Escribo siempre la misma frase

Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Escribo siempre la misma frase.
Después de un rato de escribir la misma frase, tengo un bloque de texto con espacios que forman columnas huecas. Las eles minúsculas forman pilares que unen todo lo posible cada renglón. Si escribo suficiente, la primera instancia de la misma frase desaparecerá. Nunca volverá a verse. Es reemplazada por una exactamente igual, que tiene abajo otra igual a la que tenía abajo la primera, que es la misma que está primera ahora. Las frases son partículas intercambiables. La ausencia de la primera no se nota. No vuelve más abajo. Las frases nuevas, aunque son iguales, cargan con todo el peso de las frases anteriores, también iguales. No es lo mismo leer las primeras catorce instancias que leer de la segunda a la decimoquinta. Parece lo mismo, y la experiencia que uno tiene es exactamente igual, pero estamos dejando afuera, sabiéndolo o no, a la primera de todos. La que no era igual a ninguna anterior, y que después se vio repetida. Pero después, de tanto ser repetida, pasó a ser una más. Nada la diferencia de las que la sucedieron. Es como la primera gota de un vaso de agua. Después se mezcla entre el agua que forma el vaso. Y si uno la saca, el vaso sigue estando exactamente igual. Nadie se da cuenta de que le falta una gota, ni de cuál gota es la que le falta. La gota se queda afuera, ya no es pionera, es sólo una gota que está ahí, manchando el mantel. Hay que pasar un trapo para que se la lleve, mientras el resto del vaso sigue ahí, radiante, mientras no le saquen suficientes gotas como para dejar de ser un vaso de agua y pasar a ser sólo un vaso.