Matar a Bruce Willis

Nadie ignoraba que la misión de matar a Bruce Willis iba a ser muy difícil de llevar a cabo. Por eso se planificó en detalle. Las brigadas se iban a dividir, no iban a ir todos los individuos juntos, proporcionando una vía de escape. Del mismo modo, el ataque sería no secuencial, sino simultáneo. No iban a atacarlo uno por uno, porque ese método le permitiría prestar atención y lidiar con cada uno a su tiempo.
No se librarían al azar las armas. Sólo las más potentes armas automáticas serían usadas. También se preparó una provisión de dardos veterinarios, bajo el concepto de que, si la misión se dificultaba, se podría intentar dormir a Willis y matarlo en ese estado.
Sin embargo, Bruce Willis exhibió una resistencia inusitada. Con una agilidad que no era común para un hombre de su edad, se las arregló para no sólo anticipar, sino eludir la primera oleada. Su gran sentido del espacio y oportunismo para usar los elementos de su casa como herramientas llevó al fracaso a la primera brigada. Los soldados se mataron entre sí, mientras Bruce Willis esquivaba las balas con espléndidos saltos y rápidos reflejos.
Las autoridades enviaron entonces a la segunda brigada. Contaba con armás más complejas, que ya no dependían de la falibilidad humana. Pero dependían de la falibilidad de las máquinas, y ese punto débil fue todo lo que necesitó Bruce Willis para repeler el ataque.
Las autoridades se exasperaron. Ahora Bruce Willis estaría más atento, sería aún más difícil liquidarlo. Pero no se dieron por vencidos. Rápidamente, enviaron al escuadrón de reserva. Se trataba de doce hombres con ametralladoras, cada una de las cuales tenía un cartucho de un millón de balas. Se había decidido apelar a la fuerza bruta. Con sólo unas pocas balas se podía acabar con la vida de Bruce Willis, el asunto era que le dieran.
Sin embargo, a pesar de que semejante arsenal era imposible que fallara completamente y varias balas dieron en el blanco, no consiguieron matarlo. Resultó que, aunque ni él ni las autoridades se habían enterados, Bruce Willis hacía varios años que ya estaba muerto.

El método de la sortija

Felipe manejaba una calesita. Vendía los boletos, subía a los chicos y la ponía en marcha. Lo que más le gustaba era, durante las vueltas, pararse fuera del contorno giratorio y tentar a los que pasaban con la sortija, y la promesa de una vuelta gratis para quienes pudieran capturarla.
Durante los años que llevaba a cargo de la calesita, había desarrollado una técnica para el manejo de la sortija. El objetivo era que hacerse de ella fuera difícil pero no imposible. Con cierto esfuerzo, cualquier chico la podía agarrar, pero debía dedicarse y hacer méritos para conseguirla. Cuando la obtuviera, además de la vuelta gratis, se quedaría con la satisfacción del logro, y el aprendizaje de que hay que luchar por las cosas que valen la pena.
Entonces, Felipe se paraba al costado de la calesita y acercaba la sortija a las manos de los ávidos niños que iban llegando a su posición. La retiraba con delicadeza en el momento en el que la mano estuviera en condiciones de alcanzarla. La mano de Felipe daba vueltas, con distintos recorridos como para que nadie pudiera predecir el siguiente movimiento. Todo duraba un par de segundos, hasta que el chico pasaba de largo o, excepcionalmente, conseguía la sortija.
Un día, la plaza donde funcionaba la calesita levantó la concesión. Felipe no se desanimó. Resolvió convertirla en calesita ambulante, y vagar por la ciudad ofreciendo diversión giratoria a todos los niños. Entonces consiguió un camión y la montó en la parte de atrás. Luego empezó a llevarla los domingos a los distintos barrios.
Sin embargo, no tuvo mucho éxito. Pocos chicos concurrían a la calesita móvil. Era fácil saber por qué. En la plaza, todos sabían que estaba. Sin embargo, al volverse ambulante, sólo los que pasaban y la veían estaban en condiciones de subirse.
Era un problema que se podía arreglar con una campaña publicitaria. Felipe mandó a imprimir volantes, con la idea de pasar durante la semana por plazas, jardines de infantes y otros lugares donde hubiera muchos chicos para hacerles saber que ese domingo tendrían calesita.
Sin embargo, repartir los volantes le resultó muy difícil. Estar acostumbrado a la sortija hacía que amagara con entregar cada volante y luego se lo quitara de la mano a quien lo iba a recibir. Pero, al contrario de lo que ocurría con la sortija, nadie hacía ningún esfuerzo por arrancarle el volante.
La calesita de Felipe corría peligro. Así que cambió de estrategia. En lugar de repartir volantes, decidió ir directamente con la calesita a las cercanías de las plazas y repartir los volantes ahí. La respuesta fue enorme. Los chicos, ansiosos por saber cuándo y dónde podrían subirse a la calesita, hacían grandes esfuerzos para obtener los volantes. Una vez que conseguían uno, valoraban tanto lo obtenido que presionaban mucho a sus padres para que los llevaran el día que la calesita funcionaba. Entonces Felipe tuvo todos los domingos la calesita colmada de chicos con mucho entusiasmo por girar.

