años después de su retiro de la vida pública, la demanda de Maradona seguía siendo enorme.

En los medios, entonces, se limitaban a especular con lo que podría haber pasado. ¿Cuántas maravillas futbolísticas podría haber regalado Maradona de haber seguido jugando? Dada su calidad, muchos sostenían que podía haber jugado diez años más, tal vez hasta el Mundial 2002. Nunca nadie sabrá qué se perdió con el temprano retiro, cuánta magia el mundo del fútbol dejó de tener cuando su peso hizo salir espantado a una de la estrellas más grandes de todos los tiempos.

Sólo Maradona sabe qué ganó con su retiro. Seguramente una vida mejor, más pacífica, más relajada. Desde aquí se le desea que sea feliz en cualquier actividad que esté desarrollando, y se recuerda su paso por las canchas con enorme admiración.

¡Tricampeones!

Ningún campeón del mundo tuvo que enfrentar condiciones más adversas que el seleccionado argentino de 1990. Pero el equipo, gracias a su mística, logró sobreponerse y consiguió la hazaña.

El equipo de Bilardo venía de conseguir el título cuatro años antes, y existían pocos antecedentes de campeones que repitieron en el torneo siguiente. Sólo Italia en la preguerra y Brasil con Pelé y Garrincha lo habían logrado. En general el último poseedor de la Copa no quedaba ni cerca. Cambiar esa racha era el primer desafío.

El técnico sabía que su condición de campeón del mundo, además de tener en el plantel al mejor jugador del planeta, convertía al equipo en favorito. Pero ningún conocedor del fútbol ignora que los favoritos no ganan el Mundial, por lo tanto Bilardo decidió urdir un plan para bajar el perfil de la selección. El plan constaba de tres etapas:

1) Jugar sistemáticamente mal durante los cuatro años que separaban un Mundial del otro, para ayudar a destruir la reputación. También se cuidó de ganar torneos, ni siquiera una Copa América de local. Esta etapa del plan se cumplió a la perfección, cuidando cada detalle, como es habitual en un grupo de Bilardo.

2) Llevar un plantel limitado, dejando afuera a varios jugadores en condiciones de ir al torneo (como Ramón Díaz, estrella en el Inter de Italia), e incluyendo a jugadores de la talla de Pedro Monzón, Néstor Lorenzo y Gabriel Calderón, autor de un gol en toda su carrera con el seleccionado. Quedaban Diego Maradona y Claudio Caniggia como variantes principales de calidad, para dar la sorpresa. El resto del equipo se concentraba en la mística ganadora, componente esencial de todo campeón del mundo.

3) Perder el partido inaugural. Como se sabía que, a pesar de lo anterior, muchos iban a dar como favorito al equipo, nada mejor que una derrota con el mundo mirando para sembrar todas las dudas posibles. Bilardo pidió al arquero Pumpido que dejara entrar alguna pelota y, para aumentar las chances de perder, dejó a Caniggia fuera de la formación inicial.

Una vez cumplidas las tres etapas, fue el tiempo de clasificar para la siguiente ronda. En el grupo clasificaban hasta tres equipos, por lo que era difícil quedar afuera. En el segundo partido, ante la Unión Soviética, hubo un percance no previsto. Pumpido se fracturó y debió ser reemplazado por Goycochea, que estaba en el plantel por obra y gracia del punto 2 del plan de desprestigio. El equipo, esta vez con Caniggia de titular, logró controlar el partido y se llevó una inconspicua victoria por 2-0, que dejaba grandes chances de clasificación sin dar una imagen de candidato.

Para reforzar esa ausencia de imagen, cuando el equipo estaba en ventaja en el tercer partido contra Rumania, con la posibilidad de ganar el grupo, se eligió no buscar más goles, y conformarse con un empate que clasificaba a Argentina en la tercera colocación, para jugar contra el primero de alguna otra zona, que de esta manera sería el favorito en los papeles.

El fixture determinó que ese favorito fuera Brasil. Pero había un problema. La estrategia de desprestigio implicaba un equipo limitado, era difícil que le ganara a una selección tan hambrienta como la brasileña. Por lo tanto, se pergeñó una nueva estrategia para el resto del Mundial: jugar para empatar y apostar todo a los penales. Entre partido y partido se entrenó al arquero suplente y se consiguieron videos de los pateadores de cada rival, de modo que los detalles de la definición, que son menos que las variables de un partido, estuvieran bajo control.

Sin embargo, en el partido con Brasil no fue así. A pesar de que se dio la esperada superioridad verdeamarela, se produjo en el segundo tiempo una genial combinación entre Maradona y Caniggia, que determinó el triunfo por 1-0 del seleccionado argentino. Bilardo estaba contento, a pesar de que no se había dado su plan, porque se llegaba a cuartos de final con menos gasto energético que el esperado. Además, en la jugada del gol sólo habían cruzado la mitad de la cancha Maradona y Caniggia, por lo tanto no se había puesto en riesgo el orden defensivo.

Yugoslavia fue el rival en la siguiente fase, y en este caso el plan se cumplió con creces. No sólo se llegó a los penales, sino que Maradona erró uno, lo cual dio mucho que hablar a los medios, que al hacerlo se ocuparon menos de la actuación del equipo. Goycochea logró parar dos tiros rivales y catapultó así al equipo a la semifinal.

