Viento en el ojo

Sopla viento en mi ojo derecho. Una brisa suave acaricia mi retina sin que pueda verla. Pero la puedo sentir, porque mi ojo tiene tacto. El resto de mi cabeza no siente el viento. Sólo el ojo derecho. Aún cuando me muevo, el viento sigue concentrado en ese lugar.
El globo ocular rechaza la mayor parte del aire que se acerca. Una porción se cuela por el lagrimal. Algunas lágrimas se escapan por la mejilla.
Una brisa aún más suave recorre mi cabeza por dentro. Llega a la tráquea y se incorpora a la respiración sin haber sido filtrada. Pero no hay partículas muy grandes en esa brisa, las hubiera visto cuando pasaban por el ojo.
Cuando la brisa del ojo se suma a la respiración me siento más liviano. Hay más oxígeno en mi cuerpo, entonces quiero moverme. Salgo a correr.
Mientras corro, la brisa del ojo se hace más fuerte. Se convierte en un verdadero viento. Cuando dejo de correr vuelve a ser la brisa de antes. Entonces me dan ganas de correr otra vez, y regresa el viento fuerte.
Decido correr con el ojo derecho cerrado. Lo tapo con la mano. Ahora me cuesta ver los posibles obstáculos que hay en el camino. Declaro al ojo izquierdo responsable de detectarlos. Comienzo a correr mientras mi cabeza panea para que el ojo izquierdo pueda ver todo lo que hay alrededor.
Luego de unos minutos, el movimiento de la cabeza me hace perder el balance, me mareo y me caigo al suelo.