Usted es de los buenos

Enhorabuena. Como se desprende del hecho de que está leyendo, usted lee. Es momento de felicitarlo. Toda persona respetable debe leer, y usted lo hace.
Tal vez usted no sepa que existe mucha gente que nunca lee en su vida. Gente que desperdicia su alfabetización cuando la actividad más parecida a leer que practica es mirar carteles publicitarios. Por suerte usted no es de ésos. Usted lee, por lo tanto, si no es una persona ilustrada y culta, va camino a serlo. Albricias.
Usted es superior, porque lee. Siéntase bien. Y lee libros, no como otros que se creen muy superiores porque leen revistas o diarios. Eso no es leer. Eso es consumir. En cambio, los libros no son objetos de consumo, son santuarios de la cultura y el saber. Salvo los best sellers, claro, que son revistas disfrazadas. Pero usted nunca los leería.
No. Lo que lee usted es literatura. Por ahí no siempre de la buena, porque no sólo usted no es perfecto (aunque el hecho de que lee muestra que no es arrogante y quiere ser aún mejor), sino que no se sabe antes de leer algo si es bueno o no. Y además, leer algo malo cada tanto le permite discernir, darse cuenta de que no todo es bueno.
Por eso la literatura designó a este texto para felicitarlo. Estas líneas están dedicadas a usted, y son lo menos que merece. Sería bueno hacerle un homenaje con toda la pompa, pero es muy difícil, porque la literatura no da mucho dinero como para andar haciendo esas cosas. Los que podrían hacerlo son los que publican diarios, revistas y best sellers, que tienen muchos más “lectores”, y de hecho a veces retribuyen a quienes consumen sus productos con premios de diversa índole.
Sin embargo, como es justamente el hecho de que usted no se rebaja a la cultura masiva lo que amerita nuestro homenaje, debemos contentarnos con hacerle saber que está en un círculo privilegiado. Son pocas las personas como usted, que valoran tanto la literatura que hasta la leen. Hay mucha gente que piensa que debería leer, pero no lee nada. Son personas que pertenecen al grupo mayoritario porque ahí no corren riesgos ni tienen dificultades, y tienen lucidez para darse cuenta de lo que hacen, pero no el suficiente coraje como para dejar de hacerlo.
Usted tal vez se codea con gente que tiene las mismas prácticas culturales que usted, y por eso no le parece nada extraordinario. Pero no es así. Lo suyo es meritorio. Ésta es una de las verdades que le acerca la literatura, gracias a que usted lee. Y así como usted sabe que leer lo convierte en una persona mejor, en esta oportunidad tenemos el placer de confirmárselo directamente.
Felicitaciones.

