Camino de hormiga

Estaba esperando el colectivo. Era una actividad que me obligaba a estar parado más o menos en el mismo lugar hasta que llegara. Mientras tanto, ocupaba el tiempo en mirar a mi alrededor. Lo hacía preferentemente en la dirección desde la que el colectivo iba a venir, pero no me privaba de mirar hacia los otros costados.
Era de noche. Pasaban pocos autos. No había mucha gente en la vereda. Estaba básicamente solo. El paisaje de persianas cerradas no era especialmente inspirador. El único movimiento eran las luces que cambiaban en los semáforos, y algunos bichos que revoloteaban alrededor del alumbrado público.
De pronto, sentí una voz muy fina que dijo “ey, mirame”. Busqué a mi alrededor, a ver quién era. Pero no había nadie. Pensé que podía ser mi imaginación. Pero en seguida ocurrió otra vez: “acá abajo”. Miré a mis pies, y vi que había una fila de hormigas. Una de ellas me estaba mirando y, además de llevar una hoja sobre su espalda, me estaba señalando con una de sus patitas delanteras.
Entonces le contesté. “¿Qué pasa?” “Estás interrumpiendo el paso”. Vi entonces que el camino de las hormigas iba en línea recta, salvo cuando esquivaba mi pie derecho. Pero no podía moverme, estaba en la parada. “Estoy esperando el colectivo”, le dije.
“No sé qué es eso”, contestó la hormiga. “¿No podés correrte un poco? Acá tenemos que hacer un desvío larguísimo por tu culpa. Si era a la ida no te decía nada, pero estamos cargando con estas hojas pesadas”. “Pero tendría que pisar donde están pasando”. “Esperá, que te despejo el área. Cuando terminan de pasar, pisá”.
Esperé, entonces. Pero iban despacio. Aproveché para pedirle disculpas por si había matado a algunas hormigas en mi pisada inicial. “No te hagas problemas, tenemos de sobra”. Miré atentamente para saber cuándo podía pisar la colectora, mientras no dejaba de fijarme si venía el colectivo. “Yo te aviso”, dijo la hormiga.
Unos momentos después, gritó “ta”. Moví entonces mi pie. “Decime si lo voy apoyando bien”. Una sombra cubrió a las primeras hormigas de la fila. “Más allá, más allá”, exclamó mientras movía repetidamente las patas delanteras y las antenas para indicarme adónde se refería. “¿Acá?” “Ahí”.
Cuando apoyé el pie, al mismo tiempo que la hormiga me decía “gracias”, apareció el colectivo. Lo paré, me despedí de ella y me subí. Ambos estuvimos prestos a seguir nuestros caminos respectivos. Pero el colectivo no tuvo en cuenta a las hormigas. Arrancó a toda velocidad, y al hacerlo salpicó a las hormigas con el agua podrida del cordón de la vereda. No pude ver lo que pasó, pero desde arriba de la unidad me pareció oír una voz finita que decía “la puta que te parió”.