En esa instancia tocó el rival más apropiado para ir de punto: el local Italia, con todas las ganas de ser campeón nuevamente en su tierra. El equipo de la península nunca se destacó por el juego ofensivo, por lo que el plan antes del partido era un 0-0 clavado que se definiría en los penales. Sin embargo, poco después de arrancar se produjo un inesperado gol italiano que obligaba a Argentina a ir a buscar el empate si quería llegar a los penales, y a través de ellos a la final.

Ante la necesidad, se jugó el mejor partido de todo el campeonato, Bilardo sacó a Calderón para incluir a Troglio y el equipo logró el empate a través de Caniggia, el goleador argentino en la segunda fase del Mundial. En el alargue entró Batista para aguantar el resultado y nuevamente se llegó a los penales. Esta vez las responsabilidades eran mayores y Maradona no falló. De hecho, Argentina convirtió los cuatro que ejecutó. Donadoni y Serena vieron sus remates contenidos por Goycochea, que puso así a la selección en la final del Mundial por segunda vez consecutiva y por tercera en cuatro Mundiales.

El último rival era Alemania, el mismo de la final del ’86, que había mostrado mejor fútbol durante el torneo y llegaba como claro favorito. Por las dudas, Bilardo había tomado la precaución de hacer amonestar a varios jugadores argentinos, de modo que no pudieran jugar la final, incluyendo a Olarticoechea y Caniggia (esa instrucción del técnico explica la mano infantil que le valió la tarjeta amarilla al blondo delantero). Dado que el rival era el mismo que en el ’86 y se corría el riesgo de que existieran incómodos paralelismos, era preciso más que nunca ir de punto. Por eso, Argentina formó con Goycochea; Lorenzo; Sensini, Serrizuela, Ruggeri, Simón; Basualdo, Burruchaga, Maradona, Troglio y Dezotti, y se dedicó a esperar los penales desde el primer minuto.

El partido se transformó así en la final más fea de la historia, pero al que gana no le importan estos detalles. El fútbol no es arte, el que quiere ver belleza tiene grandes museos en Italia. Lo que vale es quién se lleva la Copa, y el método argentino estaba dando resultado. El partido era un hermoso 0-0 hasta que sucedió algo inesperado. Faltando cinco minutos, el árbitro Eduardo Condesal cobró penal para Alemania.

La situación era tensa. Si el penal llegaba a ser gol, el equipo argentino no estaba capacitado para empatarlo en tan poco tiempo. Y el ejecutante habitual, Lothar Matthäus, era talentoso. Pero, sorprendentemente, el que se paró frente a la pelota fue Brehme. El respeto que inspiraba la selección campeona del mundo, aún haciendo todo lo posible para reducirlo, había achicado al capitán de Alemania.

Pero todo quedó en la anécdota. Goycochea intuyó que Brehme patearía a su derecha, porque alguien con la posibilidad del campeonato del mundo en sus pies era difícil que no hiciera la lógica. Y, además, el alemán había pateado igual su tiro en la definición de la semifinal contra Inglaterra. Así que apenas el pie del 8 alemán se separó de la pelota, el arquero voló hacia el palo correcto y la tiró al córner. Se había evitado lo peor.

El partido continuó, y en el suplementario no se produjo ninguna situación extraña. La de 1990 fue la primera final que se definió por penales (tiempo antes, se hubiera jugado de nuevo el partido, pero la FIFA ya había archivado esa previsión). Illgner y Goycochea se prepararon para ser héroes. Ni alemanes ni argentinos habían perdido nunca una definición desde los 12 pasos, y ninguno quería que ésa fuera la primera vez. Argentina, además, pretendía ganar la tercera definición consecutiva.

Arrancó pateando Argentina con Serrizuela. Kohler empató. Troglio convirtió el suyo, luego Matthäus hizo lo mismo. De repente, alarma: José Basualdo pegó su disparo en el palo, y para colmo Brehme se desquitó y puso el 3-2. Maradona, Hassler y Calderón convirtieron. Quedaba el último penal, en el que si Klinsmann concretaba daría a su equipo la Copa del Mundo. Pero Goycochea volvió a ser héroe y desvió el remate. Comenzaban las series de uno. Lorenzo picó su remate pero lo convirtió, provocando la célebre reacción de Bilardo desde el banco de suplentes. Völler estaba obligado a empatar. Se paró frente a la pelota, tomó carrera y apuntó al centro del arco. Goycochea se tiró a su izquierda, pero alcanzó a sacarla con la rodilla y el Mundial se terminó. ¡Argentina campeón del mundo!

De más está decir que en el país se produjo un festejo desaforado, multitudinario, que duró varias semanas. Bilardo eligió retirarse de la selección con toda la gloria. Goycochea recibió la gratitud eterna del pueblo argentino, que todavía lo considera uno de los ídolos más grandes de la historia del fútbol nacional. El Mundial se ganó con dos triunfos, cuatro empates y una derrota. A la selección le alcanzó con cinco goles a favor y tres en contra para obtener su tercer y, hasta ahora, último campeonato Mundial.

Sólo entonces el equipo pudo pasar a la Historia. De otro modo, no se estaría hablando hoy de los héroes del ’90 porque, como repite frecuentemente Bilardo, “del segundo no se acuerda nadie”.