Historia de un iceberg

Hacía frío. Hacía tanto frío que parte del mar se solidificó. Así se formó un iceberg que comenzó a navegar las aguas del Ártico. Como no tenía un recorrido prefijado, deambulaba por distintas partes del océano, y según dónde estaba iba variando su tamaño. Mientras más al norte, más grande se hacía.
Pero cuando se acercaba al norte corría el riesgo de integrarse a la capa polar ártica. El iceberg no quería perder su identidad. Aún se sentía parte del mar. De hecho, estaba casi totalmente sumergido y lo que se veía desde la superficie era sólo la punta.
Un día apareció un barco en la cercanía. Los tripulantes del barco, al ver al iceberg, se alarmaron y viraron la nave. Lograron alejarse, aliviados, pero el iceberg sintió que era rechazado. El único objeto que lo había visto no quería saber nada con él.
Con el correr de los días y las noches, varios barcos tuvieron la misma actitud que el primero. El iceberg hacía esfuerzos para acercarse y mostrarse amistoso. Pulió en su superficie espléndidos toboganes para que la tripulación de los barcos pudiera divertirse. Pero no daba resultado, los barcos seguían escapando.
El iceberg se entristeció tanto que, cuando llegó el verano, no migró hacia el norte para mantener su masa sólida, sino que se dejó desintegrar de a poco. Un gran porcentaje del hielo que lo componía volvió al mar, aunque la punta que sobresalía se mantenía igual.
Estaba en ese estado cuando un barco se le acercó más que cualquier otro. Cuando lo vio de cerca, el iceberg se emocionó. Por fin era aceptado. Fue decidido hacia su encuentro.
El iceberg y el barco se juntaron violentamente. El golpe produjo un agujero en el casco, y el barco se empezó a hundir. El iceberg, en tanto, desapareció de la vista. Ingresó al barco por el agujero y se hundió con él.
Muchos años después, los restos ya líquidos del iceberg, y los del barco que se animó a acercarse, descansan juntos en el fondo del mar.

Gotas

La canilla del baño empezó a gotear. Por más que la cerrara, siempre dejaba paso a una sucesión continua de gotas que no sólo desperdiciaban agua, sino que hacían ruido. Coloqué un vaso debajo de la canilla, y comprobé que se llenaba en muy poco tiempo. Así pude darme cuenta de la magnitud del desperdicio.
Entonces decidí cerrar la llave de paso y abrirla sólo cuando realmente necesitara la canilla. Era una decisión un poco molesta, pero valía la pena. Todo funcionó bien durante unos días, hasta que la llave de paso empezó a gotear.
Fue entonces cuando decidí llamar a un plomero. El profesional constató que el problema no estaba específicamente en la cañería del baño, sino en alguna otra parte. Tomaría un tiempo descubrir dónde, y para hacerlo necesitaba cortar el suministro de agua de la calle.
Cuando cortamos el agua, el caño que la traía a mi casa empezó a gotear en la calle. Goteaba tanto que pronto la calle se inundó. Entonces se involucró la empresa proveedora del servicio de agua, que empezó a revisar la cañería sin encontrar el problema. Por las dudas decidieron no restituir mi servicio, por si resultaba peor.
En la empresa llamaron a consultores internacionales para determinar cuál era el problema. Se decidió hacer una inspección a fondo de las cañerías del barrio. Para hacerlo era necesario cortar el agua a todo el barrio, y cuando se efectivizó esta medida el resto de la ciudad empezó a tener problemas de inundación.
En ese momento intervino el intendente, quien pidió a la empresa que solucionara el problema de inmediato, y la autorizó a cortar el agua de toda la ciudad si era necesario. Se estableció un plan para conservar el agua que venía goteando, que incluía el reciclaje de la que goteaban los equipos de aire acondicionado. Una vez en marcha el plan, se procedió a cortar el agua de la ciudad.
En ese momento comenzó a llover.

