Mi experiencia en África

Me esperaba una temporada de safaris muy movida. El avión que me llevaba a África, poco antes del aterrizaje planeado, se estrelló sin que quedaran sobrevivientes.
Cuando llegué al aeropuerto me encontré con que mi equipaje se había perdido. Esto era un grave inconveniente, tendría que comprar todo lo necesario en Lagos, Nigeria, que era la ciudad desde donde partiría en busca de aventuras. Como no quería pagar de más por ser turista me adentré en la ciudad y sin darme cuenta llegué a un barrio poco recomendable. Me vi rodeado por un grupo de personas de color con cara no muy amistosa, que me pedían que les diera mi dinero y otras pertenencias que ellos pudieran cambiar por más dinero. Les di todo lo que tenía: mi plata, mi reloj, mi sombrero y mis demos de Band on the Run. Pero eso no los conformó, tenían la sospecha de que yo ocultaba algo. No los pude convencer de la falsedad de esa sospecha y me degollaron.
Comencé igual mi safari, nada iba a impedir que yo concretara el propósito del viaje. Durante los primeros días en la sabana no ocurrió nada demasiado interesante. Hasta que una noche estaba durmiendo en mi carpa, y se acercó un leopardo. Se acercó sigilosamente, sin despertarme. Me había elegido como presa, y concretar ese plan le fue fácil dado que yo estaba durmiendo y antes de que pudiera darme cuenta de algo me había mordido la carótida y me estaba devorando.
En aquel lugar el sol pegaba muy fuerte. Ahora entendía por qué la selección natural había dado tez negra a los nativos de este lugar. Por suerte estaba preparado y llevaba protector solar. Pero luego de un tiempo se me acabó la provisión dado que mis anteriores percances me habían reducido el presupuesto previsto, y el sol empezó a tener consecuencias nefastas. Desarrollé una variedad particularmente dañina de cáncer de piel, que, al no contar con apoyo médico adecuado, en poco tiempo fue fatal.
Como no sé mucho del idioma que se habla en Nigeria, el inglés, en mi camino de regreso a Lagos no pude leer los pocos carteles que existían. Sabía de la historia turbulenta de ese país y de las revoluciones que se han sucedido, pero no estaba al tanto de la existencia de campos minados. Y esto era lo que se advertía en los carteles que no sabía leer. Eso provocó que, desafortunadamente, yo pisara una mina largamente abandonada, y que la explosión resultante devastara todo lo que había en 100 metros a la redonda.
Cuando llegó el momento previsto volví a mi país. El viaje me había convertido en una persona mejor. Había crecido mucho y había desarrollado ganas de estabilizarme. Pronto conocí a una mujer, nos enamoramos, nos casamos, formamos una familia y todos vivimos felices para siempre.