Doctor Peligro

Alfredo era un médico de 45 años. Su vida era rutinaria. Día tras día recibía a los pacientes, los revisaba, les recetaba lo que necesitaran y hacía pasar al siguiente. Desde la mañana a la tarde lo mismo. Encima, en su pueblo no había muchas enfermedades extrañas. Siempre le venían con trastornos similares, fácilmente curables. Por un lado era bueno, porque los pacientes vivían y podían seguir yendo, pero el doctor Alfredo extrañaba el vértigo.
Decidió que debía hacer algo para incorporar el peligro a su vida. Pensó en tirarse en paracaídas, pero cuando fue a averiguar vio que había una cola de una cuadra llena de médicos de 45 años, y pensó que era muy predecible. Además, sabía que eran pocas las chances de estrellarse. Quería algo más arriesgado.
Pensó en subirse a un tren de carga en movimiento y salir de aventura unos días por el país. Tuvo muchas ganas. Compró una lata de frijoles y se fue al descampado que estaba al lado de la estación a esperar la llegada de un tren. Pero no apareció ninguno. Por esa vía ya no circulaban trenes de carga, y los de pasajeros tenían gente colgando, era imposible saltar hacia ellos. Se le ocurrió ir a la ruta a subir a los camiones, pero lo descartó porque si bien quería peligro, no estaba loco.
Cuando volvía a su casa, se le ocurrió una idea más arriesgada. Siempre había querido asaltar un banco. No tenía necesidad, sin embargo pensaba que lo podía hacer. Era algo para contar a sus nietos. Cualquier cosa, podía devolver la plata. Él lo que quería era la aventura.
Planificó entonces el golpe. Decidió hacerlo en silencio. Preparó una nota, en un papel donde no se viera su nombre, para entregar al cajero. La nota decía “esto es un asalto, entrégueme el dinero y todos saldrán vivos”. Con esta redacción, Alfredo pensó que podría sostener que no amenazó a nadie, además no iba a estar armado.
Sólo iba a estar oculto. Tomó unas gasas y se cubrió la cara con ellas. Entró así al banco y esperó turno para la caja. Cuando lo atendieron, le pasó al cajero el papel. Pero el cajero no entendió la letra. Estuvo un rato tratando de descifrar la nota, incluso llamó a algunos compañeros. Nadie logró saber qué quería decir, y Alfredo no les decía.
Alfredo empezaba a ponerse nervioso. No pensaba estar tanto tiempo asaltando el banco. Para colmo, en un momento vio la puerta y vio entrar al farmacéutico. Ahí se asustó, y empezó a exigir que le devolvieran la nota. Los cajeros, que tenían otras cosas que hacer, se la dieron. Entonces Alfredo se fue, presuroso.
Desde entonces, vivió con el miedo de que lo descubrieran y lo fueran a detener por intentar asaltar el banco. El peligro en realidad no existía, porque nunca nadie se enteró de que lo había hecho. Pero ese miedo le proporcionó el vértigo que necesitaba. El doctor Alfredo pudo así satisfacer su sed de peligro.