Alegría por dentro

Aunque no se note, en mi interior estoy lleno de alegría. Debo mantenerla bajo control, porque no quiero que se me escape. Hay que conservarla. Cada vez que consigo algo de alegría, la almaceno en mi profundo interior, así me queda para mí.
Mi apariencia de estar siempre enojado se debe al esfuerzo por mantener el nivel de alegría interna constante. Por eso ando habitualmente con esa cara de pocos amigos que me caracteriza. No es tanto una expresión de falta de alegría, sino de su presencia lejos de la superficie.
Por supuesto que cada tanto se me escapa algo de alegría. Es inevitable. Lo que trato de hacer es reparar rápidamente cualquier pérdida, para no tener que rellenarme de repente. Tengo que moderar también la ingesta de alegría, porque tampoco quiero que rebalse.
Un episodio así sería problemático, un enorme desperdicio de alegría que, bien usada, podría alegrarme la existencia durante bastante tiempo. De hecho, como viene ocurriendo desde que se me ocurrió acumular la alegría.
Así es más fácil vivir. Si uno está todo el tiempo mostrando su alegría a los demás, incluso intercambiándola con los otros, corre el riesgo de que venga gente a robársela. En cambio, cuando nadie se entera de que uno tiene alegría, van a buscarla a otro lado. De esta manera, además, no hay que cumplir expectativas que alguien se puede hacer.
Por eso no hace falta que vengan a calmarme, consolarme o ponerme música. Yo llevo mi alegría adentro.

Cuerpo diplomático

El gobierno de San Marino, cansado de tener como principal socio a Italia, decidió expandir sus horizontes y entablar relaciones con todos los países del mundo. Para eso necesitó establecer embajadas en cada capital, de modo de poder defender sus intereses y difundir la cultura de San Marino.
Se destinó un gran esfuerzo nacional para construir el cuerpo diplomático. Hubo que entrenar a los embajadores y al personal de cada embajada. A medida que los estudiantes de relaciones internacionales se iban recibiendo, iban inaugurándose las embajadas. No pudieron abrirse todas juntas por falta de personal.
Como la población de San Marino no era mucha, un porcentaje muy importante fue destinado a las embajadas. Cuando lograron abrirse todas, sólo quedaba en el país un puñado de la población inicial, que se encargaba de coordinar la política exterior del país.
Los italianos, al ver que casi no quedaba gente en San Marino, decidieron invadir para acabar de una vez por todas con ese agujero en su mapa. A pesar de que la comunidad internacional, alertada por las embajadas de San Marino en todo el mundo, puso reparos, los italianos encontraron muy poca resistencia y pudieron tomar el control del lugar.
Se estableció en San Marino un gobierno bajo el control de Italia, que como primera medida hizo volver a todos los representantes diplomáticos del país que ya no era. Así, San Marino se volvió a poblar y todos los habitantes volvieron a sus antiguas ocupaciones.
La vida no cambió mucho respecto de lo que había sido antes del establecimiento de las embajadas, sin embargo algunos se quedaron con las ganas de tener independencia y comenzaron una campaña separatista. No tenían forma de vencer a Italia en una guerra, pero se armaron de paciencia. Sabían que, cuando el tiempo fuera propicio, no había quien les ganara en fuerza diplomática.

Salida al mar

Inocuo semáforo de la espesura
¿dónde te encuentras?
Tu mirada vasta y beligerante
me llena de estupor y desconsuelo.
Oh, salve tú, mi buen ello
ven conmigo a explorar el mundo
sal de tu espléndido agujero
de pasionales escuerzos corroídos.
Vastas tundras digitales
corren por el prado, por los huecos
huesos
de tu triste y desolador terruño advenedizo
que nunca será comprendido
por nadie.
Mascullad, entrañas, mientras los visitantes miran
sin esperar un milagro
sin salir de su apogeo
sin la implacable certeza de la serpiente.
Dignos istmos que me acarrean
como si fueran veleros
hacia una nueva visión
una nueva platitud
el destino turbio de los campos sin sombra.
Y la música.
¡Ah! La música
que me saca las cosquillas
y purifica tus hermosos tímpanos
mientras te acaricia con sus suaves cerdas.
Hipnoticémonos mutuamente, mi amor
conozcamos una realidad titánica
seamos tú y yo como los mares
cíclopes y sedientos de sal.

