Bicoca crepuscular

Un tentempié etéreo. Un trémolo berberecho. Un chiripá ignífugo. Bólido mocasín que trastoca los pupitres. Su pícrico acrónimo zozobra la nefelibata bonhomía del churrinche. Zarandean los escrúpulos, la cháchara acarrea la pesquisa putativa.
Pandereta en popa, exuberante fantoche cachafaz. Conchabo del occipucio, harapiento empalagoso que no para de oscilar. Apalabrará a la hipotenusa, increpará al cascajo, bombeará a los carpinchos de esta pocilga de morondanga. Vil ditirambo vivaracho y picaflor.
El díscolo aprehende al pollerudo. Un quelonio viscoso, con tortícolis, genera una estampida vivípara. El repiquetear del aparato rechoncho, fofo, del pingajo leporino de silicio, aletea el epíteto con su perorata.
Pero es todo una perífrasis. Proxenetas imberbes llenan de betún al surubí. Cetáceo paupérrimo, picarón de porquería. El patatús producido por el socotroco genera un tetragrámaton apócrifo. Un lepidóptero se acerca al jacarandá. La ojota de hule al cartapacio. El paleolítico se concatena por el extravagante bochinche.
¿Y el cornezuelo pedagogo? En el sacrosanto poliedro. Gallardo ajenjo, epifanía arcaica y perenne de la catalepsia. Aquel gualicho, aquella carcajada, el dicharacho, la paranoia. Y también el esputo.
Bombón de ponzoña y aserrín. Su apócope descocado impregna la mazmorra. Ese cachivache protozoario, lleno de idiosincracia, abunda en soliloquios efervescentes. El flan de nácar pulveriza la verja. Con ahínco, los pólipos propenden al pálpito.
Todo el desopilante microcosmos merma el abyecto receptáculo escurridizo. Un insulso esbirro prorratea el habitáculo a través de la megalópolis. Pajueranos chipriotas bailan cancán. Contra la culata, el baobab agazapado. También atolondrado, insípido, pero macanudo. El calandraca dice palabrotas para subir su bilirrubina. El gordinfón expectora un miserere. ¡Caramba, la zambomba!
El lelo en el tapete. El adalid en su catracho. El fisgón en el estiércol. El zanguango en la escarcha. El majadero en la claraboya. Mientras, el patriarca cacarea.
Un almocafre monótono junto a un pepino, un pancho y un churro. La protuberancia alcanza un ápice espeluznante. Se zarandea, boquiabierta, hasta sucumbir. Luego acarrea hematocritos hacia el pulposo nabo que da volteretas, cumpliendo ese menester hasta que llega el fin.