A ver esos marsupios

No sé cómo hace la gente para andar por la vida sin bolsillos. Veo por todos lados cómo muchos se manejan con pantalones ajustados, con los bolsillos vacíos y sin que se note dónde llevan las cosas. Pero a la hora de pagar algo, sacan de algún lado una billetera. Me gustaría ser como ellos, pero no lo soy. Entonces debo recurrir a ropa con múltiples bolsillos.
Pero queda feo en ocasiones. Cuando tengo que vestirme formal debo prescindir de esa comodidad. Mejor dicho, debía. Porque me hice poner marsupios en la cintura.
Luego de la operación, tengo bolsillos incorporados a mi cuerpo. Es la mejor manera de llevar los elementos que necesito transportar: llaves, plata, celular, documentos, anteojos. De esta manera libero la ropa de la responsabilidad extra, y sólo se tiene que dedicar a vestirme. De repente, mis opciones al respecto se multiplicaron.
La mayor ventaja es que puedo meter las manos en los bolsillos aún estando desnudo. No hay mayor comodidad que ésa. También puedo guardar controles remotos y evitar así que cualquiera que ande cerca me cambie el canal. Y cuando hay alguna aglomeración pueden venir todos los delincuentes que quieran a revisarme los bolsillos de la ropa, que no van a encontrar nada.
Tengo pensado instalarme puertos USB en los marsupios para cargar los distintos electrónicos que transporto conmigo. Así, de paso, gasto energías sin hacer ejercicio. Pero eso es otra operación, quería estar seguro de querer conservar la novedad antes de instalar el marsupio 2.0.
El único problema que encontré hasta ahora es que a veces me voy a bañar y me dejo cosas en los bolsillos. Ya quemé cuatro celulares. Pero creo que es cuestión de acostumbrarme. Me dieron la opción de poner cierres relámpago en los marsupios, pero me pareció poco higiénico. Yo me conozco. Sé que si no me obligo, no me los voy a lavar nunca.
Así que les recomiendo el marsupio personal. Hay varios modelos, se puede colocar uno en la espalda para funcionar como mochila, en el vientre o en los brazos. Sospecho que pronto será algo muy popular.

El origen de otro deporte

Dos gauchos recorrían la pampa a caballo, sin nada que hacer. Eran aficionados al polo y tenían ganas de practicarlo, pero no tenían recursos para conseguir ni para fabricar pelotas. Sí tenían unos tacos rudimentarios, que después de varios meses de intentar jugar con manzanas, naranjas y (sobre todo) piñas quedaron inutilizables.
Pero los contratiempos no los amedrentaban tan fácilmente. Cualquier objeto podía servir como pelota, por ejemplo un par de medias envuelto sobre sí mismo. Si un sector de la media sobresalía, era útil para agarrar la pelota. La ausencia de tacos tampoco fue problema para estos gauchos ingeniosos. Decidieron que no los necesitaban, que podían dominar a los caballos y jugar la pelota al mismo tiempo. Incluso decidieron que los que usaban tacos eran mariquitas.
El problema era que jugar con diferentes objetos en reemplazo de las pelotas generaba poca estandarización. Podía ocurrir que un grupo jugara habitualmente con pares de medias y otro con damajuanas, entonces cuando se enfrentaban no sólo los rivales estaban acostumbrados a juegos distintos, sino que se producían conflictos al ver con qué objeto se iba a jugar esa vez. Y los conflictos entre gauchos no deben ser tomados a la ligera. Suelen resolverse a cuchilladas, y entonces el equipo que impone su pelota se queda sin rival, por lo tanto no es solución.
Así ocurrió una vez que dos equipos se habían citado para jugar a algo. Uno de ellos usaba ananás como pelotas, lo cual les daba, con el tiempo, más resistencia en las manos. El otro equipo usaba cráneos de toro, y al tirárselo muchas veces salían lastimados. Esto, según ellos, mejoraba la técnica de los que quedaban.
Ambos equipos estaban discutiendo con qué jugar el desafío y no se ponían de acuerdo. La discusión subía de tono a medida que se acercaba el atardecer, que marcaba el fin de la oportunidad de jugar. Los ocho gauchos estaban por desenfundar los cuchillos cuando se les acercó un pato salvaje.
“Cuac”, dijo el pato.
Los jugadores se miraron y comprendieron que habían hallado la salida. Se abalanzaron sobre el pato y se sorprendieron al notar que hacía una pelota muy efectiva. Desde entonces, antes de jugar capturaban dos o tres patos para tener pelotas de repuesto.
La costumbre se expandió por la pampa y, con el tiempo, el deporte se extendió por todo el territorio argentino. Cuando hubo que darle un nombre, se decidió llamarlo “pato”.